Si algún mérito tuvo Cuba al desplomarse el bloque del Este de Europa en 1989, bajo el régimen de Gorbachov, fue el de haber sobrevivido una década sin la protección que le dispensaban los soviéticos como satélite del colectivismo en América Latina. Su situación se tornó crítica y estuvo a punto de estallar cuando un gobierno populista, el de Hugo Chávez, en plena bonanza económica por sus reservas de hidrocarburos, la rescató suministrándole petróleo subsidiado y convirtiendo a su presidente, Fidel Castro, en mecenas ideológico de la Revolución Bolivariana y del Socialismo del siglo XXI. El reencauche le abrió a Cuba un espacio cuyo influjo terminó inoculándole veneno a la democracia venezolana, a cambio de un cogobierno evidente con fachada de asistencia médica.
Hoy el modelo cubano subsiste y acaba de entrar en una transición que garantiza más continuidad que cambios por haberse reservado Raúl Castro la palanca de mando que representa la Secretaría General del Partico Comunista Cubano (PCC) hasta 2021. Ni al gobierno cubano ni al PCC les preocupa, aparentemente, el retroceso que significó para sus reanudadas relaciones con Estados Unidos la elección de Trump, pues la Revolución ha utilizado para su sostenibilidad, desde los días iniciales del bloqueo, los endurecimientos del Tío Sam a medida que crecían las tensiones entre el imperio y la mayor de las Antillas.
Por ahora todo transcurre en calma, con vieja y nueva guardia en la Asamblea Nacional, el Consejo de Estado, el Consejo de Ministros y el PCC, lo cual no malogra las expectativas que de todos modos implica la llegada de Díaz-Canel al timón en una etapa que, quiérase o no, pinta agitada dentro de la nueva realidad latinoamericana. Las deserciones en Mercosur y el desastre político y económico de Venezuela, para citar solo dos hechos importantes, modifican la geopolítica de la región e incidirán en el futuro de Cuba, sin descartar lo que suceda en México y Brasil a partir de julio y octubre próximos.
Sabremos si Díaz Canel se abre a las reformas que urgen las iinstituciones políticas
y una economía distante del desarrollo
que los cubanos no han visto en cincuenta años de éxitos políticos y fracasos económicos.
Será entonces cuando entren en juego la formación y los entrenamientos que recibió, del propio Raúl Castro, el nuevo presidente desde sus días de secretario del PC en Villa Clara. Sabremos si escoge la ortodoxia o se abre a las reformas que urgen las instituciones políticas y una economía distante del desarrollo que los cubanos no han visto en cincuenta años de éxitos políticos y fracasos económicos. Si cuenta con habilidad para renovar la guardia de veteranos a punto de retirarse, e impulsar su propio proyecto de gobierno con creatividad y arrestos, aseguraría la bienvenida de la historia.
El agotamiento universal del modelo totalitario es innegable, y el represamiento de medidas que Raúl Castro se ideó y no tomó, habrán de enfrentarse con decisiones de Estado ajustadas a los virajes de una sociedad y sus sectores en crecimiento, como el turismo. Una economía asfixiada por el anacronismo de su máquina institucional, puede colapsar simultáneamente con una implosión en Venezuela, y el nuevo presidente de la Isla tiene ese desafío detrás de la oreja, puesto que por muchos controles que haya en la seguridad interna la inconformidad de tantos cubanos, incluidas las nuevas generaciones, no dejará de presionar reformas inaplazables.
Nada impedirá, sociológicamente hablando, que el inicio de la era que despegó con su posesión empuje a Díaz-Canel a imprimirle un sello personal a su mandato. Ya sabrá cómo hacerlo. Pasar de delfín a jefe es otra de sus pruebas de fuego, y no será un tránsito sobre alfombra roja con un premio a salvo de acechos políticos, en vista, sobre todo, de que los Castros, a diferencia de sus afines chinos, coreanos del norte, rusos y demás integrantes del Pacto de Varsovia, hicieron de la ortodoxia comunista un caso emblemático de resistencia histórica más consistente que el de asiáticos y europeos.
Pocos imaginaron la deriva de conflictos que desató la caída del Telón de Acero. Sin embargo, sorprendieron a la humanidad. 2018 puede ser, a su vez, un año de definiciones en América Latina, no solo en Cuba, que reduzca la dispersión de poderes e influencias que ahondaron un caos omnipresente.