Rubén Darío y la interioridad

Rubén Darío y la interioridad

Es notorio que de los escritos de Rubén Darío, el gran autor del Modernismo latinoamericano, se conozca solo una parte. Lo conocido son sus obras poesía...

Por: Silvio Avendaño
julio 19, 2023
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Rubén Darío y la interioridad

Es notorio que de los escritos de Rubén Darío se conozca solo una parte. Lo conocido son sus obras poesía: De epístolas y poemas, Azul, Prosas profanas, Cantos de vida y esperanza, Los cisnes, El canto del errante, Poema de otoño, Canto a la Argentina, Poesía dispersa…y que no salgan a la luz pública: Los rarosEspaña contemporánea, Peregrinaciones, La caravana pasa, Tierras solares, Opiniones, Parisina, El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical, Letras , Todo al vuelo. La vida de Rubén Darío escrita por él mismo, Semblanzas. 

Respira el bardo la atmósfera de las repúblicas hispanas, cuando se ha dejado atrás la colonia española. Pero no ha sido posible un ambiente de libertad. El aire inspira odio, discordia, guerra. La formación política que ha dejado atrás la monarquía española no lleva al ideal de un mundo distinto. El poema Colón traza la cruda realidad: 

“¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América, 
tu india virgen y hermosa de sangre cálida, 
la perla de tus sueños es una histérica 
de convulsivos nervios y frente pálida. 

Un desastroso espíritu posee tu tierra: 
donde la tribu unida blandió sus mazas, 
hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra, 
se hieren y destrozan las mismas razas…” 

Las nuevas repúblicas que han dejado en el siglo XIX el colonialismo, padecen una vez más el sometimiento del neo-colonialismo. Rubén Darío ve el peligro, sabe que la doctrina Monroe: “América para los americanos” (1823) constituye una amenaza para los países hispanoamericanos, pues si bien, hay una oposición de los Estados Unidos al colonialismo europeo, no significa que el Tío Sam sea el recolonizador. En el poema Roosevelt bosqueja la situación de sometimiento. No se puede olvidar lo que ocurrió en Panamá.

¡Es con voz de Biblia, o verso de Walt Whitman,

que habría que llegar hasta ti, Cazador!

¡Primitivo y moderno, sencillo y complicado,

con un algo de Washington y cuatro de Nemrod!

Eres los Estados Unidos,

eres el futuro invasor

de la América ingenua que tiene sangre indígena,

que aún reza a Jesucristo y aún habla en español…

Por otra parte, Rubén Darío, en su condición de poeta, sabe muy bien, el significado del arte en el mundo burgués. Así, en El rey burgués palpa la condición del artista en la sociedad del capitalismo: Un día le llevaron al rey una rara especie de hombre ante el trono, donde se hallaba rodeado de cortesanas, de retóricos, de maestros de equitación y de baile. ¿Qué es eso?, preguntó el rey burgués- Señor, es un poeta. - El rey burgués dice: Dejadlo ahí. Y ante el poeta que padece el hambre, el rey dice: Habla y comerás. El bardo, entonces, expone: Señor, ha tiempo que yo canto al verbo del provenir…He roto el arpa dulzona de las cuerdas débiles…, he buscado el calor del ideal…porque viene el tiempo de las grandes revoluciones… ¡Señor, el arte no está en los frisos envoltorios de mármol, ni en los cuadros lamidos, ni en la excelente obra del señor Ohnat… “Y el rey burgués concede al poeta un lugar en el jardín para que allí “pueda ganarse la comida con una caja de música; podemos colocarlo en el jardín cerca de los cisnes”. De esta manera, el poeta es un pobre diablo que da vueltas al tiririn. Ante el cielo opaco, el interés constante del mundo burgués, el artista queda relegado porque la creación ya no importa, sino que lo vinculante en el capitalismo es el dinero, la ganancia y la utilidad.

 Y, en otro relato, -El velo de la reina Mab- en una buhardilla se hallan cuatro hombres flacos, barbudos e impertinentes lamentándose cuando llega la reina. El escultor siente el martirio de su pequeñez porque pasaron tiempos gloriosos. El pintor sufre terrible desencanto por el porvenir. ¡Vender un cuadro en dos pesetas para almorzar! Con su inspiración, el compositor entre la muchedumbre befa y le espera la celda del manicomio. El poeta, que dice: yo escribiría algo inmortal, más me abruma un porvenir de miseria y de hambre… Entonces la reina Mab toma el velo de los sueños, de los dulces sueños, y cubre a los hombres flacos, barbudos e impertinentes, y en ellos penetra la esperanza, en su cabeza el sol alegre, con el diablillo de la vanidad, que consuela en sus profundas decepciones a los artistas.

