Rubén Salazar, el cardenal que tuvo que cambiar la Catedral por la tele misa

Rubén Salazar, el cardenal que tuvo que cambiar la Catedral por la tele misa

La Semana Santa tomó al jerarca mayor en cuarentana, impensable en sus 78 años en los que, como para todos los sacerdotes, en el contacto con la gente estaba la fuerza.

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abril 09, 2020
Rubén Salazar, el cardenal que tuvo que cambiar la Catedral por la tele misa

Llevaba cuatro días de estricto retiro espiritual en un seminario en Panamá cuando un sacerdote le entregó una carta. Los sellos, los arreboles, la letra curvada y elegante le otorgaban una solemnidad celestial al papel. Ese 22 de octubre del 2012 el Papa Benedicto XVI le daba una de las mejores noticias que había recibido en su vida: lo había escogido para ser uno de sus nuevos cardenales. Compartía con Ratzinger un alto conocimiento de la biblia. Salazar estudió en Roma en el Pontificio Instituto Bíblico de donde salió como especialista en las Sagradas Escrituras. Desde ese tiempo forjó la relación con el entonces Cardenal Ratzinger quien daba clases en esa institución.

Lejos de las vanidades de López Trujillo o Darío Castrillón, Rubén Salazar Gómez siempre había tratado de mantener un bajo perfil. Dueño de una modestia a prueba de elogios, se miró al espejo y creyó que el púrpura podría despertar envidias pero, en el fondo, no le quedaba tan mal. Igual había soñado con esto desde hacía sesenta años.

Nacido en Bogotá el 22 de septiembre de 1942, hijo del abogado Narsés Salazar Cuartas y de la profesora Josefina Gómez Villora, los primeros recuerdos del Arzobispo de Bogotá tienen que ver con su vocación. Con su hermana Maria Luz, quien hoy en día es abogada, jugaban a dar misas en los convulsos finales de los años cuarenta. Su niñez la vivió entre Neiva e Ibagué por los negocios que tenía su papá.

Era tal la vocación que mientras sus amigos pedían de regalo carros, volquetas, castillos de juguete o balones de cuero, él suplicaba por un altar. Quería tener una iglesia para él solo y dar ahí sus misas infantiles. Sorprendido Don Narsés le mandó a hacer a un ebanista el pequeño altar. La sotana se la confeccionó su papá. Los niños del barrio lo seguían a rajatabla y asentían en cada uno de sus sermones. Por eso, cuando entró al seminario de Ibagué en 1960, ya tenía más de una misa encima a pesar de no haberse ordenado sacerdote, logro que consiguió siete años después. Sin embargo a los dos años de estar dentro del seminario, se le apagó por un momento la voz de Dios que le hablaba desde adentro.

Entonces le habló fue el mundo. Dejó su sotana en 1962 y se enfrascó, durante un año, en el sueño de ser médico. Alcanzó a hacer un semestre en la Universidad Nacional pero volvió a sentir el llamado en 1963, año en el que se reintegra al Seminario de Ibagué. Nunca más volvió a tener dudas tan grande como para colgar la sotana.

Pero Rubén Salazar estaba destinado a grandes cosas. Su nombramiento como obispo de Cúcuta, lugar que ocupó entre 1992 y 1998, le enseñó a ver de frente la peor cara de la guerra. Azotada por el ELN y por los grupos de autodefensa que pululaban en el Catatumbo con sus monumentales laboratorios de coca, Salazar escuchó las escabrosas historias de los miles de desplazados que entraban a la capital de Norte de Santander en ese periodo. Él trabajaba también muy de la mano de la Pastoral Social, Por eso, Salazar, siendo presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, apoyó sin restricciones el proceso de paz del gobierno de Juan Manuel Santos con las Farc. Sin embargo un hecho más importante todavía protagonizaría.

Vaticano, 13 de marzo del 2013. Después de que Benedicto XVI renunciara, los cardenales del mundo se reúnen para elegir su sucesor. Llevan cuatro votaciones, la quinta podría ser la vencida. En todas Rubén Salazar ha votado por el obispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio. Está en sintonía con su carácter liberal y de cero tolerancia hacia los abusos sexuales de sacerdotes a miles de niños alrededor del mundo. Su postura quedó plasmada en una entrevista que le dio a la Revista Semana en marzo del 2019. Una de sus frases retumbó dentro de la inmensa comunidad católica: “Quién calla un caso de abuso también es un abusador”

En el 2015 dejó la Conferencia Episcopal de Colombia y pasó a la CELAM, Consejo Episcopal Latinoamericano, cargo que ocupó hasta el 2019. Desde esa fecha y, con una sobrehumana vitalidad a los 78 años, Rubén Salazar es el arzobispo de Bogotá, o lo que es lo mismo, cardenal primado de Colombia. Ante los retos que impone el Coronavirus a Salazar le queda trasladar el fervor católico en Semana Santa de las calles colombianas a la banda ancha de internet. Un reto que está más que preparado para realizar.

 

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