La ciudad de Riohacha presenta la más alta informalidad del país después de Cúcuta, situación que afecta de diferentes formas a toda la población, pero que, en el caso de Riohacha también es producto de la incapacidad y falta de efectividad de sus sucesivos mandatarios, que han tenido la oportunidad de dirigirla.
Sin querer referirme al tema del abuso en la administración de los recursos públicos, acción dominante en cada una de sus administraciones, las cuales solo han pensado en el beneficio particular de las elites que han ostentado el poder en la ciudad, generando caos e incertidumbre y conduciendo a la capital al estado de postración y calamidad en el que hoy se debate.
En su último informe el Dane cuenta que la informalidad pasó del 63.5% al 66.1 en un año. Estas frías cifras no son ni siquiera la sombra de la verdadera catástrofe social que enfrenta la ciudad. Aquí la informalidad, la pobreza monetaria, la pobreza multidimensional y la pobreza extrema son factores que dominan el panorama social local y en las cuales somos líderes nacionales. Pero claro, aquí nadie toca el tema con la profundidad que este merece, ya sea por conveniencia o por negligencia. Considero ambas actitudes execrables.
Si no se toman los correctivos a tiempo podríamos estar frente a una bomba social de grandes proporciones. Nuestra dirigencia política tiene sobre sus espaldas la responsabilidad de haber desperdiciado incalculables recursos y los mejores años para invertir en ella. Primero, por ineptitud de sus dirigentes y segundo, por la desmesurada ambición de enriquecimiento rápido e ilícito de los mismos. Además, las obras construidas sobre ella no solo son mediocres e impertinentes, son también obras que denuncian la falta de visión de largo plazo y capacidad de crear para imaginar cómo debería ser nuestra ciudad del futuro.
Unas de las consecuencias de todos estos errores es tener hoy una ciudad estancada, sin aparato productivo, sin economía, sin mercado, sin forma urbana, sin perspectivas claras hacia a dónde debemos ir y cómo construir esa ciudad óptima.
Quién podría decirnos cuántos años de atraso han significado para la ciudad esta forma torpe de dirigirla y administrarla. Hoy solo acumulamos atraso y problemáticas sociales de gran tamaño, junto a una agenda de desarrollo que no tiene claro ni el destino, ni sus metas y menos la forma de llegar a ellas.
Es un total fracaso como hasta este momento se ha administrado la ciudad. Los resultados lo denuncian y lo gritan. Es indignante darnos cuenta de que cuando se anuncian obras solo se hacen buscando la manera de hacerle conejo a las comunidades y después buscando la forma de legalizar el pillaje sobre nuestros pocos recursos.
De manera que pensar en un cambio sin cambiar los protagonistas o la manera de pensar de estos es una verdadera quimera. Duele decirlo, pero estos dirigentes tienen décadas haciéndose elegir con el mismo discurso, sin cambiarle una coma y con las mismas estrategias.
Soñemos con un escenario diferente. Imaginemos hoy por hoy la ciudad de Riohacha como puerta de entrada al departamento, como un destino turístico en las agendas de las principales agencias del mundo, que mueven el macromercado de esta actividad. No hablamos de un destino ocasional, de un turismo excipiente como el que hemos tenido hasta ahora, con abundantes visitantes pero solo en Semana Santa, pero sin poder adquisitivo importante como para mover nuestra caótica economía. Por la ciudad pasan los ciudadanos del país que no tienen cómo visitar otros destinos nacionales, muchos más exigentes económicamente hablando. El resto del año somos destino de mochileros.
Señores, hay que pensar en grande pensar en grande porque La Guajira fue diseñada por Dios para ser grande y tiene todo para serlo… menos buenos dirigentes.
La principal virtud que exigiría a nuestros futuros y buenos dirigentes sería la transparencia. Sin ella y con la corrupción presente no hay nada que hacer.