El ELN sembró minas quiebrapatas a diestra y siniestra. Ningún campesino puede caminar a más de 10 metros de la puerta de su casa. Acceder a los cultivos y a la comida constituye un imposible revolucionario. Las relaciones familiares y el contacto con los vecinos cesó para siempre por la orden irracional de un comandante guerrillero ebrio de poder y borracho de mando.
Las voces de Camilo Torres y su pensamiento político murieron con él en Patio Cemento aquella aciaga mañana del 15 de febrero de 1967. Para el ELN también. Desde entonces, la revolución se convirtió en un aquelarre de odios inexplicables y de acciones militares sin sentido.
Al lado de los elenos, los paramilitares que solo desparecieron en las cuentas siempre mentirosas de la Seguridad Democrática, actúan con sevicia de locos deformados. La palma africana que sembraron cuando les dieron la autorización desde la finca con el nombre más horrible del idioma español, los convirtió en señores y dueños de la región y patrones obligados de todos sus habitantes.
En sus prácticas criminales, solo por estrategia, han eliminado la motosierra y la masacre. Esta última la transformaron en homicidio sistemático y continuo desde que el bueno de Camilo Ospina los reeducó con la Directiva Ministerial 029 de 2005.
Los actores violentos disfrutan al ver como corre la anciana ciega y desdentada, y como grita con una niña de ojos aturdidos acuñada entre su cadera y su terror. A su lado pero con mayor velocidad, corre hacia cualquier parte la mujer indígena que no termina de comprender porque le mataron al marido y le reclutaron al hijo menor para después matarlo también.
Todas ellas, y sus hijos, y sus nietos y sus sobrinos y sus maridos muertos y sus jóvenes reclutados a la fuerza, terminan hacinadas de cualquier forma en una escuela en Riosucio, Chocó, mientras el presidente recibe la visita del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y muchas congratulaciones por hacer la paz, y su contradictor político recibe homenajes de toda naturaleza en la Convención política de su partido por hacer la guerra.
Una masacre similar a la presentada en Bojayá se prepara de forma paulatina y sin tregua en Riosucio, Chocó. Los turbios agentes del desastre que se pasean armados en la zona están tomando sus posiciones. La iglesia está preparada para recibir las detonaciones y los cilindros bomba. Las élites políticas se preparan para culparse mutuamente y también para usar el desastre anunciado en las próximas elecciones. Los medios organizan magníficos editoriales y espléndidos documentales con los que incrementarán la pauta publicitaria y yo, desde este escritorio de madera dormida, contemplo impotente como crece la sombra infame de la muerte.