La indignación en Colombia suele limitarse a las redes sociales porque estas permiten al usuario expresarse libremente respecto a temas específicos frente a un público, en la práctica, inexistente; sustituyendo la responsabilidad individual y social de tomar medidas concretas para corregir el rumbo. El comportamiento de los hinchas colombianos en Rusia es una prueba más (entre muchas) de nuestra profunda carencia de educación y de respeto, pero también evidencia nuestra cómoda individualidad, nuestra incapacidad y falta de voluntad para entender el país en el que vivimos.
La respuesta de la sociedad virtual se vio reducida a rechazar e informar que “esos colombianos” no nos representan, que no todos somos así, que solamente nos representan los “buenos colombianos”, que la causa de esta falta de educación y de respeto obedece a decisiones particulares, pero no a nuestro sistema educativo; que el presidente y nuestros gobernantes no tienen nada que ver con nuestra forma de habitar y relacionarnos con el mundo.
Esta concepción es, a todas luces, errónea y malintencionada porque permite a las personas a tomar bandos políticamente correctos, al árbol que proporciona más sombra invisibilizando los problemas reales y, por consiguiente, evitando promover los cambios necesarios. En otras palabras, somos ese individuo que cruza la calle para no ver a los pobres que están en la acera y piensa que así queda resuelto el problema. Ese es, queridos colombianos, el límite de nuestra indignación.
La realidad sin adornos es que, en efecto, esos hinchas colombianos sí nos representan, tal como nos han representado los Escobares, los Popeyes, los Timochenkos, lo Mancusos, los Gaitanes, los Uribes, los Nairos, los Malumas, las Shakiras, los García Márquez, los Boteros, los líderes asesinados, los corruptos indultados, los pobres, los Santos y todo colombiano y colombiana que habita este planeta. La mala nueva es que todos somos cómplices en esta obra de teatro porque, si bien, tenemos la libertad de tomar un camino, somos una sociedad que incluye ta todos por más aciertos o desaciertos que existan.
El presidente, los congresistas y demás gobernantes son responsables del desarrollo de la sociedad porque están encargados de diseñar, reglamentar, distribuir y ejecutar los presupuestos de la nación que determinan nuestro horizonte como sociedad. La pobreza, la educación, la salud y todos los aspectos de nuestra vida diaria están sujetos a nuestros gobernantes y, por supuesto, a nuestras decisiones políticas ejercidas mayormente mediante el voto. Los votantes en blanco y los no votantes también son responsables pasivos de la misma situación.
Tratar de clasificarnos entre buenos y malos es un acto vergonzante y clasista. Evidencia nuestra imperante necesidad de reflexión seria para poder comprender con mayor claridad quiénes somos, cuál es nuestro origen y el futuro que estamos trazando con nuestros actos y decisiones diarias.