Cuenta la leyenda que un día Jonathan Shaw se lió a puñetazos con el epítome de los escritores duros, Charles Bukowski. ¿A quién conocen ustedes que tenga una anécdota similar para contar en una charla de cantina? Todos conocemos a alguien que ha sido amigo de Fadanelli, que cobijó a Roberto Bolaño cuando nadie lo pelaba o que vio comiendo el brunch a Bret Easton Ellis en Nueva York. Pero que yo sepa, nadie se agarró a golpes con Bukowski. Solo alguien de la estatura de su leyenda, y ese alguien es Shaw.
Mientras espero a que llegue mi turno, no puedo evitar voltear hacia donde Jonathan atiende a una despistada reportera que, entre otras cosas, no sabe si la ayahuasca es una bebida o una planta, y que piensa que su libro "está bien largo". Shaw le da fumadas a su cigarro electrónico y responde pacientemente a las preguntas de la mujer. No es difícil imaginarlo en un cuarto cochambroso de Los Ángeles, entre botellas de vino barato y cigarrillos, discutiendo con Hank y llegando a los golpes por una necedad, cualquiera, de alguno de los dos. ¿Quién habrá tirado el primer madrazo? ¿Quién de los dos habrá golpeado más fuerte? "No eres más que un puto niño que vive en Hollywood. ¿Quién quiere leer acerca de eso? Necesitas conseguirte una pinche vida para tener algo de qué escribir", ha contado Shaw que le espetó el viejo Buk ese día.
Jonathan Shaw (nacido en 1953), quien sirvió de inspiración a Johnny Depp para caracterizar al capitán Jack Sparrow de Piratas del Caribe, me hace pensar su vez en el Jack London de Las memorias alcohólicas, esa bitácora en la que London hace un recuento de sus travesías a bordo de un barco que navega metido en una botella de licor (sólo que con quien libró una batalla personal Shaw fue con la heroína). Es ahí donde London se pelea a golpes con John Barleycorn —el fiero personaje que representa a la bebida y que, explicaba, le había proporcionado "visiones de absoluta claridad y sueños de lodo" y que "me había concedido la facultad de roer la memoria y desmenuzar las intuiciones certeras, los pasajes relumbrantes de entre tanta y diaria monotonía". Y cuando llega mi turno de entrevistar a Shaw, naturalmente, le pregunto sobre el pasaje con Bukowski. Sus palabras me suenan asombrosamente parecidas:
"Tuve la suerte de haber conocido a Bukowski en su tiempo. Éramos dos borrachos y salimos a trompadas, pero fue una amistad muy importante que me insinuó muchas cosas. Bukowski no era conocido en la época en que yo lo conocí. Yo admiraba su trabajo y me identifiqué mucho con su manera de expresarse, tanto como Kerouac. Todos ellos esos fueron influencias para mí cuando mientras crecía".
VICE:¿Qué edad tenías?
Jonathan Shaw: Como 15, 17 años.
Es la edad en la que también nosotros empezamos a leerlo. Esa edad en que esas historias tienen mucho sentido, porque están desprovistas de complicaciones y nos ofrecen la perspectiva de volvernos escritores o artistas nosotros mismos. Y de beber, de beber mucho.
Sí. Fueron muy influyentes para mí, y bueno, yo siempre había querido escribir, siempre escribía pero empecé a dedicarme, a escribir seriamente, recuperar lo que siempre quería hacer pero no podía hace como quince o veinte años. Empecé a escribir así, con todo.
Jonathan viene a México con un librazo bajo el brazo: Narcisa. Nuestra señora de las cenizas, novela de 697 páginas —en eso tiene razón la reportera, sí está "bien largo", aunque creo que lo que para ella es grandote para otros será grandioso— que hace años alcanzó estatus de culto y que Sexto Piso edita por primera vez en español. Una novela envolvente desde el principio. Una novela que te atenaza y te hace sentir sin lugar a dudas que línea a línea vas cayendo en una espiral descendente. Precedida por un prefacio escrito por Lydia Lunch que más bien es una suerte de inscripción en la puerta del infierno, pues nos advierte que:
Los heridos siempre encontrarán una manera de extender su dolor por un terreno más amplio, como un tsunami emocional que devasta el paisaje que lo rodea; un cortafuegos en continua expansión que lo socarra todo a su paso. Cuanto más tiempo ames a una persona herida, más daño sufrirás.
Una referencia a Narcisa, perdición de Ignácio Valencia Lobos —a quien conocemos en estas páginas como Cigano—, protagonista de la novela, perdido en un Río de Janeiro tropical y nauseabundo a la vez, entre bocinazos y la música de James Brown y Roberto Carlos que escupen las casas percudidas y desquebrajadas. Joven, desdeñosa y adicta al crack, Narcisa actúa como una potente aspiradora emocional y económica a la que Cigano insiste en meterle mano, sin tomar en cuenta las consecuencias.
