Marzo es agosto para los pescadores de Leticia, en el aeropuerto Vásquez Cobo de la capital de Amazonas aterrizan para esa época, previo a Semana Santa, hasta tres vuelos de carga diarios para proveerse de toneladas de carne fresca y seca de pescado.
Este año los aviones no llegaron porque las piezas de Bagres, Pirarucu y Gamitanas tampoco lo hicieron dejando en la comunidad de esta zona de frontera un enorme agujero en los ya empobrecidos bolsillos de los pescadores.
La plaza de Mercado de Leticia era un hervidero de gente en temporadas anteriores, se estima que más de 2 mil toneladas de pescado salían de este río en temporada de pesca.
Hoy los puestos de venta de pescado están vacíos, las neveras gigantes de los compradores al por mayor están desocupadas y el desespero empieza a hacer su aparición.
Llegan una que otra pieza gigante de Bagres que se despresa en segundos y se vende a 15 mil pesos el kilo en el mercado local.
Todos, pescadores y vendedores coinciden en afirmar que los problemas los generan fenómenos de cambio climático, la tala de bosques y la mano del hombre que no cuida el principal afluente del llamado pulmón del mundo, el Río Amazonas.
Investigaciones más profundas señalan como responsable del fenómeno a los eventos que afectaron a la cuenca del caribe el año pasado, donde se vivieron huracanes devastadores -Irma y María- que necesariamente impactan el frágil ecosistema de la selva amazónica.
Adicionalmente a ello se responsabiliza a las autoridades ambientales por la falta de control a los taladores de bosques que devastan millares de hectáreas de esta selva anualmente, que además tiene un sistema internacional de protección y de la que depende el oxígeno de una gran porción del planeta.
En Leticia dicen que cuando la selva tiene fiebre, el río es el termómetro y parece que la del Amazona es peligrosamente alta.