Yo espero que quienes vienen de perder las elecciones presidenciales asuman que, tanto en la vida como en la política, tan importante es saber ganar como saber perder. En ambos casos hay que tener la suficiente templanza como para sofrenar las pasiones e impedir que se suban impetuosamente a la cabeza, anulando la razón y el buen juicio a la hora de responder al desafío que suponen una u otra contingencia. Trayendo consigo el desvanecimiento de la victoria o el empeoramiento de la derrota. Sé que a los perdedores del domingo les duele muchísimo que les haya derrotado el candidato a quienes los medios y sus mas enconados adversarios políticos representaron siempre como la encarnación de los peores males que aquejan la patria. Pero no por ello deben dejarse dominar por el dolor y la rabia hasta el punto de negarse a estrechar la mano que generosamente les tendió Gustavo Petro en su primer discurso como presidente electo.
Ustedes pueden seguir pensando que él es poco menos que el demonio, pero lo que no pueden hacer, si es que en verdad se consideran demócratas, es negar que la mayoría de los votantes lo ha elegido como presidente de Colombia. Él lo es, tanto desde el punto de vista legal como político, y tiene por lo tanto el pleno derecho a gobernarnos. Y de hacerlo siguiendo el programa político del Pacto Histórico, que durante los largos y arduos meses de la campaña electoral pasada él presentó y defendió públicamente en muchas ocasiones y en los más diversos escenarios. Todos sabemos quién es Petro, cuál su trayectoria política y qué es lo que quiere hacer desde la presidencia que ganó de manera enteramente legitima. Estos son hechos incontestables que deben aceptar aún quienes no le votaron y sigan en desacuerdo con él.
Todos los presidentes que le precedieron en el cargo han hecho lo que creían o pensaban que era lo más conveniente, faltando con frecuencia a sus programas y a sus promesas electorales. No le pidan ahora Petro que sea él, precisamente él, quien renuncie a hacer lo que dijo claramente que quería hacer. Ni pretendan que la mano que les ha tendido en pro de la reconciliación y la paz que el país está reclamando con urgencia, significa que les concede el derecho al veto innegociable a todo o a las partes más importantes de su programa de gobierno.
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La advertencia de la no concesión del veto innegociable a su programa vale para los empresarios ensoberbecidos que amenazan con sacar del país sus capitales
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Esta advertencia vale especialmente para los medios periodísticos que tienen todo el derecho del derecho a criticar tanto a Petro como a su gestión del Gobierno. Pero, eso sí, sin utilizar en el cumplimiento de esa tarea indispensable para el funcionamiento cabal de la democracia, la mentira, las medias verdades o las noticias falsas. Y vale igualmente para esos empresarios ensoberbecidos que amenazan con sacar del país sus capitales. Estas amenazas son un chantaje inaceptable por este y por cualquier otro gobierno: su aceptación supondría el reconocimiento de hecho de que los intereses de una minoría de capitalistas desaprensivos pesan más que las intereses y las decisiones del pueblo soberano. Recuerden la definición de democracia ofrecida por Abraham Lincoln, ese demócrata irreprochable: “la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Y recuerden también que Colombia sigue siendo un país muy rico en muchos y muy diversos sentidos –pese a las políticas neoliberales que tanto lo han empobrecido– por lo que si unos capitales se van no faltarán en el mundo otros dispuestos a venir aquí a hacer negocios y obtener beneficios, acatando a su gobierno y respetando a sus leyes y a sus jueces.
El respeto a la oposición con el que públicamente se ha comprometido Gustavo Petro debería ser respondido por sus heterogéneos opositores con el respeto a su legítimo gobierno. Y con la buena disposición a entablar con él diálogos constructivos en busca de soluciones compartidas a los graves problemas que aquejan hoy a Colombia. En una coyuntura, en la que, a las amenazas de una guerra mundial, hay que añadir la inminencia de una nueva crisis económica internacional. Hay que adoptar la lógica de la negociación y abandonar definitivamente las lógicas beligerantes del “enemigo interior” y del “todo o nada”.