Rubén Blades y la máquina musical para aplastar el reguetón

Rubén Blades y la máquina musical para aplastar el reguetón

Ante 20 mil personas el maestro demostró, en un concierto de 3 horas, que a los 74 años tiene la energía para resistir la embestida de J Balvin y Maluma

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abril 04, 2022
Rubén Blades y la máquina musical para aplastar el reguetón

A las nueve de la noche, cuando las trompetas sonaron por primera vez, ya había 20 mil personas abarrotando el Movistar Arena. La expectativa flotaba en el ambiente. Era un ritual, una ceremonia para adorar al último de los dioses de la salsa. Acompañado de una big bang con 30 músicos de su entraña panameña Rubén Blades ofrecía Salswing, un espectáculo de salsa que también era jazz y swing, un homenaje al oficio de cantar que pasaba por revivir a su amigo Héctor Lavoe y también a Frank Sinatra. A las nueve y cinco de la noche de ese sábado 2 de abril, cuando empezó a frasear Caminando, Rubén Blades era más que nostalgia.

A los 74 años ha logrado mantener un físico envidiable con base a una rutina de tres horas diarias de ejercicios guiados por su entrenador, Francisco Jaime, en un gimnasio de boxeo en Chelsea, Nueva York, a unos pasos de la casa de 500 metros cuadrados en donde se refugia del mundanal ruido. Sin miedo a la altura que doblegó hace dos semanas a Miley Cirus, la ídolo del pop norteamericano a la que le lleva 40 años, Blades nos pidió calma, tranquilidad, después de abrir su presentación con su eterna Caminando y nos prometió, de entrada, que la fiesta se extendería hasta la una de la mañana. No defraudó y logró algo que es muy difícil cuando se tiene su estatura: ser fiel a su legado

En 1968 Rubén Blades tenía 20 años y la salsa apenas nacía. El empresario Jerry Masuchi erigió en plena Quinta Avenida un edificio de cuarenta pisos que era el corazón de la FANIA, el sello disquero con el que el sonido más potente del Caribe conquistaba el mundo. Mucho más allá de la pachanga, de la necesidad rumbera, el nuevo sonido era el altavoz por el que millones de excluídos de este continente podrían contar sus historias, denunciar sus injusticias. A los 16 años Blades tuvo un primer despertar de la consciencia cuando participó activamente de las protestas del 9 de enero de 1964 contra la ocupación yanqui del Canal de Panamá. Él fue uno de los estudiantes que participó en las protestas contra la embajada norteamericana pidiendo que se fueran. Toda la pesada y mortífera maquinaria de Lyndon Johnson, entonces presidente de EEUU,  la sintieron los panameños después de que sus tropas asesinaran a veinte estudiantes. Rubén, cronista, nunca olvidó la masacre y producto de esto escribiría década después Patria, uno de sus himnos.

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Uno de los momentos claves de la noche: el homenaje a su amigo Hector Lavoe con su hermosa versión de El Cantante

Blades tenía voz y sabía escribir. Por eso en 1968 le saca un tiempo a sus estudios de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Panamá y llama al edificio de la Fania a preguntar si tenían chance para un joven cantante. Obviamente casi le tiran el teléfono pero antes de hacerlo usó su encanto y se regaló: denme un trabajo en lo que sea, así que fue el muchacho de los mandados durante un año hasta que compuso cosas como El caanguero o Pablo Pueblo y empezó a frasear uno de sus lemas: Usa la consciencia, latino. Y bueno, el resto es leyenda. Y la leyenda volvió a pasar por Bogotá.

La primera vez que vino a la capital también se quejó de la altura. Eso si, no lo hizo en un marco de imponencia como el del Movistar. Fue en la cárcel Modelo, con los presos, en 1978. Una de sus tesis de grado fue la Especificación del hurto en Latinoamérica. Intentar explicar por qué razón una gente tan bacana como la nuestra podría ser tan feroz a la hora de atracar. Ese conecte de la salsa con los Juanitos Alimaña se vio patente en esa presentación de hace 44 años. El público, después de medio siglo, ha cambiado por completo. En uno de los palcos de anoche estaba el ex rector de Los Andes, Alejandro Gaviria, o empresarios reconocidos que miraban para otro lado cuando Blades soltaba frases, entre canciones, como la de que “Hay gente tan pobre que lo único que tiene es dinero”. Y se fundía en maravillas como Tiburón o Paula C y yo pienso, ¿por qué siempre que hablan de Blades resaltan que actuó con leyendas como De Niro, que es abogado de Harvard, ministro de turismo, candidato a la presidencia de Panamá, amigo de Gabo, cronista connotado, columnista feroz, pero nadie habla de su voz. Dios, tiene 74 años este portento y durante cuatro horas es capaz de restregarnos su música como si todavía fuera ese niño del barrio Carrasquilla de Ciudad de Panamá que buscaba los edificios abandonados de su calle para encontrar la acústica que necesitaban los sones que cantaba de Ismael Rivera. Por eso se le mide a lo que sea, incluso a homenajear a Frank Sinatra con una belleza como The way look tonight que tocó con su big bang, un deleite de los que pocos se percataron.

Claro que el Movistar  estaba plagado de viejitos bien que no se sentaron en toda la noche, trabajadores que llegaron de lugares tan apartados como Bucaramanga o Cúcuta con todos sus ahorros para ver a Blades así fuera en el gallinero, pero la cantidad de gente joven que coreaba sus canciones era abrumadora. No podían creer algunos que esto pudiera suceder, que se rumbiara con la consciencia, con letras inspiradas en Gabo como Ojos de perro azul que tantos problemas le trajo a Ruben en su momento, y no con el erotismo básico de “Mueve el culo, mueve la cadera” de esperpentos como J Balvin. A través de Residente, con el que comparte pasiones no sólo musicales sino de comics –ambos son coleccionistas-, Blades se mantiene al día de las novedades reggetoneras. En conversación con el escritor cubano Leonardo Padura del 2019, Blades hizo esta reflección sobre el reggetón: "Una vez le pregunté a Residente  por qué no había preferido la salsa como medio de expresión y me respondió que él no sabía cantar, no podía sostener melodías permanentemente. Creo que el reguetón apela de forma visceral a la líbido de los adolescentes, las letras de contenido erótico encuentran un eco natural en esa edad, los videos reafirman la época del selfie, del yo, yo. Mientras la salsa presenta un formato más adulto, más sofisticado. Se tiene que saber cantar con afinación, para bailar hay que entender la clave, todo es mucho más complejo. El reguetón por su lado es la salida , el escape rebelde que encuentra en la monotonía rítmica y en la no complejidad armónica una explicación existencial".

Y eso es lo que uno piensa al salir al frío bogotano de las dos de la mañana, que todo valió la pena, no solo resistir con Rubén cuatro horas de rumba intensa, sino la salsa, ese género que muere y que solo resiste en países como Perú y Colombia y miro a los muchachos salir tambaleando por la borrachera y el cansancio y, a pesar de su belleza, de su juventud, uno no puede dejar de tenerles un poco de lástima y entre dientes murmurar: “Dios, de lo que se perdieron” se perdieron de una época maravillosa en donde la música era uno de los vehículos para buscar la utopía y ahora todo esto se perdió y lo único que queda es el recuerdo y Rubén que es eterno como el río y el ismo.

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