A las tres de la mañana el Padre Omar Parra ya se ha puesto en pie. Desde la parroquia La Inmaculada Concepción en donde ejerce como director de la pastoral social camina, entre el barro, pedazos de piedras, casas de donde sale el olor nauseabundo de la muerte, hasta el Instituto Técnico Putumayo, el lugar que le sirve de albergue a las cientos de personas que el está ayudando . Esta ha sido su rutina desde el sábado cuando la quebrada La Taruca desató un infierno de lodo que terminó matando a más de 250 personas y que destruyó a la mitad de Mocoa.
El padre se remanga la camisa y empieza a trabajar. Las 1.500 personas que lo buscan a diario no quieren un consuelo espiritual sino que lo necesitan para obtener un plato de comida, un rincón donde dormir. Al mediodía, justo después de servir la sopa, se retira durante diez minutos y ora pidiendo paciencia. Nunca, en sus 48 años de vida, había sentido tanta presión. Durante el día lo insultan, le gritan sapo cuando él se da cuenta que el que pide el almuerzo no es un damnificado sino uno de esos vivarachos que ahora llegan a Yopal buscando robarse las cosas que aún están enterradas en el lodo y comida gratis. Después debe atender a esos que, cuatro días después de la tragedia, no logran reponerse de la impresión que les causó la avalancha. Hay gente que todavía grita desesperada, que no puede dejar de llorar, incapaces de resignarse de saber que perdieron su casa, sus hijos, la totalidad de la familia. Lo que más le da rabia al padre Omar es que, desde el 2014, cuando estaba al frente de la Catedral de Yopal, advirtió los problemas que tenía los represamientos en la quebrada La Taruca.
Ese año se hicieron dos simulacros. La gente no le hizo caso, le dijeron que era un paranoico, un loco. En junio del 2014 las lluvias que arreciaron sobre Mocoa provocaron varios derrumbes en las inmediaciones de la Taruca. El caudal de la quebrada bajó a niveles históricos. El agua se estaba represando. Sus advertencias no servían de nada. En esa quebrada cada cincuenta años se produce una inundación. Ninguna autoridad quiso hacer nada “Ésta era una tragedia anunciada” aseveraba. Igual cuando en el 2014 no sucedió nada de que lamentar le dio gracias a Dios. Lo que no sospechaban era que la amenaza no había desaparecido, tan sólo se había aplazado.
“Nunca se hizo un trabajo de mitigación en esa quebrada, esto era una tragedia anunciada y nunca se hizo nada e incluso me trataron de loco. El cauce de la quebrada ya estaba abierta por las construcciones que hizo la gente alrededor”
El domingo 2 de abril Mocoa amaneció nublado. En el albergue improvisado del Instituto Técnico Putumayo regresaba el miedo. Correa cree que esta gente, desprovista de cualquier tipo de atención sicológica, sentirán nauseas cada vez que escuchen un trueno. Aunque las ayudas espontaneas de los colombianos superan los 2.500 millones de pesos en ese lugar no hay pañales para los niños de pecho, toallas higiénicas, jabones, alcohol desinfectante. Los heridos siguen llegando y Parra está convencido que los 280 muertos que por ahora han encontrado se duplicarán en las próximas horas.
La gente que llega herida encuentra un consuelo en las palabras de Parra. Por algo fue el sacerdote de San Miguel y San Agustín, los dos barrios más afectados por la avalancha. Parra no tiene tiempo para llorar a todos los amigos que perdió en la madrugada del sábado. Ahora lo que le queda es armarse de valor y ayudar a los que sobrevivieron así sólo tenga un par de horas de sueño cada día.