Robledo soy yo
Opinión

Robledo soy yo

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julio 26, 2013
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Me gusta el senador Robledo. Sigo sus debates en el Congreso y sus intervenciones en la radio donde discute con argumentos y casi nunca se deja sacar de casillas. Eso sí, es contundente, sin concesiones diplomáticas, sin eufemismos. Lo que le parece bien, lo dice y lo que no, también.

Esta sensación de un congresista que habla bien, con argumentos, sin achicopalarse ante los micrófonos, ni doblegarse al poder, es refrescante para nuestra democracia sobre todo cuando la media de nuestros “padres de la patria” está tan por debajo de eso.

Ahora con justificado orgullo salió a reclamar como “victoria de la verdad” la renuncia del embajador Urrutia ante el gobierno de Washington. Cuando Jorge Robledo y Wilson Arias develaron la manipulación legal que por consejo del bufete jurídico Brigard & Urrutia realizaron empresas privadas para apropiarse de miles de hectáreas en el Vichada, el improvisado diplomático se aferró a su liana, como Tarzán a un bejuco, para no darse un porrazo, pero su posición se volvió insostenible ante la contundencia de los hecho y por fin, decidió pedir la baja a su amigo el presidente Santos.

Como la diplomacia es todo lo contrario de lo que es Robledo, Santos le aceptó la renuncia con una frase melosa afirmando que: “Está demostrando su talante y su gallardía al insistir en su renuncia para no prestarse a que su permanencia en la embajada sea utilizada para perjudicar al Gobierno”.

En buena hora se va el señor Urrutia, regio contertulio, chirriadísimo, de rancia aristocracia bogotana, pero un avivato que amparado en argucias jurídicas y en su cercanía al poder hizo cosas contrarias al espíritu de la ley.

Pretendió  además escabullir el debate y seguir en las mieles de la diplomacia con mentiras descaradas como que no tenía ninguna responsabilidad porque ya había renunciado a la firma Brigard & Urrutia cuando se dio esta asesoría legal. La verdad es que su renuncia se produjo mucho después de los escandalosos procedimientos que aconsejaron a Riopaila-Castilla y Cargill.

Ahora Urrutia reta a Robledo a un debate en las universidades, como si se tratara de una afrenta entre nobles caballeros, de esos que se quitaban el guante blanco para azotar delicadamente la mejilla del contradictor y luego batirse en duelo.

No señor Urrutia, aquí lo que hay que responder es a una demanda ante los tribunales y a un debate de control político en el Congreso y ambas situaciones no se reemplazan por un foro universitario.

El eslogan de campaña, “Robledo, soy yo”, nunca antes fue tan válido. Estamos tan indignados como el senador con estas denuncias y nos identificamos con la seriedad con que las han planteado ambos congresistas, Robledo y Arias. Y mucho más ahora que el gobierno en forma chambona e improvisada lanza  acusaciones sobre un supuesto apoyo de Robledo al paro cafetero. Esa es otra cachetada con guante, solo que no tan blanco, sino sucia, como sucia fue la forma de proceder de esos prestigiosos abogados.

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