Rionegro es el ejemplo perfecto para comprimir y dar un nuevo valor a una de las frases escritas por el excelso Gabriel García Márquez en su icónico libro Crónica de una muerte anunciada, publicado en el año 1981. La sentencia al pie de la letra decía las cosas de la siguiente manera: “Pero era una orden del alcalde, y las órdenes de aquel bárbaro, por estúpidas que fueran, había que cumplirlas”.
También podríamos hacer el paralelo de esta hidalga tierra con el inocente Santiago Nasar, personaje que todos saben que van a matar por razones no correspondidas, pero nadie dice nada porque parece ser que es lo que tiene que ocurrir, es el destino, es la voz de Dios, hay que someternos, hay que rendirnos y esperar que todo acabe, rezar porque las cosas cambien, porque una nueva luz de esperanza rompa las tinieblas.
Creo que Rionegro se desangra al igual que Santiago. La lluvia ácida y roja cae sobre los escombros y esas tenebrosas volquetas (ojalá se derritieran pero parece que eso es lo que las alimenta) amasan los árboles y eliminan los jardines, y han hecho de nuestras calles un hormiguero laberíntico, mientras ellos disfrutan con lupa desde un observatorio exclusivo, pagado con nuestro dinero. Imaginen sus carcajadas, sus sonrisas insultantes y sus ojos de lobo, de color sanguinolento.
Tumultos de gente se rozan y se siente el aire del odio, el aroma de la desesperanza, del desconcierto y del inconformismo, chispas de dolor al contacto hacen que nuestros hombros ardan, eléctrico desprecio que nos divide, su macabro objetivo se ha ido cumpliendo. Tropezamos con gente y la gente tropieza con nosotros, caemos y nadie nos levanta, al contrario, saltan a enterrarnos bajo capas de tierra, uno menos, más espacio.
Nos hemos convertido en unos seres silenciosos, en unos monstruos invisibles que van por ahí ignorando el caos de una transformación apresurada, desmedida y a veces sin sentido. Somos monstruos adaptándose a las circunstancias de este infierno civil, cuya única autoría corresponde a un nombre concreto, específico, que dentro de poco nadie podrá pronunciar sin antes santiguarse: Andrés Julián Rendón Cardona. He ahí el nuevo nombre de un demonio poderosísimo, que tiene legiones de lamesuelas dispuestos a entregar su dignidad en su nombre y su moral en sacrificio de su desdichada causa, esa misma que acusa sin pruebas, que habla sin datos, que odia sin razón, esa misma que tiene el hábito inhumano de ignorar a los necesitados y de enriquecerse a costa de los vulnerables. Sonríe en los actos públicos pero en privado expone sus colmillos.
Los cuchillos afilados y terribles de los hermanos Vicario, que atravesaron como papel el cuerpo de Santiago Nasar, han tomado una nueva forma, han evolucionado a través del tiempo, y ahora son palas y rastrillos de acero puro, locomotoras espeluznantes que agrietan los oídos de todos los ciudadanos, derramando gasolina por todas las aceras. Nos deslizamos en la grasa cruda y así llegamos a casa. Antes mudos y ahora sordos, justo lo que ellos necesitaban, el control total.
Hemos olvidado que aquí alguna vez, en este páramo de arena y desorden, se escucharon las sinfonías breves y largas, de las aves que surcaban el cielo de una tierra que era un poco más libre, un poco más austera, un poco más comprensiva. Miren bien sus manos todos ustedes, que sé que son los pocos, observen detenidamente las muñecas violetas por la falta de sangre y la carencia de la circulación. Hay unas cadenas del grosor de las irregularidades de la Edeso que los atan, nadie tiene la llave, la llave no existe, porque cuando nosotros lo decidamos, la cadena también dejará de existir.
Esa empresa luciferina es una trinchera de demonios que en este mismo instante están planeando cómo seguir sometiendo al pueblo por cuatro años más, celebrando sus despilfarros, bebiendo el vino repulsivo del clientelismo y jugando al parqués con todos y cada uno de nosotros. Hemos visto las renuncias dudosas, las extrañas maquinaciones diabólicas del poder. Esto es pues sin más dilación la crónica de una muerte anunciada.
Por otro lado, si usted quiere inyectarle más “realidad” al asunto, dejar de lado mis "visiones fantásticas", póngase a tejer conversaciones con los dueños de los locales afectados. Si usted se da a ese trabajo humilde y ciudadano del diálogo y del debate le dispararán cartuchos de preguntas, grandes cuestiones millonarias sin respuesta: ¿quién les entregará el valor de las pérdidas?, ¿quién devolverá el tiempo robado?, ¿quién resucitará los árboles caídos?, ¿quién les devolverá la salud?, ¿quién reubicará las familias que últimamente han tenido que salir de sus hogares?, ¿quién le dará un verdadero valor a ese nuevo museo?... Que hasta el momento no es más que una pantalla más de la ignorancia política, una publicidad directa del narcisismo de un mandatario arrogante y rencoroso.
Ese es el que debió arder, no el de Brasil, las llamas quizás lo hubieran purificado, creo que el fuego era muchísimo más artístico que las fotografías de una arquitectura parca y destructiva. No lo he dicho yo, ya lo han dicho muchos, un espacio que se inauguró de forma blasfema, hiriendo al arte, estrangulando la cultura, machucando los dedos de los gestores que por años han trabajado sin ningún incentivo más que el agradecimiento de la gente.
Nuestro corazón deja de latir, esta tierra se pudre, nuestra alma social se marchita. Harán con nosotros lo que ellos quieran porque estamos heridos, desnudos de tantas puñaladas, sin piel y perdiendo borbotones de sangre, se desvanece nuestra forma humana, somos un pueblo en carne viva.