Moverse de país con la vida encaminada, sobre los cincuenta y en pandemia suena como de locos, y ese es mi caso. Llegué a Estados Unidos hace nueve días; cuando aterrizamos con mi familia y comencé a transitar las carreteras y las calles de este país, comencé a sentir el alivio de no lidiar con huecos, de no aventurarme a cambiar de carril sin que me echaran el carro encima para no dejarme pasar (algo que jamás dejará de parecerme lo absurdo que es), de sentirme respetada como peatón, de no estar en interminables trancones y -además- acechada por vendedores de semáforos, motos por doquier y con el miedo de ser atracada. ¿Y saben qué? Nadie pita… ¡nadie pita! Esperan con paciencia, da pena pitar; hasta pitar tiene sus normas.
Estoy en una ciudad mediana, hermosa, organizada y jamás me imaginé cómo sería adaptarme a un país nada indiferente para mí, en el que crecí turisteando, viniendo a ver a las tías y a los primos; donde celebramos en familia matrimonios, cumpleaños (mis quince años, por ejemplo), navidades compartidas con el Niño Dios y Santa Claus, comiendo pavo el Día de Acción de Gracias -que me parece una de las mejores cosas de la nación del Tío Sam-… mejor dicho, las pequeñas y grandes cosas de la vida.
Pero cómo son las cosas en la vida, y aunque suene absurdo y contradictorio, todo eso que suena tan lindo, con lo que todos soñamos, no siento que sea mi lugar. Ya no estoy “feliz en vacaciones”, sino “feliz pero extraña en una cultura y en un lugar a los que no pertenezco”, porque así es… ¡una contradicción total! Somos animales de costumbre. Extraño mi casa, mis amigos, un ajiaco y hasta un “vecina, qué se le ofrece” en las tiendas de Chía. Pasé de venir encantada a las gigantes tiendas gringas por las que me fascinaba caminar con calma y pasarme tardes enteras de “shopping”, a sentirme agotada intentando equipar mi casa; ya no me hace ilusión más que ir a comprar lo que necesito y no he encontrado, porque la escasez es global por el tema logístico y, por ejemplo, los muebles se demorarán meses en llegar a mi casa.
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Extraño mi casa, mis amigos, un ajiaco y hasta un “vecina, qué se le ofrece” en las tiendas de Chía
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Uno de estos días interminables me fui a Michaels, una tienda donde venden todo lo inimaginable para obras manuales y arte, compré libretas de papel para dibujar y pintar con acuarelas, lápiz, borrador, marcadores normales y de pincel para decorar letras haciendo “lettering”, y -sobre todo- para pintar flores y ponerle muchos colores a mi vida, en estos días que no parecen tristes sino extraños.
Todo es lindo, todo funciona, hay muchas normas que cumplir y si ustedes son correctos y trabajan como toca, consiguen lo que necesitan… ¡y más! Pero no es su lugar, no es donde crecieron; están con usted -por el momento- sus ilusiones.
Aunque tenemos apoyo de la familia, recursos, legalidad, casa, una ciudad hermosa, una zona linda para vivir, trabajo, estudio para nuestro hijo... todo, hay algo que pareciera que con nada se reemplaza y son las raíces, los amigos, los hermanos, los compañeros de trabajo, lo que hemos vivido y tenemos en nuestro país... ¡nuestro lugar! Porque nuestro país ha sido nuestro lugar. Sin embargo, aquí estamos creando nuestro nuevo lugar de ensueño que por ahora se siente ajeno… porque todos dicen que con el tiempo pasa y estoy convencida de que es así. Con fuerza, con tesón, con resiliencia estamos en otro país, creando nuestro lugar, pero con otras personas, con otros amigos, con otra parte de la familia, con otras cosas. De eso se trata esto; es todo un reto. Vinimos porque estamos dispuestos a enfrentarlo, pero no es fácil; para nada es fácil.
Si ya salieron y se sienten identificados, con seguridad están unos pasos adelante nuestro. Pero si apenas lo van a hacer, sepan lo que van a enfrentar. Esta dualidad que revuelca las emociones será su primera experiencia. Superarlo dependerá en su mayoría de ustedes. Nosotros lo vemos como parte del camino, pero no es todo el camino. Concentrados con fe y fuerza vendrá lo mejor. Trabajar para Blu desde acá me alienta el alma y compartir esta experiencia, me hace sentir el poder de ser vulnerable, tal como lo escribió su autora, la norteamericana Brené Brown. Reconocernos vulnerables nos encamina y transforma la manera en que vivimos, nos deja ver lo negativo y reconocer lo positivo que siempre hay en cualquier situación, y es lo que estamos haciendo a través de este adaptarnos enfrentando los altibajos de las emociones que llegan con este cambio drástico, pero en todo caso esperanzador.
Nosotros estamos transformando nuestras vidas, saliendo -y de qué manera- de la zona de confort, haciéndonos más fuertes porque, como siempre lo resumo en mi frase de cabecera: “¡LA VIDA COMIENZA CUANDO UNO QUIERE!”