Basada en una prostituta mexicana que Shaw conoció al adentrarse en territorio nacional por primera vez, hace alrededor de cuarenta años. Una chica llamada Narcissa, con doble "s":
¿Llegaste a Tijuana?
A dónde no llegué. La última vez que estuve en el D.F. fue tal vez unas semanas o unos meses después del terremoto del 85. Yo llegué aquí en el 86 y vi todo destruido. De aquí fui para Oaxaca, viajando. Pero yo viví en el México de los años 70. Conozco todo el territorio mexicano. En los años setenta viajé en México por dedo, todo todo, durante dos años. Y después viví en muchos lugares, viví en Veracruz, viví en Quintana Roo, viví en Chetumal... en los años setenta era un país distinto. Ahora es otra cosa.
En Tijuana es donde conoces a quien detona el personaje de Narcisa.
Sí, pero el personaje de Narcisa en el libro es un personaje ficticio.
¿Una inspiración?
No, nada más que el nombre, que me llamó la atención, porque el personaje de Narcisa representa un arquetipo de la condición humana, que tiene que ver con el narcisismo, el egocentrismo, que son las raíces de todas las enfermedades que tocan al ser humano.
Cuando Cigano se encuentra con Narcisa, él sabe que está frente a una monstruosidad que le va a chupar la sangre, el semen y los sesos:
Se queda ahí plantada, vestida para matar, para herir, desfigurar, violar y destruir; encarándoseme como un pirata de gatillo fácil de otros tiempos; me calibra, me derrite el cerebro con ojos lanzallamas de condenación y redención racheadas. ¡Ojos que podrían sacar de su eje el puto planeta! ¡Y me está mirando a mí directamente! ¡Mierda! ¡La conozco!
Estos dos personajes salen después de un trabajo de arqueología tuya, de haber escarbado en tus notas y diarios... ¿Cómo fue ese proceso?
Nah, el proceso creativo. Uno se entrega al proceso y el proceso te enseña cómo tiene que ser. Yo soy un siervo del proceso. El proceso es el que me manda a hacer como quiere ser hecho.
Todas esas notas, ¿cuánto tiempo llevaban en tu cajón?
El tiempo necesario. Algunos muchos años, otros así, de repente.
Ahora con estas traducciones y reediciones se abre otro capítulo de la misma historia. Tengo entendido que lo volviste a trabajar un poco, estuviste puliéndolo. ¿Cómo fue regresar a esta historia después de tantos años?
La verdad es que ya había escrito el libro... el libro en bruto fue publicado, ganó mucha atención. Después lo querían republicar y entonces yo volví al libro como editor, no como escritor. Dentro del proceso de edición me surgieron nuevos insights y cosas interesantes, y empecé a escribir nuevos capítulos... a elaborar lo que ya estaba escrito. No había mucho qué pensar.
Ese estatus de culto que alcanzó el libro va de la mano de la leyenda de Shaw. Una de sus otras facetas es la de tatuador de la vieja guardia, que no solo recuperó la estética del tatuaje tradicional, sino que también abrió Fun City el primer estudio de tatuaje en Nueva York (en una época en que el tatuaje estaba prohibido) y fundó International Tattoo Art, revista especializada en el diseño de tattoo flash de corte old school. Entre su clientela puede contarse a Iggy Pop, Jim Jarmusch, Marilyn Manson, Kate Moss, David Lee Roth y, sobre todo, a quien se volvió con el tiempo su mejor amigo y protector: Johnny Depp. De hecho, como parte de esta entrevista, preparé un boceto de Depp en Cry Baby (aquella locura de John Waters de 1990), con la idea de que Shaw lo coloreara durante el tiempo que durara ésta. Cuando se lo mostré, desgraciadamente, se mostró poco entusiasmado y sólo añadió unos cuantos trazos con un estilógrafo que le di. Pensé que era una idea genial, quería verlo volverse loco y dibujar con él. Ya veía todos esos colores saltando del papel. En fin, aquí tienen ustedes lo que se pudo hacer.
¿Qué lugar ocupa el tatuaje hoy en tu vida?
Yo tatúo como profesión, pero la verdad es que me dedico a escribir libros. Hago tatuajes para pagar la renta y eso porque es una profesión. Hoy día uno no vive de las letras. Entre los dos, hago lo que puedo.
Tuviste una infancia turbulenta, ¿en qué momento comenzaste a gravitar hacia las artes, a encontrar algo en las letras o el arte?
Desde siempre, desde chico me interesaba. Apreciaba todo eso.
¿Qué es lo que querías escribir?
Contar mi experiencia de vida. Pero no es una cosa pensada: no hay que pensar, hay que hacer. Pensar no sirve para nada, mejor pegar que pensar. Uno tiene que hacer lo que necesita hacer, de la forma en que su alma lo exige.
Esa es la lucha constante de los artistas, de la gente que quiere expresarse de alguna forma: ¿cómo lo hago?, ¿en qué momento lo hago?
