Santiago, 20 de agosto de 2013
Querido Horacio:
Tenemos una nueva ‘revolución’. Se localiza en Colombia y la originó el paro agrario: los campesinos se rebelaron ante las muchas injusticias que los aquejan. Le exigen al gobierno lo que este debió haber hecho desde hace mucho más de veinte o treinta años: que los volteen a mirar.
El paro no llegó solo, por supuesto, con él llegaron los bloqueos de las principales carreteras, el desabastecimiento. Luego del paro, vinieron las marchas y los cacerolazos. Catalina Ruiz-Navarro registró muy bien en un reportaje que publicó El Espectador la experiencia de las marchas y cacerolazos. En fin, que la ‘revolución’ llegó, Horacio. Muchísimas personas apoyaron a los campesinos y se vistieron de ruanas como símbolo de la lucha. Santos, apático y sonso, que se vino a dar cuenta a los diez días de que el paro era de verdad, se apuró a hacer lo que pudo con lo que tuvo a mano: muy poco, la verdad. Con las marchas y los cacerolazos, también llegaron unos a quienes yo esperaba desde que las noticias sobre el paro eran pálidos mensajes de poquitas líneas: los vándalos.
No me las estoy dando de adivina, no, pero los esperaba porque la experiencia de vivir la famosa ‘revolución estudiantil’ que se dio en Chile hace un par de años, me ha enseñado que las revoluciones son cacerolazo de hoy y hambre de mañana; que duran lo que dura el bochinche. Que somos conscientes de que apoyamos a un sector productivo cuando este se ve contra la pared, asfixiado, como les pasó a los campesinos. Los ingenuos que creen que esto es una consecuencia del TLC, tal vez piensen que antes de este el campo estaba en su mejor momento, lo cual, por supuesto, nunca ha sido así.
Y así las cosas, Horacio, viendo los toros desde la barrera, como público, espectadora, leyendo las noticias, los reportajes, las columnas de opinión, lejísimos del lugar del conflicto, pienso que las revoluciones que nos tocaron hoy en día son efímeras. Que mañana nos vamos a olvidar otra vez de los campesinos. Que mañana, en el ejercicio de la democracia ―una democracia que por muy mala y débil que sea es el mejor sistema del que disponemos para actuar―, los colombianos irán en grey a hacer acto de inconsecuencia con sus ‘luchas’ y ‘revoluciones’, para poner de nuevo a los mismos con las mismas donde mismo.
Por supuesto, ya me dirás tú, que con esta carta no es que yo esté salvando a ese campesino que se rebeló, cansado de perder como en la guerra. Si mucho, lo estoy apoyando. Le estoy diciendo que entiendo que el campo colombiano sufre de atraso y abandono; entiendo que las políticas empleadas con ellos en las últimas décadas no los impulsan al desarrollo sino que los tratan con paternalismo y les dicen ‘pobrecitos’, les soban la cabeza, pero no piensan siquiera en fortalecerlos. Que no han puesto a su favor el desarrollo tecnológico, sino que lo han obligado a competir con él como si este fuera una bestia enemiga. Entiendo que ahora los campesinos se hagan oír, porque los sucesivos gobiernos que han tenido que padecer, no supieron mantener un equilibrio que les permita competir con justicia en los mercados nacionales e internacionales.
Sin embargo, a pesar de que los ojos de todos están puestos sobre este paro hoy, mañana se irán sobre corriendo tras otra coyuntura, como siguiendo el vuelo de una mariposa caprichosa, así como alguna vez fue la educación, por ejemplo. Serán otros los motivos para marchar y cacerolear. Vendrán los mismos vándalos a desviar la atención de lo verdaderamente importante. El periodismo ―radial, impreso, televisivo, etc― volverá a demostrar que es una feria de lugares comunes y desinformación, y los ‘revolucionarios’ de la ocasión volverán a sentir que tienen un motivo, algo que apoyar. Con el tiempo a todos se les (nos) va a olvidar todo y el campo colombiano va a seguir estancado en el mismo lugar.
A mí me gusta mucho la bulla que de tanto en tanto despierta a un pueblo tan silente, tan indiferente como el colombiano. Me alegra que el campo se haga sentir, que movilice a tantos. Pero la realidad es que la sola bulla sin un cambio profundo, visible, radical, tal vez es solo eso, ruido. Y para no salirme del mundo agrícola: solo ruido y cero nueces.
Abrazos,
Laura.