Sabotaje. Si me piden que describa a Colombia en una palabra sería justamente esa. No hay eslogan de Colombia es pasión, ni cuartos de final en la Copa Mundo que nos arrebate esa maña de la conquista. Desde la desconfianza de Bolívar hacia Santander, y de las intenciones de este último por matar al Libertador, hemos venido arrastrando ese sino malsano.
Hoy la matanza de las bananeras es un invento de la literatura comunista, y la imagen de Gabriel García Márquez se va desfigurando, porque no hizo lo que la lengua popular cree que debió hacer. Para mí, esa no es más que una excusa fácil con aires de dignidad para no leer (porque al colombiano le encanta hablar, pero no leer) no solo a uno de los más grandes de su generación, sino al más exquisito escritor de este país.
El rumor negro hoy afirma que a Álvaro Gómez Hurtado lo mataron porque no se atrevió a liderar un golpe de Estado contra Ernesto Samper. Que la anterior ministra de educación iba a homosexualizar a nuestros niños, debido a su orientación sexual. De ese grado es el veneno que nos vamos inyectando, con el fin de sabotearnos unos a otros, como si se tratara de una discusión infantil.
A decir de Carlos Gaviria Díaz, y cuánta razón le reconocemos, la seguridad democrática del entonces presidente Álvaro Uribe no solo debía proteger a la clase media para que esta pudiera viajar en carro desde Pasto hasta Cartagena, sino que debía implementar la seguridad integral de las necesidades para todos los estratos sociales. Si bien esta política de seguridad no era lo que todos esperábamos, sí fue el inicio de tomar un control que se creía perdido. Hoy no solo seguimos sin seguridad integral, sino que los grupos armados han vuelto a armarse, generando nuevamente el temor de viajar, por la renuencia del gobierno siguiente de seguir alzando la bandera de su opositor.
Cuánto anhelamos la cultura ciudadana que Antanas Mockus promovió en Bogotá y la sacó de la horrible noche; cultura ciudadana que Enrique Peñalosa comprendió y adoptó en el gobierno siguiente, pero a la que los demás no le dieron la suficiente importancia. Hoy, Bogotá es un caos al que le es insuficiente el TransMilenio para transportar a la ciudad, cómoda, oportunamente y sin contaminación: los gobiernos de izquierda que le siguieron hicieron todo lo posible por llevar ese medio de transporte a la catástrofe que es 20 años después.
La feria de zancadillas no queda aquí. La derecha politiquera, en cabeza del mismo Enrique Peñalosa como alcalde, engavetó los planos y estudios de un metro subterráneo que su antecesor, Gustavo Petro, había dejado listos, para no llevar a cabo un proyecto de la izquierda.
Es natural que siendo republicano el fisicoculturista y robot T-800 en la saga Terminator hiciera oposición a la candidatura de Barack Obama. Lo que resulta extraño es que siendo del mismo partido hiciera lo mismo con la candidatura de Donald Trump, debido a sus diferencias sobre el cambio climático. Al conocer que Trump sería el nuevo huésped de la Casa Blanca, el exgobernador de California dijo “Espero que tenga éxito, porque, como dije después de que ganó Obama: si el presidente tiene éxito, el país también es exitoso y todos vamos a tener éxito”. La campaña había acabado, es claro que lo más importante era trabajar por su país.
En Colombia no sucede igual. El proceso de paz es otra de esas grandes zancadillas. Juan Manuel Santos empeñó el país por desmovilizar a las Farc de manera pacífica y cómo no, inmortalizarse con un Nobel de Paz. El actual gobierno de Iván Duque se ha encargado de hacer todas las omisiones posibles para dejar que los acuerdos mueran por inanición. No era una paz perfecta, pero era. Ahora nos está costando seguir adelante.