Más Rubén Darío no se queda en la musa que bosqueja la condición política de las repúblicas hispana en el neo-colonialismo; tampoco en la situación del artista en el mundo burgués. Si bien es cierto que en sus versos hay sonoridad, ritmo y armonía, pero no se queda en ello. El Poema de otoño, traza la cotidianidad atormentada.

                                                                       La dulzura del ángelus matinal y divino

que dibujan ingenuas campanas provinciales

en un aire inocente a fuerza de trigales

de plegaria, de ensueño de virgen y de trino

de ruiseñor, opuesto todo al raudo destino 

que no cree en Dios... el oscuro ovillo vespertino

que la tarde devana tras opacos cristales

por tejer la inconsútil tela de nuestros males

todo hecho de carne y aromados en vino…

Y esta atroz amargura de no gustar de nada,

de no saber a dónde dirigir nuestra proa,

mientras el pobre esquife en la noche cerrada

va en las hostiles olas huérfano de la aurora

(¡Oh suaves campanas entre la madrugada!) 

La intimidad de Rubén Darío es contradictoria. El sentimiento religioso, la dulzura del ángelus, pensamiento musical, inocencia de plegaria, ensueño de virgen y trino de ruiseñor se hace añicos. El desgarramiento se hace presente cuando la existencia va por otro camino. Lo religioso es arrollado por la experiencia prosaica, Al paso del día desaparece la evocación de un orden luminoso. En la tarde el sueño del alba blanca y rosada se ha esfumado.  Y la situación deslucida en la que la interioridad es un amasijo de percepciones y sensaciones, de quien está perdido, dada la pasión, carnalidad, deseo. El entramado del acontecer es el fatum apabullante que conlleva a la opacidad de las vivencias y, en su lugar queda la experiencia vital de abatimiento “por la musa de carne y hueso” y la apetencia “aromada de vinos”. Y, ante la pérdida del sueño virginal brota desde el fondo de sí la amargura. La escisión ante la pérdida de sentido lleva a la desorientación, pues se ha perdido el ideal que daba sentido a la existencia.  La escisión encierra un abismo ante la unidad perdida y el fatal embrollo por la confusión.  Se diluye la armonía. y al encontrarse desarraigado, igual que el esquife en la noche obscura no encuentra el punto de la configuración.  Por eso va a la deriva. Y, esto trae la amargura por el abismo entre el ideal y lo real.  Perdido, en medio de la incertidumbre con los sueños rotos, con el alma en ascuas, con la fe perdida.  Soledad al contemplar la distancia de lo perdido. En la incertidumbre, en la noche, nace la esperanza de volver a aquel mundo luminoso.  Y, con el paso del tiempo, al tornar la mirada se encuentra:

Allá lejos.

Buey que vi en mi niñez echando vaho un día

bajo el nicaragüense sol de encendidos oros,

en la hacienda fecunda, plena de armonía

del trópico; paloma de los bosques sonoros

del viento, de las hachas, de pájaros y toros

salvajes, yo os saludo, pues sois la vida mía.

Pesado buey, tú evocas la dulce madrugada

que llamaba al ordeño de la vaca lechera,

cuando era mi existencia toda blanca y rosada;

y tu paloma arrulladora y montañera,

significabas en mi primavera pasada,

todo lo que hay en la divina primavera.

El recuerdo va hacia otro estado de ánimo.  Un tiempo distinto sustraído del contacto directo y vulgar del desenfreno de las pasiones y deseos. El espíritu evoca la espontaneidad, el encanto de la vivencia fundida en sueños y formas, a través del velo del tiempo.  En el recuerdo el poeta abreva la luminosidad del trópico, la hacienda fecunda, la naturaleza plena de armonía. Sólo que ese recuerdo es visto desde el interior destrozado. Después de ser el fauno... la existencia desdibuja la imagen de la infancia, La escisión dolorosa es la distancia que separa, el presente y, el “era” se convierte en algo que no se puede asir, ante la subjetividad deslucida.  Sin embargo, en ese interior, el corazón abreva para invocar el aliento de la existencia.