Sí, es expresar, pero la mayoría son gritos buscando una boca. Yo era eso: un grito sin boca que de repente encontró una y *snap* [truena los dedos], listo. Entonces empecé a gritar.
Pero, ¿cómo lo aprendiste? Porque es fácil descarrilarse y perder el foco, y algo que he entendido de tu carrera es que hay un enfoque muy claro sobre lo que quieres hacer.
El enfoque que defines viene de la necesidad, del alma. Viene del desespero (si. No viene de la disciplina. La disciplina es algo que viene después, pero yo creo que el desespero es el combustible que lleva a uno a dedicarse a su forma de expresión.
En tu caso has podido tatuar a este grupo de artistas de Hollywood, pero por otro lado tienes esta novela impresionante, etcétera. ¿Qué hay más después de eso, cuál es tu búsqueda?
Voy a seguir escribiendo mis libros. Tengo ya lista una memoria. Este libro va a salir en marzo. Es el primero de una serie de cinco libros. El primero ya está programado: va a salir en Estados Unidos en marzo y espero que enseguida salga el segundo. Son memorias de una vida de aventuras, de cosas y gente, sobre mi carrera como tatuador, sobre mi niñez con mi papá, mi mamá. Mi visión, mi realidad.
Ese primer libro de esa serie es Scab vendor, el cual presume en su portada una ilustración de Robert Crumb. Como parte de su promoción, Shaw reparte a reporteros y amigos su tarjeta de presentación: una postal con la portada que en el anverso incluye una cascada de blurbs elogiosos sobre él y su trabajo. Me gustan los siguientes:
¿Cómo fue hacer esta portada con Robert Crumb? ¿Lo conociste personalmente también en esos años?
Sí, claro, Crumb siempre fue un ídolo mío. Cuando yo era niño leía todos sus comics, Zap y todo eso. Después, cuando yo tenía como 30 años lo conocí a través del tatuaje, por amigos artistas que tenía. Hicimos una amistad y él fue por su lado y yo por el mío, y cuando yo tenía este libro listo nos escribimos cartas y le dije: "Mira, me gustaría mucho que hicieras una portada para mi libro, aquí está un capítulo para que lo leas". A él le encantó, me dijo que sí y mandó esto por correo.
¡Súper!
¡Y no me cobró nada! Ni a la editorial ni a nadie. Hizo esto por pura amistad.
Increíble. Crumb tiene este gusto por el coleccionismo de jazz antiguo...
Sí, bueno, yo era fan de Crumb y Crumb era fan de mi papá. Y después, Crumb se volvió fan de mi literatura. Crumb también había ilustrado unas páginas de Bukowski, que era parcero mío, entonces todo así se encontraba.
¿Llegaron a hablar de tu papá tú y Robert Crumb?
Algunas cosas, yo le mandé unos capítulos de mi libro, que se trataba de mi relación con mi papá, Crumb lo leía y lo encontraba increíble, me decía "¡Wow, no sabía!" y, bueno, me mandó esa portada.
¿Crees que en este momento sigue habiendo un espacio para esas expresiones subterráneas que había en los años sesenta y setenta, ese pulso mucho más crudo?
No lo sé, porque no estoy preocupado por la comunidad de artistas ni de escritores. Yo creo que cada uno hace su trabajo conforme a su necesidad, su potencia, su capacidad. Para mí es la cosa más personal que hay. Yo hago mi trabajo y listo. ¿A dónde va, más allá de eso? No sé y no me importa. Cada uno tiene que vivir y expresar su verdad, yo no puedo expresar la verdad de los otros ni los otros pueden expresar mi verdad.
Ni la de una generación...
No, cada uno tiene que seguir su línea, su destino, como artista, como gente. Cada uno encuentra su manera de vivir, de expresarse, de pintar, de lo que sea. No me pregunto mucho sobre lo que los otros están haciendo. Gracias a Dios encontré mi voz y la uso para expresar lo que YO tengo que expresar. Qué me importa lo que los otros están haciendo. De vez en cuando encuentro a uno que creo que escribe muy bien y me identifico, lo felicito y listo, ¡chau!
A ver, dime nombres, ¿a quién lees, por ejemplo?
Todo, leo todo lo que pasa en mi frente, en todo, algunas cosas leo un par de páginas y lo echo, otra cosa y devoro el libro y me identifico. Y bueno, así es. Uno va probando, probando, probando para ver lo que le cabe.
En cuanto al tatuaje has dicho que antes no era lo que es ahora, algo fashion. Se trataba de una cosa de criminales.
Sí, no existía eso en mi tiempo, era marginal, más underground. Ahora es moda.
¿Consideraste participar en uno de esos realities sobre tatuaje que hay?
Me llamaron para hacerlo, pero lo rechacé porque no me convenía. Ahora un equipo brasileño de cine está haciendo un largometraje documental sobre mi vida. Me están siguiendo para aquí y para allá. Porque la verdad es que yo fui uno de los pioneros del tatuaje. Hoy en día ya todo mundo es estrella.
Retomado: Vice México