Deberían inventarse algo que sirva para demostrar que uno no es un malvado. Yo qué sé: un rótulo, una medalla, una carita feliz, una manilla, una app, un documento, un antivirus o un carnet expedido por el Instituto Colombiano para el Fomento de la Bondad y la Amabilidad.
Porque es horroroso tener que demostrar que uno es inocente todo el tiempo.
Lo que se demuestra no es la inocencia, sino la culpabilidad.
Creo que Colombia aún continúa siendo un Estado Social de Derecho. En Derecho se habla de la presunción de inocencia y del debido proceso, de las garantías procesales.
Sin embargo, no falta el ignorante que vea ladrones y terrorista en todas partes. La periodista española y nacionalizada colombiana Salud Hernández-Mora a veces es un poco (o demasiado) apresurada para expresar sus opiniones.
El día que pusieron la bomba en el Centro Andino se adelantó a señalar posibles responsables.
Hay que respetar el debido proceso, por favor. Colombia es una República. Me gustaría saber si para ella somos una republiqueta o una República Bananera.
Ni en España puede doña Salud Hernández-Mora gritar con la libertad como lo hace en Colombia, cosa que yo, que soy colombiano de nacimiento, no me atrevo a hacer aquí. Yo reviso cada palabra una mil veces antes de publicarla en Facebook, Twitter, LinkedIn, o en cualquier red social donde tenga una cuenta activa.
¿Puede un colombiano hablar con sobrada libertad en España así como lo hace en Colombia la periodista española Salud Hernández-Mora?
Aclaro que no soy chovinista y les doy la bienvenida a los extranjeros que deseen venir a visitar y respetar a Colombia.
Yo no soy periodista, soy opinador sobre temas de actualidad y cosas cotidianas, las mismas que les ocurren a cualquier ciudadano de a pie. Pero tengo en claro que ello no me exime de mi responsabilidad legal y hasta moral en relación con mis lectores y compatriotas.
La ley colombiana (y la de cualquier país) llega también a las redes sociales. No delincamos por ignorantes, ya que el desconocimiento de la ley no exime a nadie de su cumplimiento; es un principio de Derecho.
Decir: es que yo no sabía, no es una excusa válida.
Los abogados lo saben mejor que yo.
El miedo gobierna el mundo; quita y pone presidentes.
Muchas personas en Estados Unidos no han podido continuar con sus vidas normales después de los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York. La imagen de los aviones estrellándose contra el símbolo del poder de la economía norteamericana es tristemente memorable para los habitantes de allí.
Así es como nos quieren ver: esquizofrénicos, paranoicos.
Estamos vivos y enterrados, diría Fito Páez.
Hay que instalar cámaras para ahuyentar a los ladrones y hay que comprar antivirus para no ser hackeados en Facebook. Y hay que crear el gueto y hay que crear el búnker.
Cualquiera llegaría a creer que la misma compañía Facebook crea los virus para generar la necesidad de comprar seguridad y la sensación de que ni en el mundo digital estamos a salvo de la violencia.
La paranoia no respeta ni discrimina sexo, edad, estrato social, aunque los que más tienen son los que más temen perder.
El delirio de persecución hace trizas el contrato mudo de la sociedad moderna de que hay que respetar para poder exigir respeto.
Y así van por el mundo las gentes. No aprendieron a ser agradecidos y a pedir perdón de verdad, con actitud de arrepentimiento, de humillación.
Hay un vallenato titulado El último disgusto. “Yo me arrodillo solo ante mi Dios”, asegura.
Desde el punto de vista de la moral cristiana, la expresión va en contra de los valores cristianos. El mandamiento divino es a poner la otra mejilla, porque en el prójimo es donde el creyente ve a su Dios.
Hay que decirle No al delirio de persecución y Sí al perdón. Vamos a abrazarnos y a soñar con el porvenir, Salud.