Salvador Felipe Jacinto Dalí i Domenech nació el 11 de mayo de 1904 y murió en su ciudad natal Figueras en 1989, cansado, solo y enfermo. Pero su vida entera fue todo lo contrario: un surrealista ecléctico que robó ideas, que vampirizó obras ajenas, que firmó papeles en blanco para vender más grabados. Un narcisista de primera categoría que hablaba de sí mismo en tercera persona y, además, su condición de megalómano que llegó a puntos insospechados en donde buscaba siempre la atención y el escándalo público, cumplió el 23 de enero 25 años de muerto.
Sus excentricidades comenzaban con su sola apariencia, su capa que pavoneaba como hombre de la corte del cualquier rey, su bastón que utilizaba de cetro, sus ojos alarmados contrastaban y que acompañaron al su enorme y cuidado bigote ondulado. Mientras vivió en Nueva York con su esposa Gala —a donde llegaron en los años 40 huyendo de la Segunda Guerra Mundial— preparaba toda una comedia para caminar por la Quinta Avenida y no pasaba desapercibido sino que, al contrario, atraía todas las miradas. Gala fue lo más importante en su mundo. Era la esposa del poeta Paul Eluard y la conoció en 1929 cuando viajó a París para convertirse en un pintor, escultor, grabador surrealista al lado de André Breton y sus amigos del movimiento.
Primera etapa fue la más interesante. Ya la posguerra lo hizo pensar y pintar la devastación humana como ciudades mutiladas con remolinos de humo. Las casas tenían los ojos vaciados por las invisibles cucharas de bombas. La cóncava órbita se convertía en un bostezo, en la pupila se ven edificios o desiertos. Después vino la búsqueda por el símbolo de la tensión metafórica donde quería ver la realidad como un proceso de trasformaciones. Como Dalí anotó, buscaba “la representación de un objeto que, sin la menor modificación figurativa y anatómica, es al mismo tiempo la representación de otro objeto absolutamente diferente”. Porque siempre estuvo en la búsqueda de la imagen doble. Un reloj puede ser un queso camambert; un caballo puede ser también un cuerpo de mujer, un cuerpo de mujer puede ser un mueble, una Venus de Milo puede ser un torero o el busto de Voltaire se puede ver como una pareja de señoras. Su ambición por la metamorfología lo hace interesante y atractivo para el público en general pero, con el tiempo, su obra se convierte poco a poco, en el símbolo de una imaginación decadente y tendenciosa.