Hoy los jóvenes, así como es costumbre en los abuelos de Sabaneta, pueden decir esa frase. La nostalgia no debe esperar el paso de una generación, nostalgia exprés al ritmo del “progreso”… Se levantan torres de edificios como si crecieran de las semillas de las habichuelas mágicas de Jack. En una década se triplicó la población del municipio más pequeño del país, la clase media, huyendo de la pobreza que representa la turbulencia de la ciudad, se va para para donde la tendencia creada por los constructores la convenza de que ahí vivirá como rico.
La hiperconstrucción en zonas valorizadas se va normalizando, volviéndose quejas de cafés y tabernas de parque. Las vías congestionadas contrastan con las enormes vallas de una nueva urbanización que te hará encontrar, por unos cuantos cientos de millones, la felicidad en paraísos de concreto bautizados con nombres ecológicos.
El sábado 26 de febrero de este año hubo una marcha en Sabaneta, Antioquia, para protestar por el cambio de destinación de unos lotes cuyo objetivo, según el Plan Básico de Ordenamiento Territorial, era espacio público verde (12.000 metros cuadrados), ahora por decisión del Concejo, se le dan facultades al alcalde para cambiar su vocación y dar la posibilidad de ser urbanizados. Eran al menos 150 personas convocadas por jóvenes ambientalistas, líderes comunales y habitantes de las veredas.
Los de la administración municipal, algunos convertidos en esa especie de realeza que se crea en nuestras pequeñas democracias bananeras, salen a decir que era un intento de politizar, que hay intereses privados, que el dinero de la venta se utilizará para comprar espacio público “efectivo” en el centro de la ciudad, que ya hay suficientes zonas verdes. El “desarrollo” trae sus excusas de manual, la vanidad no permite cuestionamientos.
A pesar de los miles y miles de vehículos y de los edificios que ya les toca mirarse unos a otros, del agua que ya no alcanza para todos y de la angustia de ciudad grande que arropa a los sabaneteños, por ahí, en los árboles: las ardillas, las guacharacas y las zarigüeyas, buscan la manera de sobrevivirnos. Depredadores pasivos, la especie que arrastra en su suicidio de dios chiquito, a todo un planeta, a su creador.
Acudirán al halago, al regionalismo, al sentido de pertenencia, a la tradición de hablar en nombre de lo celestial, a los mensajes simples y contundentes, a las falacias lógicas y toda esa clase de subterfugios que les permitirán esperar el tiempo prudente para que el olvido haga su trabajo y en la siguiente campaña prometan arreglar lo que dañaron.