¿Cuánto tiempo llevamos matándonos los colombianos? ¿Cuántas historias de muerte y exilio se repiten como los días? Cielos de pena oscurecen los caminos de la fraternidad, mares de dolor anegan las esperanzas nuestras. ¿Acaso somos estirpes condenadas a la guerra? ¿Cuántos soles oscurecidos en pleno mediodía? Un inmenso país de hombres y mujeres hemos arrojado a la sombra. Cómo nos ha empobrecido la lluvia de odio que aún sigue cayendo sobre los campos y ciudades de Colombia.
Es la hora del abrazo y del pan común. Es la hora del silencio para que escuchemos entre todos el latir de nuestros propios corazones; es la hora del silencio de los fusiles para que la justicia despliegue sus grandes alas protectoras. Pero no basta siendo necesaria la buena voluntad; la paz no puede ser una espada contra nadie, la paz es un método para vivir cada día de la vida. La paz no es la meta es el ca-mino. Pero alguien dijo, no lo olvidemos: una guerra sin el pueblo es una guerra contra el pueblo y una paz sin el pueblo es la continuación de la guerra.
Aquí cabemos todos, aquí hay suficiente espacio para el que habite esta tierra, pero debemos arrancar de raíz la mala hierba del privilegio, sembrar el maíz de las oportunidades para que todo el mundo recoja su parte. No podemos seguir viviendo bajo el signo de la exclusión, no podemos seguir siendo una fábrica de inequidades que produce amargura como jabones, ladrones como lámparas y después se pregunta: ¿de dónde han salido estas gentes que afean el paisaje de mis privilegios?
La paz es hermana gemela de la justicia. Si la paz se pierde, la justicia no encuentra los caminos, si la justicia se ausenta la paz se vuelve una prisión insoportable. No nos engañemos: la realidad es dura y amarga, la solidaridad es una moneda que no circula en nuestra sociedad, la desigualdad es tan fuerte como las ceibas centenarias de algunos pueblos nuestros; el dolor es un río subterráneo que fluye por el corazón del pueblo, la impunidad es la reina que coronamos a diario y que impide que emerja la verdad de los crímenes y aflore el perdón en los labios de las víctimas.
Soñemos con el poeta: « ¡No hay noche, por larga que sea, que no encuentre al fin el día!» ¿Será posible una sociedad donde el alba sea también la luz de un desayuno para todos? ¿Habrá un día en que podamos mirarnos a los ojos sin miedo y desconfianza? ¡Cuántas preguntas sin respuesta y tantas preguntas que faltan!
Tenemos que estar a la altura de nuestros sueños, recordemos que una esperanza trunca es la cuna de la venganza, que de utopías sangrientas está poblada la historia de los hombres. ¿Cómo rayar el diamante de la indiferencia que como una peste arraigó en las entrañas de muchos? No es suficiente conmover el corazón de pedernal de los poderosos de Colombia; no es caridad lo que pide la gente del común, tampoco alcanzan la justeza de sus razones, es indispensable que el punto de vista y los intereses de la mayoría sean los que predominen en las decisiones públicas, pero para ello tienen que danzar juntas, conciencia y acción, pues si la democracia se queda en fórmulas rituales termina siendo cosa de unos pocos en la que la mayoría delega sin exigir responsabilidades políticas.
La paz es como el aire, si está contaminado afecta no ya nuestros pulmones sino la vida que vivimos, removamos los tóxicos que envenenan la vida social y por paradójico que parezca, esa misión es una responsabilidad de todos. Quizá las viejas generaciones tengan encima demasiadas cargas y toxinas para llevar a cabo esta empresa, tal vez el relevo deba ser tomado por los jóvenes y las mujeres.
Hay un país que agoniza con sus privilegios y se resiste a morir, hay un país que gatea con sus incerti-dumbres y se demora en caminar, es el tiempo de todos los presentes, no podemos ser lo que somos ni muchos menos transformarlo si no hay una memoria, sin un conocimiento claro y distinto de nuestra historia.
La paz como la caridad empieza por casa. Es vano proclamarla hacia fuera si no es la guía en nuestros actos cotidianos. No basta marchar, pero reunirnos y sentir al mismo tiempo la inmensa multitud de nuestras soledades y sueños son las primeras alas de un vuelo luminoso.