Un ave sedienta, entristecida por las tormentas dicembrinas, y coloreada por tropicales tonos variantes según la posición de la luz (rarísimos para una tierra de características tan frías), aterrizó como un ángel diminuto en una de las fuentes que nacen como gárgolas de roca y agua entre las piedras escarchadas por las pinturas oxidadas y la devastación en el municipio de Rionegro; lanzó una mirada a ambos lados a la mismísima velocidad de la luz. Y sin motivo, se zambulló en el agua y nunca más volvió a salir a la superficie. Queriendo descubrir el paradigma de tan atroz hecho, me dirigí a la fuente con pasos de gigante, disfrazando mi curiosidad con un deseo ingenuo y una moneda objetiva.
Comprobé antes de quedarme sin la solar moneda de mil pesos (que era la única gravedad que soportaban mis bolsillos) que el ave efectivamente había desaparecido en la cristalina agua que se templaba como un telar de espejos superpuestos, en el círculo que ponía punto final a la fuente que manaba del rostro platinado de unos ángeles aferrados a trompetas, que parecían celebrar el mundo sin descanso, dejando pasar el agua a través de sus instrumentos. Entendí en mi rostro proyectado en las partículas transparentes que lanzaban en todas las direcciones, que ahora también mi moneda iba a esfumarse con el tiempo, y que la fuente en pocos años, también desaparecería en el terrorífico proceso de la remodelación política o la progresión territorial, junto con mi ingenuo deseo (¡Y cuántos deseos más habrán de borrarse en este espasmo social que nos amarga los días!), un entumecimiento que borra el arte se apoderó de mis facultades, y vi en mi clarividencia una fuerza negra que aniquila cualquier vestigio de patrimonio, y que sonríe siniestramente desde las cavernas de una economía que enriquece a los ricos y empobrece a los pobres; como un acto de magia maligna van consumiendo todo lo que tenga algún valor para el alma de los rionegreros y en ese pensamiento me quedé flotando durante horas.
Entendí entonces que todo vuelve al olvido, que el olvido es nuestro padre, que de él venimos y a él regresamos: ¡Qué emoción tan grande y profunda me dio entonces la vida!, olvidar es otra forma de recuperar la inocencia, pues si somos inocentes la culpa no puede rastrearnos, porque en el fondo de esa fuente inmortal que se levanta como una guirnalda de sangre en nuestro corazón, que late en los pabellones de la inmortalidad del espíritu, y nada ni nadie puede destruirla, se revela el secreto primordial que se avalancha sobre toda esta tierra olvidada que es Rionegro: sabemos que somos profundamente culpables de toda esta serie de eventos desafortunados, que se han ido a navegar como un arca de maldiciones sobre nuestra tierra, con nosotros como tripulantes conformistas, y ahora queremos regresar al municipio a su estado de inocencia natural, regresar a tierra firme, pero en el fondo sabemos que tampoco es nuestra tierra, ni de nadie (hasta el momento), porque nadie nunca se ha dignado a defenderla desde que los grandes héroes ahora solo son cosas del pasado, y sí, aún existimos quienes buscamos la esperanza perdida allí, en los recovecos de la memoria que pocos se dignan a mencionar. En los vehículos para algunos, errados, de la imaginación.
Hemos de admitir que sucumbimos ante esta ataraxia cultural y social que devora a nuestro pueblo, perdón, a este pueblo de nada y de nadie, y creemos que cruzando las piernas con ridículas poses intelectuales, y yendo a eventos improvisados para calmar las furias legítimas, podremos salvarnos a nosotros mismos, precisamente de nosotros, de nuestros permisos democráticos, y que así estamos honrando al arte, nada más lejano a la realidad que nos compete, aunque esta sea pesadillezca y seamos unos presenciales inquilinos morosos de este carrusel de dudas. No obstante, el monstruo que habita bajo nuestra cama nos pregunta: ¿No es acaso esto una pesadilla? Algunos han tomado una decisión por lo menos interesante, abrazar a su propia sombra y dejar de luchar contra ella. Me he unido.
Algunos hemos tomado esa decisión con cautela, adiestrarnos a la lejanía de la contemplación, y simplemente valorar las cosas pequeñas que brotan como regalos de envolturas insospechadas en la región, regalos que para algunos son insignificantes: ver las mujeres bellísimas con el cabello recogido al azar, que releen libros al borde de los negocios, con ojos de todos los colores que con solo una mirada pueden capturar un corazón naufrago en una tarde maravillosa, ver las madres cabezas de familia saliendo abrigadas de sus oficios, bajo las sombras de las hondas noches a llevar el sustento a sus casas y abrazar a sus hijos que sueñan son ser astronautas, ver a ese tipo del cual desconozco su nombre, que pasa encorvado en una bicicleta diminuta a toda velocidad, gritando locuras a las que todo el mundo sonríe, sin respetar las señales de tránsito, ver los hombres de bastón que soportan todo el peso del pasado y de la nostalgia, y que se conglomeran en rituales misteriosos, en eso a lo que le llaman Plaza de la Libertad, que para algunos es el símbolo de la esclavitud cultural, quizás ellos que si saben de historia, y planeen un organigrama de recuperación de lo robado, mientras lanzan bocanadas de humo al aire que vuelve y baja para colorear sus cabellos de blanco.
Personalmente, la única libertad que he visto allí es la de los infantes que juegan a ser Dios con bombas de jabón que también terminan siendo evaporadas en el aire como reproduciendo el tenebroso propósito de algunas gentes del interior de los centros administrativos, gentes que sobra mencionar. De igual forma, en medio de estos remolinos de tristeza que incluso se ven escritos en los grisáceos nubarrones del firmamento, siempre hay un rionegrero que dice: ¡Qué día tan bonito está haciendo hoy! Justo en la fuente de esas palabras veo renacer el ave moribunda que ingresó en aquella fuente y desapareció, la veo despegar sus alas al viento y sacudirse las mentiras y las ponzoñas delante de todos esos dictadores que juraron secretamente borrar nuestra esperanza, y la veo volar muy alto hasta perderse en la luz llameante de un sol que nos promete una nueva ilusión inmarcesible.