La belleza de los versos de Rubén Darío: musicalidad, melodía, imágenes y espíritu esconden la agonía de quien titubea. La poesía, bosqueja la oscilación entre la ensoñación y el raudo destino, del hundimiento en la zozobra. La subjetividad es oscilación en la que hay constante  tormento, agonía, aspiración a la armonía.  Sin embargo la unidad no se encuentra en la religiosidad, sino que se habita en el ser sentimental, sensible y sensitivo, en una profunda insatisfacción consigo mismo. Y, ello se plasma en los versos en los cuales no esta presente la locura de otro tiempo:

Yo sé que hay quienes dicen, ¿por qué no canta ahora

con aquella locura armoniosa de antaño?

Esos no ven la obra profunda de la hora,

la labor del minuto y el prodigio del año.

Yo, pobre árbol produje, el amor de la brisa,

pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa… 

Hay un cambio, pues aquel mundo de ensoñación se desdibuja y, en su lugar queda en la interioridad el dolor y agonía. Y, desde la angustiada vida cotidiana vuelve a la memoria la belleza. La certidumbre, en el sentido primordial del término, que constituye la configuración de sí mismo, se pierde.  El estado de ensoñación da paso a la incertidumbre.  Zozobra el sentido de orientación. Conmovido parece como si el espíritu perdiera todo aliento y fuese a desfallecer.  El sueño ante el estar extraviado y el dolor es nostalgia de armonía.  Pero vuelve la esperanza de una existencia distinta. “Ese es mi mal. Soñar.” Desde la amargura y perdido.

“Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo

botón de pensamiento que busca ser la rosa

se anuncia con un beso que en mis labios se posa

el abrazo imposible de la Venus de Milo…

 El dolor, estar perdido y el ansia de unidad.  La inquietud no es otra cosa que la aspiración de alcanzar el ideal. Lo espantable es la tortura interior porque si bien hay un acercamiento, sucede que es algo imposible alcanzar el ideal. 

En la conciencia de Rubén Darío, la secularización se expresa en poesía.  Sólo que éste darse cuenta lleva a la soledad. Ante el espanto que siente huye, se hunde en la interioridad y en el insomnio. Cuando el silencio cubre la ciudad, se escucha el sonido de las puertas, el paso de un coche lejano. Entonces, viene lo que hubiera podido ser la existencia y lo que no fue, “la pérdida del reino que era para mí”, el sueño frustrado de la existencia se vierte en los versos:

Como en un vaso vierto en ellos mis dolores

de lejanos recuerdos y desgracias funestas,

y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores,

y el duelo de mi corazón, triste de fiestas… 

Rubén Darío duda. No encuentra ubicación, padece el desasosiego, la amargura, la exasperación, el sentido crítico. El fracaso se hace presente y al mismo tiempo la autoconciencia de encontrarse en la incertidumbre. Y, ante lo nuevo que es el mundo profano, el dolor expresa la angustia por la desorientación.  El camino es incierto.  La morada es un universo sin sentido.  La condición es soledad, agonía y desconcierto. Se encuentra en el mundo de la prosa. La oscilación de su espíritu no es otra cosa que la conciencia de la fragilidad, ser finito, perdido en un tiempo azaroso, desconocido. La interioridad, la íntima realidad en el desconcierto. Soledad, duda, incertidumbre e indecisión. El horizonte no es la religión.  La poesía constituye la expresión de la existencia en la temporalidad, la penuria, la libertad. El acontecer de la finitud es agonía consigo mismo, dado que no se sabe el camino, tampoco el destino que sólo ofrece al final el espanto de estar muerto, pues no sabe nada. De ahí:

Lo fatal

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo

y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el de ser vivo,

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido y un futuro terror...

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida por la sombra y por

lo que no sabemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos

¡y no saber a dónde vamos

ni de dónde venimos! 

Antonio Machado, al saber que Rubén Darío el errante (1867- Metapa-Nicaragua, Guatemala, Chile, Costa Rica, Panamá, Buenos Aires, Europa, Brasil, Montevideo, New York, León-Nicaragua -1916) ha muerto, escribió:

 “Si era toda en tu verso la armonía del mundo

¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?...

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