A Iván le molesta que Bogotá no sea como Londres a comienzos de los sesenta. Le molesta que mucha gente que va a los conciertos no sepan la discografía completa de los artistas que van a ver. Le molesta que la gente no tenga sus mismos gustos musicales. A Iván, en definitiva, le molesta que no seamos rockeros.
No sé qué definición le de él a eso que llama rock. Personalmente, es una cuestión de actitud. Eso fue lo que vieron los primeros rocanroleros en el blues: una actitud ante la vida, una forma de cantarle a las dificultades cotidianas, una manera de sobrellevar y acompañar el licor y el cigarrillo, clásicos compañeros de la “pensadera” cotidiana. Si eso lo ponemos en un contexto como el de los cincuenta, era lógico que surgiera lo que surgió. Y era obvio que si eso llegaba a otro escenario, como el Reino Unido, las cosas se hicieran diferentes. Eso lo hicieron The Rolling Stones, quienes a lo largo de su carrera han ido y vuelto a esas raíces, dándole su toque excepcional.
Era obvio que si el rock llegaba a Colombia se iba a encontrar con una situación especial. Música como el vallenato, la cumbia, el porro, la chonta, el bambuco, el torbellino, entre muchos otros, existían previo a los sesentas, y constituían nuestra actitud frente a la vida. No por nada la leyenda de Francisco El Hombre venciendo al diablo en un duelo de acordeones, recuerda el mito de Robert Johnson enfrentando a blues a este personaje.
Nuestro rock obviamente es diferente: nuestro sustrato es otro. Por eso la formula de copiar a rajatabla los grandes grupos de los sesentas y setentas no pegó del todo. En los ochentas y noventas el contexto cambio, sin embargo la explosión rockera siempre tuvo que beber en sus fuentes originales. Es imposible pensar en Aterciopelados sin música de despecho o cantina, uno de los grandes éxitos de La Derecha es un cover de un bolero de bar de pensionados, y así podemos seguir.
Y eso que pasó aquí no es una excepción: ocurrió en todos los demás países. El ir y venir de los rockeritos ha sido ir tras sus fuentes originales, tras sus propios contextos. Volver a escuchar a José Alfredo Jiménez, a Carlos Gardel, a Caetano Veloso, a las cumbias y demás, para regresar con más ahínco para poder hacer las cosas mejor. Esto lo identificaron muy bien los extranjeros, muchos de los rockeros amados por Iván, que se convirtieron en auténticos estudiosos de los ritmos latinos. Para no ir más lejos, el álbum Their Satanic Majesties cuenta con un fondo de arpa paraguaya que hasta donde sabemos es producto de las búsquedas de estos en diversas fuentes folclóricas. Pero no solo eso, The Rolling Stones han explorado otras fuentes como el disco, el jazz, el funk, el punk, el ska, sin quedarse anclados a la formula ya descubierta. Tal vez es eso lo más relevante de su obra: la capacidad de ir y volver.
Iván: yo no encuentro ningún problema en escuchar vallenato, champeta, cumbia y querer ir a un concierto de The Rolling Stones. Es más, yo constantemente voy a estos ritmos, y a la salsa, y a la música de cantina, y a la balada romántica, para también escuchar Can´t You Hear Me Knocking con un par de tragos y un cigarrillo. Hay que permitirse ir, para volver y escuchar con otros oídos a los que hoy podemos considerar un clásico. Tal vez sea importante que usted se dé la oportunidad de escuchar vallenato o de mover las caderas al ritmo del reguetón.
Adenda. Llama la atención en su cita de bares de rock, no mencione algunas instituciones de la noche capitalina. Pero también que cite Matik-Matik como un escenario “rockero”. Buena parte de las agrupaciones del circuito de este bar son punta de lanza de ese ir y venir: Los Pirañas, Los Meridian Brothers, Los Toscos, y hasta el Guafa Trio, que se presentan de vez en cuando por ahí.