Su tío, el doctor Gilberto Bolaños, le contó que su madre había tenido una pérdida antes de su nacimiento y que él, Roberto Gómez Bolaños, casi corría la misma suerte. Su madre había tomado un medicamento que contenía quinina recetado por su tío para cortar un fuerte resfriado, pero ambos ignoraban el embarazo. Fueron al hospital, la enfermera se negó al trabajo de aborto consciente de los riesgos a los que estaban sujetos la madre y el bebé. Acordaron continuar con la gestación. No quiso arrancarle la oportunidad de vivir.
El milagro se hizo y nació el comediante más querido de América, el 21 de febrero de 1929. “El año de mi nacimiento sucedieron cosas importantes. Por ejemplo: fue el año en el que el inminente Edwin Hubble descubrió que el universo se encuentra en continua expansión; y fue también el año en que nació el cine hablado; igualmente fue el año en que ocurrió el tristemente célebre crack de la bolsa de Wall Street acompañado por una crisis económica sin precedentes y aderezado con el suicidio de más de un magnate financiero. En México, mi país, se instituyó la autonomía de la universidad nacional y fue creado el discutidísimo PRI en marzo. Lo que quiere decir que yo soy un par de semanas mayor que el susodicho partido, a pesar de lo cual éste jamás me ha guardado el debido respeto”.
Su madre, Elsa Bolaños Cacho de Gómez Linares, una mujer de clase media alta de la ciudad de Oaxaca parece ser la persona de mayor influencia en su vida. Ella —hija de Ramón Bolaños Cacho, un médico militar que había alcanzado buen prestigio como apóstol de la medicina— se mudó a Nueva York a los 10 años después de que uno de sus hermanos murió atropellado en los inicios de la revolución mexicana. En su casa de Estados Unidos recibieron algunos familiares asilados, entre ellos Gustavo Díaz Ordaz, quien llegaría a ser el controvertido presidente de México en 1964.
Su padre, Francisco Gómez Linares, nació en Guanajuato en 1982, había pertenecido a una familia de abolengo, pero a la fecha de su nacimiento solo conservaba apenas algunas reminiscencias de la antigua abundancia. Era un excelente pintor y dibujante, actor de teatro a escondidas. También cantaba, tocaba mandolina, declamaba y, por si fuera poco, era un hombre culto, simpático, magnífico contador de chistes y habitual centro de atención en las fiestas. Todo eso lo llevó a dos grandes excesos: el alcohol y las mujeres. Murió a los 42 años y su madre tenía 33 años. “Conviví muy poco tiempo con él y dejó en mí una profunda huella”.
De niño, el circo marcó su vida. Descubrió allí su talento. Al payaso de la carpa Alegría le debe mucho. “El payaso Alegría era el protagonista de la deliciosa pantomima que cerraba el espectáculo, la misma que yo corría a representar frente a mi mamá o quien estuviera en la casa, sin imaginar siquiera que mi vida entera giraría alrededor de algo muy parecido a eso”.
Una enfermedad que no supo nunca definir lo hizo pasar un año fuera de la escuela. Al recuperarse se fue a vivir con una tía a Guadalajara. Allí ingresó a la primaria del colegio Cervantes de los hermanos maristas y el primer día de clases se peleó con un compañero. Siempre tuvo la costumbre de agarrarse a golpes. ¿Por qué? “La respuesta constituye una auténtica paradoja: se debía a que yo era bajo de estatura y de constitución débil. Sí, porque la desventaja física me generaba un complejo de inferioridad que solo podía ser superado (o al menos compensado) de esta manera: demostrando, a fuerza de golpes, que los más altos y los más pesados no eran superiores a mí. De cualquier modo, la práctica me proporcionó una cierta habilidad para eso de intercambiar golpes con otro cristiano. Y, por cierto, el día en que el otro no era cristiano sino judío, el intercambio fue muy disparejo pues yo me limité a recibir, sin acertar a dar. Aunque en cierta forma se podría decir que me porté como un auténtico cristiano: poniendo la otra mejilla después de que me habían golpeado en la primera”.
