Todas las mañanas a las cuatro, Salvador Cabañas sale en la camioneta a repartir el pan que hace junto a su padre. Ypacaraí y San Bernardino, las localidades que rodean a Itauguá, el pueblo en donde nació y en donde ha vuelto a vivir después de que el oropel se extinguiera, disfrutan del pan que hacen desde la década del ochenta los Cabañas. La gente, al reconocerlo, le pregunta por su futuro en el fútbol. Salvador, antes de responder, agacha la cabeza y, a sus 35 años, sabe que su esperada vuelta no es más que una ilusión.
Antes de que muriera y volviera a nacer, cuando era la estrella más luminosa en la millonaria plantilla del América, el equipo más popular de México, le daba pereza levantarse a las siete de la mañana para iniciar la práctica. Ancho y sin cuello como un torito, Cabañas despreciaba el esfuerzo físico. Si hacía goles era por su talento innato y no por el trabajo. “Que trabajen los volantes de marca y no los genios”, decía amparado en los 147 goles que marcó en los cinco años que estuvo en México.
Todo eso se acabó el 27 de enero del 2010 cuando en el Bar Bar al sur del DF celebraba el preacuerdo que había hecho para irse al Manchester United, club al que iría después de que jugara el Mundial de Sudáfrica. Eran las cinco de la mañana y, tambaleante, entró al baño de hombres. Estaba en un cubículo cuando Jose Jorge Balderas Garza, alias J.J, temido y reconocido narcotraficante, tocó la puerta. Desde adentro el futbolista le respondió con una grosería lo que exacerbó a Balderas quien redobló los golpes contra el metal. El paraguayo abrió la puerta y con una llave se abrazó al cuello del capo. En pleno forcejeo, entró su guardaespaldas Francisco José Barreto García, alias El contador, quien al ver la agresión contra su jefe no dudó en desenfundar el arma y dispararle en la cabeza al futbolista.
Lo llevaron de urgencia al hospital Los Ángeles en donde llegó consciente. Estuvo varias semanas en coma y cuando recobró el sentido su mundo se había derrumbado. Le dijeron que a sus 29 años ya nunca más volvería a jugar al fútbol, que corría el riesgo de no volver a caminar y que, por cómo había quedado incrustada, no le podrían sacar la bala que se había alojado en su cabeza. Para acabar de completar el cuadro descubrió que su fortuna, que ascendía a los 12 millones de dólares, se había evaporado por la traición de su mujer María Lorgia Alonso y de su representante José María Gonzales. El departamento en Cancún, la casa en Cuernava, dos Mercedes Benz y un Porsche, eran partes de los bienes que ya no le pertenecían. Tan sólo le queda la casa de sus padres, un Audi del 2011 y Villa Aurelia, la espaciosa casa ubicada en las afueras del DF en donde crecen sus dos hijos, Santiago y Mía Ivonne. La ambición de su expareja es tan voraz que le interpuso una demanda de abandono de hogar a Salvador buscando quedarse también con la propiedad.
Guerrero incansable, Salvador tuvo una recuperación milagrosa. 18 meses después de la tragedia practicaba con el humilde equipo paraguayo 12 de octubre con la esperanza de quedar en la plantilla. Aunque nunca le hicieron una propuesta formal ya que el daño del balazo lo incapacitaba para siempre a la práctica del fútbol, Cabañas podía tener una vida normal.
Ahora la gente no le expresa su cariño en un campo de juego sino cuando entrega su pedido de pan diario. Es un ídolo y la gente no olvida los tres goles que le metió con el América al Flamengo en el Maracaná, el tanto que le marcó a la todopoderosa selección brasileña de Kaká, Ronaldo y Roberto Carlos en el Defensores del Chaco, o el disparo de lejos que venció a Agustín Julio en la inolvidable victoria de Paraguay sobre Colombia en Bogotá.
Le han llegado ofertas para ser comentarista de televisión pero no se sentiría cómodo criticando a sus colegas. Por eso prefiere seguir levantándose muy temprano a tener lista la harina, a amasarla hasta que se le encalambren las manos y pensar en cómo la justicia le devolverá lo que su manager y su esposa le quitaron. Mientras las heridas en su cuerpo cerraron hace tiempo, las de su alma todavía están abiertas, lacerantes.