Desde hace algunos meses se viene ambientando en las toldas de Alianza Verde la necesidad de que sus principales liderazgos concurran a una consulta abierta y así elegir el candidato presidencial del partido con más proyección y crecimiento electoral del país. Para nadie es un secreto que los verdes podrán jugar un papel de gran importancia en las elecciones de 2022 y para ello se debe diseñar una estrategia que no repita los errores de 2018 y que logre posicionar a su presidenciable de cara a la primera vuelta, proyectando las listas regionales a Cámara y Senado (no estará Mockus que sacó más de medio millón de votos y arrastró a tres senadores). Entre los nombres más visibles se encuentran los dos exgobernadores. Ambos coinciden en la conformación de proyectos políticos que hacen énfasis en el carácter ciudadano de la participación política (Compromiso ciudadano y Nueva ciudadanía), pero sus diferencias de forma y fondo son realmente notables.
Tal vez la primera gran diferencia se encuentra en la militancia en Alianza Verde. A pesar que Fajardo ha abrazado la posibilidad de convertir su movimiento en partido político, no lo ha podido lograr (en 2010 lo intentó por última vez con una fallida lista a Senado) y desde 2011 ha utilizado los verdes como un escampadero temporal. Nunca ha querido ser un dirigente orgánico del partido, marcar línea en asuntos ideológicos y sus fichas se mueven en su interior como el sector de compromiso. A Fajardo no le gustan mucho los partidos políticos (los considera una expresión de la politiquería y la corrupción) y con los verdes ha caminado más como un allegado vergonzante. A diferencia de Romero, que, desde que salió del Polo para sumarse a Alianza Verde, ha promovido su fortalecimiento institucional desde la Escuela de Innovación Política y no duda en marcar línea en temas ideológicos o programáticos.
Otra diferencia notable se encuentra en el tono. La tibieza de Fajardo se ha convertido casi que en una categoría política por sí misma. Sobre sus posiciones siempre se genera polarización y debate, aunque él afirma que es un dirigente mesurado y abierto al diálogo, en la convulsión social en la que ha navegado en país en los últimos años su papel se ha reducido a simple espectador. Ni siquiera en la contienda presidencial de 2018 posicionó una agenda en la opinión pública (como si lo logró Petro con el fracking, los aguacates o la importancia de un aparato productivo autónomo) y su gaseosa bandera de la educación, paso inadvertida y se fue diluyendo progresivamente, al punto que en un momento de movilización social no tenía ni idea por qué se estaban manifestado los maestros. Tras quedar en tercer lugar en primera vuelta y afirmar que “no volvería a aspirar”, ha dado varios pasos en falso y convirtió a las ballenas en sinónimo de indiferencia y conformismo.
Por el contrario, desde sus años como dirigente juvenil y su paso por el Senado entre 2010 y 2014, Romero se ha destacado por posicionar agenda y tomar posición. Su fallido intento de revocatoria del Congreso fue un gigantesco ejercicio de autopromoción que lo hizo familiar en el país político; en 2014 se midió como precandidato presidencial en una consulta abierta en la que cosechó casi 800.000 votos; en su paso por la gobernación de Nariño instaló la transparencia como condición esencial de un gobierno abierto; además, fue el dirigente regional más crítico con la política de fumigación con glifosato y su nuevo salto a la política nacional empezó con la reprimenda que le dio al mismo Duque en uno de sus talleres. Romero se asume como opositor al gobierno y las lógicas de lo que él considera “la vieja política”. Toma posición y el tono es tal vez el rasgo más distintivo que lo distingue frente a Fajardo.
La mayor ventaja de Fajardo, en una hipotética consulta abierta de los verdes, es que tiene amplio reconocimiento nacional y goza de alta favorabilidad. Aunque Romero ya fue precandidato por los verdes, sigue siendo un dirigente poco conocido para el grueso del país. Sin embargo, esto le ofrece la ventaja de crecer entre sectores partidista, sociales u opositores que han tomado distancia del candidato profesor; sectores que podrían ser determinantes para que Romero gane la consulta y bloquear a Fajardo al impedir que se presente en primera vuelta (marcando el punto de partida de su jubilación política). Por eso se rumora que Fajardo no está decidido a medirse en una consulta abierta (por la estrategia que podrían fraguar otros sectores para bloquearlo como en la conocida Operación Noemy de 2010) y volvería a recoger firmas, pues los verdes, tarde o temprano, lo terminarán buscando.