Por culpa del neoliberalismo que nos trajo la descentralización (o al revés) del presidente Gaviria en el siglo pasado (corría el año de 1993), en un refugio escogido por la tecnocracia del DNP y el Corpes Costa Atlántica (de ese entonces), entre Santa Marta y Riohacha; se llamaba Guachaca el sitio reservado para las élites que en ese entonces gozaban de clubes exclusivos, entre la montaña de la Sierra Nevada, sus ríos de aguas cristalina y el mar infinito; fue cuando conocí a Rosita.
En medio de un paisaje exuberante para nosotros, una legión desordenada de burócratas de mediana estatura funcional, venidos de Sucre, Córdoba, Bolívar y San Andrés Islas; pretendíamos convertirnos en los alfiles del neoliberalismo en media región Caribe y tan ilusos entonces, fungir como agentes del desarrollo institucional municipal.
Desde ese tiempo de imberbes posturas y de copias malinterpretadas y acomodadas de los manuales del Banco Mundial; nos congregamos en santa fe institucional con el propósito de lanzarnos después a las cruzadas territoriales que nos permitiría conquistar la modernización de nuestros municipios.
Fuimos instrumentos inútiles del neoliberalismo.
Pero quedó del naufragio unas grandes amistades y una cofradía que iba más allá de la reverencia por el conocimiento y los manuales de consultoría y modernidad que prometían cambiar a los municipios de la región.
Una de las legionarias era Rosita Jiménez.
Llegó en representación de su querida Universidad de Cartagena, la que también había sido mi alma máter y que, por ello, hicimos una extraña conexión de defensa y orgullo.
Desde esos años de inocencia neoliberal hasta estos días de incertidumbres del posconflicto, ha corrido demasiada agua debajo del puente sobre el río del tiempo; y con Rosita cada vez que nos conectábamos en presencia o en virtualidad; seguíamos rescatando de los zanjones del olvido nuestras experiencias iniciales de Guachaca y las nuevas que construíamos cuando coincidíamos en escenarios territoriales comunes.
En la Red Montemariana junto al padre Rafael Castillo,
en el Observatorio del desplazamiento forzado de la Universidad de Cartagena
y en la maestría en Construcción de Paz;
todos esos espacios los llenaba con su fuerza, convencimiento y entrega.
Montes María fue el mejor escenario en el que alcancé a apreciar directamente o desde lejos, las acciones de Rosita; desde su inmensa alma guerrera (que no le cabía en su corporeidad) de trabajadora social, docente, ciudadana caribe y desde su sensibilidad construida con las manos de barro montemariano; en la Red Montemariana junto al padre Rafael Castillo, en el Observatorio del desplazamiento forzado de la Universidad de Cartagena y en la maestría en Construcción de Paz; todos esos espacios los llenaba con su fuerza, convencimiento y entrega.
Se nos fue en su ley. En medio de los Montes de María que tanto amaba y defendía del despojo y la violencia lacerante.
Cuando se decida reconocer -ya no en vida- el esfuerzo y la entrega de una universidad por su territorio de conquista; debemos invocar la alegría de Rosita y el coraje para asumir en tiempo completo la vida docente como siempre debe hacerla un verdadero maestro (a): con los cojones suficientes para enfrentar la irracionalidad que enceguece y la insensibilidad que te vuelve indiferente, y con el conocimiento como el único argumento válido.
Coda: Hasta siempre Rosita Jiménez. Los Montes de María y sus gentes alegres te extrañarán ahora más que nunca.