Cuando Roberto Gómez Bolaños comenzó a interesarme por lo que pasaba en el mundo eran los tiempos del inicio de la Segunda Guerra Mundial, también el año en el que Ramón Mercader, agente secreto a las órdenes de Stalin, asesinó a León Trotsky. “Aquella Segunda Guerra Mundial mereció el calificativo de interminable, pues transcurrió desde que yo tenía 10 años hasta que tuve 16. Es decir: mi paso a la pubertad se dio a cañonazos. Y por si no hubiera sido suficiente, terminó con sendas bombas atómicas que destruyeron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, explosiones que conmovieron al mundo casi tanto como a mí me había conmovido el descubrimiento de la sexualidad”.
El deporte, en especial el fútbol, ha sido una de las grandes pasiones del comediante. Desde el colegio. “Fui invitado a jugar en las fuerzas infantiles del fútbol. Mi primer preliminar fue en partido nocturno. Aquel encuentro fue con el poderoso España al que derrotamos por uno a cero, mediante gol que yo tuve la fortuna de anotar. Y puedo asegurar que en el transcurso de mi vida he tenido la suerte de experimentar las grandes satisfacciones que producen los aplausos, pero pocas como aquella en que fui aplaudido al tiempo que aspiraba el insuperable aroma que se desprende de un césped cuando es acariciado por los tacos de 44 zapatos de fútbol”.
También participó en campeonatos de boxeo. “En la preparatoria fui subcampeón en el primer año y luego campeón en el segundo. El siguiente paso fue inscribirme en el campeonato de los Guantes de oro, máxima competencia del boxeo de aficionados. Vencí en dos peleas. La tercera la gané por default, pero igual tuve que presentarme al ring para una pelea de exhibición. El muchacho tenía una pésima técnica, yo me fatigué al segundo round. él me propinó un golpe que fui a dar al suelo y tuve que actuar, simular que estaba al borde del desvanecimiento o soponcio total.
Estudió en la facultad de ingeniería de la Unam. Allí hizo excelentes amigos, todos consiguieron el título menos él. En el primer año reprobó mecánica y topografía. Tenía 22 años. Entonces llegó el primer amor de su vida, Graciela, siete años menor que él y su primera esposa. “El noviazgo surgió casi casual. Teníamos muy poco tiempo de conocernos y yo le pedí que fuera mi novia y ella me dijo que no. Al darse cuenta que yo me encogía de hombros con gesto de resignación, ella se apresuró a aclarar que lo último que se pierde es la esperanza. Me casé con ella en una ceremonia muy sencilla, ninguna de las dos familias estaban sobradas de dinero. Nos fuimos de luna de miel a Acapulco. A pesar de la estrechez económica, la vida transcurría con mucha felicidad y así recibimos a nuestro primer retoño que bautizamos Graciela Emilia, y así después la familia creció con cinco hijos más para seis en total”.
Mientras iba a la universidad sorteó varios empleos, en último fue en una empresa de acero al que renunció porque le quedaba muy lejos de su casa, además le aburría pasar el día leyendo un libro para calcular el número de remaches que debía tener una vigueta que sostendría un peso determinado. “Por tanto, como quien no quiere la cosa me puse a buscar las ofertas de empleo en los periódicos. ‘Se solicita aprendiz de productor de radio y televisión y aprendiz de escritor de los mismos’. Eso era lo que decía aquel anuncio que me llevó a solicitar empleo de publicidad D’Arcy, hecho que marcó el primer paso que di para cambiar por completo la trayectoria de mi vida. Me hice amigos de los grandes de la televisión, fui favorecido por la enseñanza que me proporcionaron varios jefes”.
Mucha gente conoció y lo enrumbó al camino de la televisión y a todos los personajes que hoy lo mitifican. Su vida fue otra, una antes y después de El Chavo. Conoció a Florinda Meza, su segunda mujer y la tercera más importante en este viaje.
“Ella llegó para un papel en mi programa, la contrató otra persona. La primera vez que la vi, su presencia me dejó más que impresionado más allá de saber que tenía un caudal extra de talento (canta, baila, escribe, produce, entre otras). Todo acompañado de una disciplina y esfuerzo que pronto la haría sobresalir. En aquellos momentos, no sabía lo mucho que significaría en mi futuro, pero fue entonces cuando empecé a transitar por el sendero que me conduciría al privilegiado destino llamado Florinda Meza”. Así lo cuenta el comediante más querido de América en 436 páginas de vida. Un ícono. Un genio que cumplió 85 años. El arte lo eligió y él al arte.
Texto publicado originalmente el 21 de febrero de 2014 en el portal www.panorama.com.ve