En años pasados fui testigo de un interesante episodio de reflexión y de contrariedad en opinión, meditación que surgió a raíz del cuestionamiento hecho por un profesor, que deseaba hallar el culpable de los contenidos audiovisuales que se transmitían en las pantallas de la cafetería de la universidad, aduciendo con ello, cierto inconformismo por el daño que éstos podrían ocasionar a los alumnos de la respectiva institución, quienes son personas que se están formando no sólo como profesionales, sino como individuos en busca del progreso social.
Es allí, como en medio de este discurso, un poco arbitrario y censurable, decidí plantearme un criterio e interrogante que apuntaba a conocer por qué un docente, que se supone debe procurar incentivar el debate entre sus estudiantes, pretendía desde su perspectiva y la de sus colegas, consultar por el responsable en la divulgación del contenido televisivo basura que se estaba mostrando en ese lapso, en lugar de cuestionar, anhelar y permitir la crítica o apoyo que los demás le podían atribuir al formato y argumento expuesto en ese momento, a pesar de ser testigo de que ellos no eran las únicas personas presentes en este espacio y que quizás algunos de los asistentes, deseaban desarrollar por medio de este producto las bases de todo buen espectador crítico, o tan sólo intentar entretenerse u olvidarse de los conflictos que los agobiaban en el instante.
Es por ello, que me animé a entrevistar y a conversar con una persona que podía otorgarme una respuesta asertiva conforme a su opinión, a este compleja interpelación que rondaba en mi cabeza, lo que condujo a que buscara al profesor y director del programa académico de Medios Audiovisuales del Politécnico Grancolombiano, Harvey Murcia, quien desde su conocimiento en lo que respecta al universo de la televisión y el cine, contestó mi pregunta, afirmando que “Formar criticidad sobre la televisión, no es formarla sobre la moralidad, sobre lo que es bueno y sobre lo que es malo, sino poder entender los funcionamientos y los mecanismos que se dan al interior de la producción televisiva, para poder tener televisión de calidad y entender que la televisión no es exclusivamente un mercado, sino la televisión también es una responsabilidad narrativa, es una responsabilidad histórica, es una responsabilidad de memoria, y esto solamente se puede construir cuando hay una crítica.”
Adicional a lo antes mencionado, Harvey también mencionó que “para poder cuestionar lo que pasa en la pantalla chica, hay que saber como opera y como funciona la pantalla chica, qué son eso de los comerciales, por qué en Escobar (Escobar el patrón del mal), teníamos casi 20 minutos de comerciales y 10 minutos del seriado, por qué se da de esa manera, por qué esos personajes, por qué ese tipo de tramas, por qué ese tipo de conflictos, por qué ese tipo de narraciones. Eso es saber ver televisión, saber ver televisión es tener la capacidad de apagar el tv. (…) Apagar la televisión es justamente poder decir ‘mire lo que usted me está diciendo no funciona, yo lo apago’, pero también es poder reconocer que porque yo lo apago, el otro tal vez no lo quiera apagar, porque el encuentra algo que yo no veo allí”, argumento que incentivó con mayor fuerza, mi oposición a la petición hecha por el profesor que visitó mi oficina, puesto que la misma impedía de manera tajante el debate, la crítica y ante todo la evolución de nuestra comunidad, a partir de la observación detallada de lo que nos transmiten los medios de comunicación de masas, constituyendose finalmente este requirimiento, como el obstáculo y el inconveniente para no abrirle el paso a la posibilidad de reformar la mentalidad y la realidad de un país en crisis, de una nación en decadencia.
Es en ese orden de ideas, donde me atrevo a preguntar por qué en vez de seguir por la línea de lo moral y lo correcto y políticamente establecido, no nos arriesgamos a transformar nuestro discurso de lo bueno y de lo malo, en un discurso y pensamiento que busque analizar los componentes que construyen y caracterizan lo que vemos y no vemos, lo que amamos y odiamos, lo que relativamente y convencionalmente es aceptado y no aceptado, todo ello encaminado a edificar un mejor progreso comunal.
Sí no es la academia en donde puede debatirse, cuestionarse y des idealizarse la tradicionalidad de ese mundo audiovisual y de la realidad nacional, entonces en qué otro espacio es permisible la reflexión y el análisis, como apuestas para una Colombia mejor. La cuestión no es decir que los programas, los contextos, las costumbres y los sujetos son positivos o negativos, es explicar con argumentos y con total veracidad, por qué lo son, que efectos tienen sobre nosotros y de qué manera estos deben mejorarse o fortalecerse para construir una televisión y un pueblo con calidad y con inteligencia y conciencia social .