Del clóset no se sale una vez en la vida y, en muchos casos, el resultado no es el esperado.
Salir del clóset es un momento vital para todos los LGBTI, pero la sociedad suele carecer de empatía, por no decir que es violenta.
Salir del clóset es un derecho, una posibilidad y, paradójicamente, se ignora que se sale del clóset a diario, en situaciones cotidianas y con resultados no siempre satisfactorios.
Se sale del clóset cuando en una fiesta percibimos que no habrá un ambiente seguro para una persona LGBTI y preferimos no invitarla.
Se sale del clóset cuando llegamos a un nuevo trabajo y la historia se repite: los rumores, las miradas y las preguntas incómodas.
Se sale del clóset cada vez que en la calle se pretende un beso, una mirada fija o un abrazo, y antes se debe evaluar el entorno para mirar si es seguro o no.
Se sale del clóset cuando en el caso de los hombres se les pregunta si tienen novia. Cuestionamientos que parecen sencillos, pero generan incertidumbre con lo que una respuesta pueda ocasionar.
Se sale del clóset cuando se pretende que todos deberían presentarse “hola soy Juan y soy heterosexual”, “hola soy Pedro y soy gay”.
Se sale del clóset cuando te dicen “yo no sabía, no se te notaba”. Se sale del clóset cuando al reservar en un hotel la respuesta es “no hay disponibilidad y nos reservamos el derecho de admisión”.
Vivimos en una sociedad que los quiere libres, pero en privado. Donde no se vea lo que son, en el clóset. El clóset como lugar oculto.
Contar o no la orientación sexual debería ser un asunto intrascendente y, por todo esto, hay gente que prefiere no salir nunca… aún sabiendo que salir del clóset es profundamente liberador, porque es mostrar que lo que se es y no avergüenza.
Seamos, no nos dé miedo.