Otro péndulo en la geopolítica mundial se mueve entre los intereses geoestratégicos de los países signatarios de la OTAN y Rusia, como consecuencia del resurgimiento de una especie de nueva Guerra Fría. Todo desde que Rusia se opuso al ingreso de Ucrania a la OTAN, reincorporó a Crimea a su órbita estratégica y formuló críticas sobre las amenazas de su expansión hacia las goteras de la Federación Rusa.
De hecho, EE. UU. y la UE, con el despliegue de la OTAN hacia los dominios estratégicos de Rusia, bajo el sofisma de una respuesta a la agresión del expansionismo ruso por el apoyo a los movimientos separatistas del este de Ucrania y la reincorporación de Crimea, han pretendido mostrar a Rusia como la mala de la película ante el mundo.
Evidentemente son las falacias que han encontrado estadounidenses y europeos para emitir sanciones financieras y crediticias que diezmen la economía rusa, para luego redefinir un nuevo orden en materia energética en Europa. Ucrania es la república exsoviética más importante después de Rusia. Por lo tanto, pieza clave en el entorno estratégico de Rusia y, por su posición geográfica, de recursos y población es un escenario determinante para desestabilizar al Kremlin.
Rusia está rodeada por más de 29 bases militares de la OTAN, ubicada estratégicamente en Europa y Asia. De manera que si estudiamos el mapa de las fuerzas de la OTAN en ambos continentes, concluiremos que varias de esas fuerzas se encuentran cercanas a las fronteras rusas.
La finalidad de la OTAN es acorralar militarmente a Rusia. Por eso, hace poco, decidió crear nuevas bases militares y conformar unas fuerzas de despliegues rápidos y seis unidades de mando en varios países del este. De manera que la presencia militar de EE. UU. y la UE, desde el Báltico hasta los Balcanes, antigua zona de influencia de Rusia, es una nueva realidad geoestratégica.
Indudablemente que después de 25 años del fin de la Guerra Fría, y cuando las fuerzas de la OTAN se habían sido desplegadas para afrontar conflictos como los de Afganistán, Irak y otros países del Medio Oriente, volvió a entrar en vigencia la doctrina de defensa estratégica frente a Rusia. Obviamente que son los intereses económicos y estratégicos de gringos y europeos por el control de las riquezas de Ucrania, las razones de fondo que han hecho que vuelvan las escaladas verbales de las amenazas militares de Rusia. Los rusos tampoco se han quedado atrás y han anunciado que añadirán 40 misiles balísticos intercontinentales a su arsenal con capacidades para penetrar los sistemas antimisiles más avanzados y que refuerzarán sus posiciones militares en Asia Central y en el Ártico.
Es claro que tras la guerra de Ucrania y la oposición rusa que forme parte de la OTAN, Rusia se ha convertido en el obstáculo para su política expansionista hacia sus áreas de defensa. El expansionismo de la OTAN hacia el patio trasero ruso hace parte de la aceitada estratégica política de la seguridad energética de Europa.
De allí que EE. UU. ha incrementado los apoyos militares a los países miembros de la OTAN que hicieron parte de la cortina de hierro: Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Eslovenia, Letonia, Lituania y Estonia. EE. UU. y la UE tienen puestos sus intereses en el control de las riquezas petroleras y de gas de la región del Cáucaso y el mar Caspio.
Lo que buscan con las sanciones es estrangular la economía rusa para controlar con más facilidad las riquezas petroleras y gasíferas estratégicas. Sanciones que restringen créditos europeos y gringos para empresas rusas, al igual que limitan las transferencias de tecnología en el sector petrolero y emiten embargos de armas.
Más allá de esos intereses, EE.UU. está obligado a concertar con Rusia las negociaciones sobre el desarme nuclear con Irak, la solución del conflicto en Siria y la estrategia militar para combatir los avances del Estado islámico en el Medio Oriente.
Por las repercusiones que tienen las sanciones contra Rusia en la propia UE, países como Francia, Grecia, Italia y España reclaman más cordura, porque si bien las sanciones afectan a los rusos, también causan mucho daño a las economías europeas. Alemana e Italia han sido dos de los países más afectados. Un estudio del Instituto Austriaco de Investigaciones Económicas, concluyó que las sanciones a Rusia han puesto en peligro a más de dos millones de empleos en Europa.
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