¿Tuve miedo? Sí. El 21 de noviembre del 2019 se organizaron marchas en todo Colombia como propósito de alzar una voz de protesta ante los actos atroces cometidos bajo el mandato del presidente Iván Duque.
Recuerdo que era una semana tensa, en donde viví cancelación de varias clases en mi universidad y largos trayectos caminando hacia mi casa ya que el transporte estaba colapsado.
No había estado presente en una marcha de esta magnitud. Participé de la marcha por la paz en 2016, luego de los fatídicos resultados del plebiscito por la paz —la denominada "plebitusa", que convocó a miles de personas en su mayoría jóvenes a exigir la implementación de los acuerdos—, pero nada como esto.
Esta vez era un contexto totalmente diferente, la marchas del 21N giraban más entorno a la violencia generada a lo largo y ancho del país. Y muchos jóvenes no podíamos estar ajenos a ello, entre esos estaba yo. Al salir de una corta jornada laboral, precisamente debido al paro, decidí no ir a mi casa, sino ir a visitar a un primo en el nororiente de la ciudad. Al llegar allí y hablar de un sinfín de temas, le propuse participar de las protestas; con la excusa de que solo sería un rato y regresaríamos temprano, lo cual claramente era mentira.
Decidí no contarle nada a mis familiares, ya que el miedo se apoderaría de ellos y no les gustaría la idea, pero sentí un compromiso como joven, estudiante y colombiano. Me fui con mi primo hasta el centro de Bogotá en TransMilenio para de allí caminar hacia la Plaza de Bolívar. Claramente el ambiente estaba tenso y mi temor de una represalia por parte de la fuerza pública estaba siempre conmigo, alcanzamos a ver encapuchados que intentaban boicotear las manifestaciones y también al Esmad echarnos gases a menos de 200 metros de distancia.
En horas de la noche, muy cerca a la plaza, estuvimos con un grupo de personas que encendieron velas para pedir un alto a la matanza de líderes sociales. Después, luego de tomar fotos y grabar ciertos videos, decidí que era hora de marcharnos del lugar.
Claramente no había transporte público y nos tocó recorrer desde el centro hasta la calle 45 y de ahí, luego de un evidente cansancio tomamos un taxi directo a nuestros respectivos hogares.
Sí, sí sentí miedo, pero a la vez orgullo de marcar mi voz de protesta. Se sabe que en Colombia se han silenciado muchas voces de oposición, cosa que la historia nos lo ha demostrado; sin embargo, es momento de construir país y afrontar las adversidades.