Estamos a pocas semanas de que se termine el año 2018, en vísperas del mes de la luz, de la alegría y del color. Pero los rionegreros podríamos definir esta época de nuestra vida civil, con alguna de las siguientes palabras, a mis gustos demasiado tiernas para lo que está sucediendo: atropello, indiferencia, negligencia, inequidad, mentiras, sed, hurto, asesinatos, venganza, y la más grave de todas, el silencio (seguro usted que me está leyendo pondría un par más, o una docena, quién sabe). Para cada una de ellas se podría hacer un sumario de varios casos difundidos por los medios y la ciudadanía, sin embargo, no es precisamente el tema de hoy, dejemos ese ritual arcaico de sobarnos las heridas que aún tenemos abiertas, para otra ocasión menos reflexiva y más confusa. El tópico que me corresponde ahora, es presentar ante ustedes un humilde compendio de lo que nunca debe hacerse en ningún lugar del mundo, si lo que se quiere es progresar. Pues Rionegro es en esencia y en resumen, el mal ejemplo perfecto de toda la comunidad antioqueña. Bueno, está bien, para algo teníamos que servir, así fuera para lo malo, pues lo bueno parece que nos quedó grande. Que nos premien con un carbón.
Poco a poco y sin novedad, hemos ido cayendo en sus trampas de oso, montándonos sobre el lomo irreal de sus elefantes blancos y viendo a los delfines rosados cruzar el río y sonreírnos, anestesiados hemos permitido sin ninguna astucia, que seres aparecidos de los bosques de la nada (¡Ante sus ojos solamente brilla el diabólico signo de pesos!) hayan ido marulleando proyectos irregulares a su gusto, pasando por encima de los intereses comunes del pueblo y maltratando los derechos de cada uno de los habitantes, vaya forma de pisotearnos día tras día. Especialistas en arrojar la piedra y cortarse el brazo entero. Unos saltamontes en todo el sentido de la palabra.
También permitimos ser sometidos a un suplicio comercial que hasta el día de hoy, sigue afectándonos desde todos los ángulos habidos y por haber; no he conocido el primer líder comercial que diga que las reformas en la estructura vial de municipio lo beneficiaron, más si he conocido a muchos que dicen que dejaron de vender cantidades alarmantes de sus productos en el proceso de las construcciones. Los malabares en planeación son varios, como por ejemplo, haber seguido ejecutando obras en temporada de lluvias y no contentos con eso, iniciando muchas más, sin el debido apoyo de la ciudadanía. Abrir, para después cerrar, para después abrir y volver a dejar todo empezado: a eso se le llama destrucción aquí y en la China.
Y digo permitimos porque sí, fuimos nosotros los que votamos, y es bien sabido que un pueblo tiene los dirigentes que se merece. No obstante, muchos tenemos el temor de que este terrible error vuelva a cometerse en el año electivo que se aproxima. No cabe duda que fuimos merecedores de lo peor, una condena que no vemos la hora de cumplir de una vez por todas. Miramos la estatua de Córdova por horas esperando que nos salve y regresamos a casa entristecidos por la tibia luz de la luna, que en ocasiones parece esconderse para no entregar su luz a un paisaje desértico que antes tuvo color y grandeza.
Hace pocos días en la Plaza de la Libertad, la ciudadanía salió de blanco, a levantar su voz al unísono en una manifestación de carácter pacífico, para decirle a la administración del municipio que no están dispuestos a soportar más abusos, a cargar sobre sus espaldas más cruces de incoherencia. Los transportadores sostenían pancartas en las que pedían que se les respetaran sus derechos, y otros, aterrados por el cobro de una valorización extraña, ejecutaron discursos que hicieron enfurecer el corazón de los asistentes y la Plaza de la Libertad por un momento, pareció arder en llamas, aunque fuese poca la gente, se podía sentir a kilómetros que el infierno era grande.
La carta lanzada en una botella de agua envasada con los recursos hídricos de la ciudad de Bogotá cayó sobre el iracundo mar que se sacudía frente a la Catedral de San Nicolás el Magno, proveniente del tembloroso pulso de los piratas "democráticos", y con ilegible tinta decía que los estratos bajos no son afectados por el espectro de la valorización, pero hay que recalcar que la marcha no solo se enfocaba un tema concreto, la marcha también se hacía por los proyectos desmesurados e inconsistentes en reformas viales e intervenciones arquitectónicas, que creo yo (¡Muchísimos!), son los que se llevan el galardón dorado, pues es bien sabido que ahora Rionegro, no tiene nada que envidiarle al desierto del Sáhara o alguna aldea ubicada en la profunda miseria de la India actual.
Me ubiqué en un balcón que posee una vista privilegiada al parque principal, y tuve la alucinación de ver la estatua de José María Córdova derritiéndose bajo el doloroso sol de noviembre, mientras la turba gritaba sus ideas al palco de una alcaldía que obviamente, estaba vacía (¡Nadie dio la cara! Se pusieron máscaras de hierro y salieron por la puerta trasera). Los ciudadanos dicen que esto nunca había llegado a suceder en la Cuna de la Libertad, y para más I.N.R.I al respecto de los espeluznantes acontecimientos, la administración instaló una pantalla "informativa" de forma perpendicular a la tarima que estaba dispuesta para la oposición. Cual ring de boxeo, en el que al principio los unos no dejaban escuchar lo que decían los otros, se tornó todo el tumulto. No es más que una pequeña muestra del pozo cultural que estamos habitando desde hace tres años, una muestra somera de lo que jamás debería hacerse en otro municipio del oriente antioqueño, y sin miedo equivocarme, en ninguna ciudad del país.
Definitivamente estamos ante un noviembre herido, en el que las hormigas nos hemos dado cuenta que superamos en número a los saltamontes, han puesto sobre la mesa las semillas para plantar un jardín de engaños, cuyos frutos envenenados quizás sean la única manera de liberarnos de ese gigantesco monstruo contratista, embustero y desalmado, que con sus pisadas va destruyendo a diestra y siniestra todo nuestro capital. El polvo gris de las volquetas ha cubierto el cielo que alguna vez fue azul y para dar un paseo, habrá que contratar un tractor.
Creo tener la autoridad suficiente para escribir que, hoy por hoy, en el municipio de Rionegro reina la resignación a sus anchas, nos gobierna la creencia deforme de que es el alcalde quien tiene la sartén por el mango, y que lo que nosotros hagamos, sea lo que sea, servirá para lo poco. Es esa creencia la cueva en la que se refugian esos truhanes, en donde empiezan a planificar los nuevos pactos de la Laguna Azul, diseñan la eliminación de las rutas de transporte colectivo, miden los nuevos y escasos recursos destinados a cultura, escudriñan las valorizaciones injustificables, y emprenden expediciones sombrías en el mapa del año que se aproxima, para ganar terreno y montar nuevamente a un enclenque político, indistinguible y sarcástico, para continuar con esa dinastía del terror, que no nos ha traído más que vergüenzas y problemas de toda índole. Todavía estoy a la espera de la instrucción final de este manual de barbaridades variopintas, que seguro servirá para las generaciones venideras, en las que tengo la esperanza que he perdido en ésta, en las que tengo la fe de que sea muchísimo más inteligente y productiva que en la que nos tocó sobrevivir.