La de Colombia ha sido una guerra de masacres, según el (anterior) Centro de Memoria Histórica. La paz, la ilusión de la paz, se esfuma: se han reanudado las masacres, así se presente la batalla de los eufemismos.
¿Qué clase de sociedad es esta que, en medio del confinamiento provocado por el covid-19, que priva a los individuos de verse cara a cara, de participar en sus ritos sociales, con miedo al contagio, ve, sin inmutarse, que los mal llamados “homicidios colectivos”, es decir, las masacres, se multiplican?
Isabel Behnke, zoóloga chilena, con magíster en antropología evolutiva y doctorada en primatología, ha dicho que “esta pandemia nos recordó que todavía somos animales “*. Que, en calidad de animales sociales en cautiverio, nuestros instintos naturales se han despertado ante la pandemia: egoísmo, cooperación, miedo frente a lo incierto. Que el covid 19 nos recuerda lo vulnerables que somos, que comprendemos que tenemos el deber de respetar el medio ambiente porque somos parte de él.
Egoísmo, cooperación, miedo, respeto al medio ambiente…
La pandemia ha mostrado el enorme egoísmo (en forma de “sálvese quien pueda”), aunque también ha despertado valiosas acciones de solidaridad, más evidentes durante los primeros meses del confinamiento; ya es menos frecuente escuchar de campañas que reúnan recursos para los más vulnerables. El trabajo internacional detrás de la vacuna es un esfuerzo colaborativo entre laboratorios y universidades en todo el planeta.
El miedo ha cambiado los hábitos de consumo de tal forma que, aunque sean permitidas las actividades de hoteles y restaurantes, pasarán años antes de recuperar el ritmo del 2019, con las terribles consecuencias sobre el empleo y la economía. Los conflictos y la agresión, manifestación del miedo, como en los animales, se multiplicarán frente a la escasez.
Qué locura la nuestra. No cabemos en el esquema de la señora Behnke: supuestamente la pandemia nos obliga a cuidarnos para cuidar a los demás. Nos da conciencia de interdependencia colectiva, nos hace más responsables del medio ambiente porque somos parte de él. ¿Y nos importa un pepino que asesinen a líderes ambientales, de derechos humanos, desmovilizados, comunitarios, jóvenes que hacen deporte en “territorios prohibidos”?
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Hay quienes se sienten empoderados, autorizados a ejercer cierto tipo de actos “colectivos” al aire libre, cara a cara, sin confinamiento: los “homicidios colectivos”
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Gracias, presidente Duque, por la expresión de “homicidios colectivos”, porque ilustra la demencia de la patria: han estado prohibidos los ritos sociales colectivos como las misas y las celebraciones de los diferentes cultos religiosos, los partidos de fútbol, las rumbas y los bautizos y funerales. Sin embargo, hay quienes se sienten empoderados, autorizados a ejercer cierto tipo de actos “colectivos” al aire libre, cara a cara, sin confinamiento: los “homicidios colectivos”.
Graves las masacres. Más grave, la indiferencia, la imbecilidad aquella de “los homicidios colectivos no son algo nuevo en el país...”, en medio de la pandemia. La ausencia de empatía frente a las familias de las víctimas. Sin disimulo, la falta de indignación frente a los masacradores.
Unos animales sociales muy extraños, nosotros los colombianos que, supuestamente, guardamos las reglas del distanciamiento social y usamos tapabocas, para que entre todos nos cuidemos y, así, no haya demasiados muertos en la tribu, y que no nos importe que caigan asesinados, a lo largo y ancho del país, centenares de personas, de manera impune, con un liderazgo de vergüenza que no se indigna.
*BBC / El Espectador
Twitter: @rafaordm