Los resultados del plebiscito del 2 de octubre nos ponen en una verdadera encrucijada. El empate técnico entre el Sí y el No frente a los acuerdos de Paz de La Habana complican la situación política y jurídica de manera inesperada. A propósito quiero manifestar las siguientes consideraciones.
La campaña electoral por el Sí no tuvo la dirección unificada que debería haber tenido y, en lo fundamental, se redujo a recintos cerrados y a cuñas publicitarias de televisión, que, a mi modo de ver, no bajaban de las generalidades que no llegaban a la gente ni impactaban el sentido común de los grandes centros urbanos.
Como es usual en las campañas para las elecciones de cuerpos colegiados, los candidatos aspirantes a Concejos, Asambleas, Cámara y Senado, se entregaban con alma, vida y sombrero para salir elegidos.
Pero esta vez no ocurrió lo mismo por los lados del Sí. Hubo muchas campañas con liderazgos encasillados en su propia secta. No hubo un líder nacional que tuviera el imán para unir y atraer a las diversas manifestaciones del Sí.
El presidente Santos, quien debió ser el centro de la atención, estuvo desacreditado ante las mayorías del pueblo por sus políticas económicas y sociales antipopulares, por lo cual era muy difícil vender la imagen de la paz ante amplios sectores sociales.
Fue, además, una campaña inofensiva con el argumento de que el plebiscito estaba ganado. La ostentosa manifestación del gobierno con acompañamiento internacional en Cartagena el 26 de Septiembre, cuando se firmó el Acuerdo de Paz, creó la falsa ilusión de que la victoria estaba asegurada.
En cambio, por el lado del No, no pararon ni un solo minuto para utilizar hasta el último recurso de la mentira, del miedo y de la tergiversación. El caso de la renuncia del Gerente de la Campaña del No, Juan Carlos Vélez, excandidato a la Alcaldía de Medellín por el Centro Democrático, es una muestra elocuente para ilustrar la manera fraudulenta como manejaron la campaña.
“Indignados y verracos”, los dirigentes de éste sector auscultaron los sentimientos más sensibles de las masas populares y las pasiones primarias del hombre de a pié, para cabalgar sobre los motivos que movieron a la gente a votar por el No. Qué campaña tan malignamente inteligente.
En las zonas de la costa atlántica, hablaron del “Castrochavismo”; en el interior, hablaron de que el Gobierno iba a utilizar las pensiones para financiar a los guerrilleros de las Farc; antes utilizaron de una manera maquiavélica a las Iglesias Evangélicas y a la “neutralidad” de la Iglesia Católica, con el cuento mentiroso de la “Ideología de género” para llevarlos a las urnas repitiendo el viejo estribillo de la defensa de La Familia, de la libertad y de la propiedad privada, contando por supuesto con la caja de resonancia de RCN y Caracol.
Además contaron con el Huracán Mathew en la costa atlántica donde dejaron de votar casi un millón de personas con relación a la segunda vuelta del presidente Santos: 2.011.409 votos contra 1.152.530 votos del domingo pasado, principalmente en la Guajira, Magdalena, Cartagena y Barranquilla.(Revista Semana 1797)
Los sectores del No, tuvieron un líder caracterizado por un mesianismo propio de las culturas religiosas y dogmáticas; expresión de un capital ultramontano, criminal y mafioso, del cual todavía la mitad de los colombianos que acuden a las urnas lo adoran y lo aplauden como si fuera un Dios. Así fue Hitler y duró 12 años; cuánto va a durar éste nuevo mesías?
Pero bueno. Se trata de encontrar los elementos que le pongan fin a ésta crisis Política. Se habla entonces del Pacto Político Nacional, una frase estentórea que a muchos les sirve para salir del paso sin concretar absolutamente nada. Pacto Político Nacional entre quienes? ¿Otro “Frente Nacional” excluyente, autoritario, mafioso, corrupto y criminal?
Por ahí no es el camino. Los sectores democráticos del Gobierno y de los sectores populares tienen que abrir los ojos porque lo que se viene pierna arriba es un lobo disfrazado con piel de oveja. Qué no utilicemos un leguaje sectario, vaya y venga, pero al pan, pan, y al vino, vino. Son dos modelos de desarrollo los que se están confrontando en estos momentos. Solo queremos dirimir el alegato mediante la controversia “civilizada”. “Si nos dejan”, como dice el hermoso bolero de José Alfredo Jiménez.
Para resolver este pugilato tenemos que salirnos del cuadrilátero del gran capital y buscar refugio en la lucha de masas. No queda otro camino. El premio Nobel de Paz no basta. Ni el apoyo de los 400 empresarios a “un acuerdo definitivo, incluyente y sostenible dentro del marco de un “Gran pacto nacional”. Hace falta acudir a la movilización pública, como ocurrió con las manifestaciones multitudinarias de estudiantes en Bogotá, Cali, Barranquilla y Medellín, para no mencionar otras expresiones de apoyo ciudadano a los acuerdos de La Habana.
No obstante tenemos que pensar que sólo abarcamos el 37% de la participación electoral. ¿Dónde está el 63%? En la abstención electoral. Ahí está el futuro para dirimir la crisis política y ponerle fin a la guerra de una vez por todas. Entonces qué vamos a hacer?
Según el abogado Francisco Barbosa, en una columna en El Tiempo del domingo pasado, asegura que el plebiscito tumbó las facultades extraordinarias del Presidente pero no las atribuciones del Congreso y mucho menos las de la Corte Constitucional. El Presidente continúa con su potestad para ejercitar el artículo de la Constitución que dice que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento.
Obviamente, sin incidir en la Colombia profunda, los alegatos políticos y jurídicos, siendo importantes, carecen de una base social real, y están muy cercanos a una discusión bizantina. Por eso la lucha ciudadana de masas para defender los acuerdos de La Habana, es la clave para resolver la crisis de la actual coyuntura política.