La noche del 2 de octubre de 2016, la del triunfo del No, tuve dos consuelos que me generaron esperanza. El primer vocero del CD que vi en televisión, un buen ganador, Francisco Santos, que habló con la actitud de quien quiere conciliar y que la paz llegue a puerto seguro. Y, un par de horas más tarde, un buen perdedor, el presidente Juan Manuel Santos, que aceptó la derrota y abrió la puerta para que los triunfadores pudiesen expresar sus reparos al acuerdo y las correspondientes propuestas de mejora.
De entonces para acá han aparecido, también, malos ganadores y malos perdedores.
Sus actitudes ensombrecen las posibilidades de un acuerdo con amplio respaldo. De una parte, por ejemplo, aquellos del Centro Democrático que quieren linchar a Francisco Santos porque, sencillamente, es partidario de construir sobre lo construido: “Hay unos que quieren arrancar de cero y eso sería tirar todo por la borda y no avanzar, hay otros que dicen firmemos ya…” (Semana), después de decir que en su partido había gente que no quería que el proceso de paz avanzara. Casi lo degüellan algunos de sus copartidarios en las redes sociales.
Las declaraciones del gerente de la campaña del No, Vélez Uribe, sobre la manipulación de mensajes por la vía de exacerbar furias y temores populares, así como su posterior renuncia, también dejan el mal sabor de las reacciones agresivas de algunos de los ganadores, con mala conciencia por los medios utilizados.
Si algunos líderes no saben ganar, no resulta extraño que los seguidores les imiten. Tal el tono del artículo que aparece en este medio digital en días recientes, de título directo: “Los cristianos sí estamos en guerra con la comunidad LGTB”. Dios destruyó Sodoma y Gomorra por los homosexuales, dice el autor. La intención del Sí al acuerdo aparece vinculada, pues, contra Dios y la estructura familiar. No se sabe cuántos centenares de miles, o quizás millones, siguieron el designio de sus pastores.
Del lado de los del No, a pesar de la aceptación de la derrota de parte del presidente, también aparecen, de parte de algunos, ataques propios de los malos perdedores. La generalización (los que votaron No son proclives al parmilitarismo, por ejemplo), las teorías conspirativas que unen a JM Santos y a Uribe, explotadores del pueblo, en un complot para impedir la paz y la equidad. En fin…
Abrigo la esperanza de que la mayoría de los colombianos
estarán de acuerdo con una versión corregida, factible,
del acuerdo que, en breve plazo, desempantane el proceso
Abrigo la esperanza de que la mayoría de los colombianos estarán de acuerdo con una versión corregida, factible, del acuerdo que, en breve plazo, desempantane el proceso. Quizás el gobierno deba pararle más bolas a la formación de una amplia coalición de fuerzas que va más allá de las citas palaciegas con los políticos tradicionales, rescatando los sectores que han presentado propuestas constructivas dentro de los que votaron No y motivando a aquellos que se abstuvieron, persuadiendo con argumentos y buena fe. Los jovenes que han organizado marchas en todo el país deben estar en primera línea en dicha coalición.
Quizás el Gobierno ha fallado en proyectar una visión del significado de un país en paz, tanto en términos de la preservación de vidas humanas, como de las oportunidades de bienestar, equidad y prosperidad económica. Los mensajes que deberá enviar deben ser breves y fáciles de entender. Nadie vota a partir de la lectura de mamotretos. Errores fáciles de corregir.
Suena obvio: para conciliar y llegar a un acuerdo sobre el acuerdo hay que ceder de parte y parte. Hay líderes del No que lo comprenden, como Francisco Santos y, presumo, como Camilo Gómez.
Guardo la esperanza de que la concesión del Premio Nobel de Paz le permita el espacio político suficiente al presidente para conformar un abanico de fuerzas proclives a la paz, incluyendo amplios sectores que, por diversos motivos, votaron No.