Edison Rosero, un joven de 25 años, es más que un minero tradicional en la Llanada, Nariño. Tras pasar seis horas en un socavón en busca de oro, con poco oxígeno, en un espacio estrecho y frio, en medio de ruidos estridentes de máquinas y picas, llega a casa para reunirse con sus amigos Brayan, Camilo y los demás vecinos, con quienes, aprovechando los ritmos propios de la actividad subterránea y de los molinos, producen música que fusiona las raíces de la cultura andina del sur de Colombia y las expresiones culturales modernas con el ritmo que han interiorizado después de vivir años en un entorno minero, el ruido de las máquinas.
Generalmente, ensayan en la casa de Edison porque no cuentan con un apoyo estatal o privado, todo se debe a la iniciativa propia; sus instrumentos guitarras, bongoes, zampoñas y flautas fueron conseguidos por ellos mismos.
Hace unos diez años, de manera espontánea y esporádica, grupos de jóvenes se reunían en las esquinas del pueblo a tocar sus instrumentos. Ahora conforman diez grupos, en los cuales, al igual que en una máquina en la que se engranan las diferentes piezas, ellos combinan sus diferentes sus sonidos para crear composiciones originales. Mario, uno de los primeros participantes, quien viene de una familia minera, cuenta: “No importa lo duro que pueda ser una jornada en los túneles, al que le gusta la música le saca su tiempo”.
Así como Edison y Mario, alrededor de 50 niños, niñas, jóvenes y adultos hacen parten de estos grupos musicales. Ellos interpretan desde música andina hasta reggae, rock y pop. Estos jóvenes que viven en medio de montañas, a cuatro horas de Pasto, esperan no solo ganar dinero en las minas si no, hacer de este trabajo una inspiración que enriquezca sus vidas.
Llega la noche, Edison, Mario y los demás músicos esperan al otro día continuar con su rol de mineros del cual se encuentran orgullos, con ansias de que llegue la tarde para sacar de lo subterráneo sonidos para el mundo.