Aquí ni gusta ni disgusta la crítica. No gusta porque terminamos escupiendo nuestros egos. No disgusta porque parece interesarle a una población muy estrecha. Al director colombiano Rubén Mendoza se le olvidó que el lugar desde donde él habla, actúa y se manifiesta al mundo atraviesa directamente el trabajo audiovisual que construye. Esta no está emancipada de la otra. Y se le olvidó de tal forma que dio una respuesta donde su ego, homofobia y machismo justificaron la crítica que le hizo Pedro Adrián Zuluaga a su última cinta cinematográfica, 'Niña errante'.
Mendoza en una entrevista que dio a la agencia ANADOLU, le preguntaron su opinión sobre un comentario que había recibido por parte del crítico de cine Pedro Adrián Zuluaga donde este afirmaba que "Niña errante es una película para la cual el cuerpo femenino es un territorio a ser asaltado por el placer masculino", a lo que él respondió: "Él se escuda en su homosexualidad para decir que así ve las cosas. Lo digo porque abiertamente habla de eso. Se necesita tener el corazón muy cochino para leer la película de esa forma. Si así de cochino es alguien para decirlo, así te lo respondo" y terminó por llamarlo "el Uribe de la crítica".
A pesar de que no comparto por completo todos los lugares a los que llega Zuluaga, sí estoy de acuerdo con la naturalización de la pornomiseria, que es seguir reproduciendo —en este caso desde el cine— a una latinoamérica "miserable" y objeto de intervención colonial. Es decir, que la forma en que Europa nos mira la sigamos adoptando incluso desde donde nos enunciamos, que en este caso es un país latinoamericano.
Una mirada simple y desentendida de la película diría que es reveladora la forma en que 'Niña errante' representa a la mujer y su sexualidad, pero hay que prestar un poco más de atención para darnos cuenta de que el rol de la mujer es pasivo y es solo mirada a través de un lente —el director— heteronormativo, machista y reproductor de estos discursos coloniales. La mujer, como dice Zuluaga, "es eso que vemos y nada más. Como personajes están precarizados, despojados de volumen. La película nunca le da la vuelta a esa simplificación a través de algún tipo de distancia crítica: la naturaliza". Y es así, la distancia entre el lente y el personaje rompe la ficción de la cinta, y nos pone ante un escenario donde son palpables las visiones machistas del director mismo.
Además, podemos notar que la homofobia de Rubén Mendoza es tan latente que es incapaz de darse cuenta de que la crítica de Zuluaga podría ser incluso más problematizada, pero al parecer para Mendoza es más importante dejar en claro que una persona homosexual es perversa y cochina por entender que los cuerpos femeninos han sido territorios de violencias, y objetos de lo masculino para su placer y génesis de deseo. Pero claro que es difícil en nuestra cultura colombiana y machista para un hombre entender las luchas y problematizaciones que hemos estructurado las mujeres porque no es mujer, y tampoco uno heterosexual entiende las luchas y disputas de los homosexuales, porque tampoco lo es. Eso no significa que no puedan acompañar, apoyar e intervenir, pero se necesitan procesos complejos para lograrlo de una forma que no violente lo ya logrado. Aquí es donde el micromachismo de Mendoza se sigue perpetuando incluso en el arte que él construye. Lo inocente de todo esto es que ni siquiera se da cuenta de ello. Le cuesta. Es obvio: difícilmente un machista u homófobo es capaz de aceptar que lo es.
Ahora, no puedo desaprovechar la oportunidad para hacer énfasis en uno de esos lugares en donde no comparto la posición de Pedro Adrián Zuluaga. Asumir que hay miradas reduccionistas en el cine es olvidar el papel que tiene el receptor, y es asumir que los discursos que lo atraviesan no son dinámicos. Aunque entiendo que hablemos de un trabajo individual de dirección, no se puede omitir la ecuación del equipo entero, eso incluye prácticas, roles, discursos, etc. que atraviesan por completo al director y sus creaciones. En todo caso, Zuluaga hizo esta afirmación: "La reducción de lo femenino a la sexualidad, a las experiencias y la expectativas sobre el cuerpo, no subvierte ningún orden: lo afirma. No empodera a las mujeres, las empobrece." Esto lo dice en un contexto donde reconoce que la película libera fantasías masculinas sobre las mujeres, y que al generarles un reconocimiento a ese público femenino significa que incluso las mismas víctimas normalizan los deseos y miradas masculinas.
Discutí esa afirmación con una amiga y, en lo personal, me parece pretencioso afirmar que se puede reducir lo femenino —o a una persona— a la sexualidad, primero, porque es un sujeto atravesado por miles de estructuras de poder que —en este contexto colombiano: de nuevo, cultura machista— lucha por desintegrarlas y configurarse a partir de unas nuevas, pero reconoce que también la oprimen, la desplazan y la convierten en sujeto que parece no tener agencia sobre sí misma. Sobre todo cuando en una película la "enuncian" personajes que no disputan su propio lugar de enunciación, y que han sido constituidos en una dirección cinematográfica machista, homofóbica y perpetuadoras de las violencias que siempre nos han atravesado a las mujeres.
Queda por decir que, incluso aquí escribiendo esto, sé que toco puntos que se pueden problematizar incluso más, que las perspectivas de otras personas van a disgustar con la mía por completo, pero por eso mismo la invitación es a debatir más, a reaccionar más desde la crítica, la investigación y la experiencia. Porque eso es lo que vale. Eso es lo que vale en un país donde nada gusta pero tampoco disgusta.