Es a través de la desobediencia y la rebelión que se ha hecho el progreso.
OSCAR WILDE
El sistema no teme al pobre que tiene hambre, teme al pobre que sabe pensar.
PAULO FREIRE
La violencia es siempre un acto de debilidad y generalmente la operan quienes se sienten perdidos.
PAUL VALÉRY
Desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, va el prólogo al poemario Río SARAVITA en mí, del poeta, fotógrafo, catedrático y abogado Edgar Cortés M., de quien ya se conocen sus libros Descenso a la flor (1998/2023), Camino del cuerpo vacío (2021) y Los rostros del silencio (1993/2023). El primero, un diálogo con la Natura, el sentido primigenio del agua y la piedra, los seres queridos, y tres preocupaciones básicas: la economía del lenguaje, mayor poder de síntesis y mejor sentido de expresión; el segundo, una charla ecuménica a partir del trabajo sobre el lenguaje que conecta objetos, personas, héroes, geografías, otredades, pintores, Ars erótica/Ars poética, blues, otros lugares del mundo que fluyen en modo taoísta para mostrar el vínculo entre la vida y el arte, el arte como modo de vida, la vida como forma de arte; el tercero, una percepción del mundo desde lo táctil, que puede verse a partir de la condensación, la intensidad, el laconismo, lo concreto y lo abstracto.
En su más reciente obra, Río SARAVITA en mí (2024), el autor va entre dos aguas, como Paco de Lucía en su tema, porque la poesía es río, y el río es música; entre Hölderlin, la esencia de la poesía y el lenguaje como el más peligroso de los bienes que se ha dado al hombre, para que con él cree o destruya, se hunda y regrese a la eternamente viva, a la maestra madre, para que muestre lo que es, que ha heredado y aprendido de ella lo que tiene de más divino, el amor que todo lo alcanza (1); y Ricoeur, para quien el mundo del texto, ser mundo, entra necesariamente en choque con el mundo real para ‘rehacerlo’, sea que lo confirme, sea que lo niegue; pero, aun la relación más paradójica del arte con la realidad sería comprensible si el arte no descompusiera y no recompusiera nuestra relación con lo real. Si el mundo del texto no tuviera una relación consignable con el mundo real, entonces el lenguaje no sería ‘peligroso’ en el sentido que expresaba Hölderlin antes de Nietzsche y Walter Benjamin (2).
Y de Heidegger. En esa relación del texto con la realidad surge el cuerpo, en E. Cortés, como emblema de lo bello, de la libertad y como arma de manipulación por el Estado: (no sólo) desde Foucault. Por eso, en el Poema 3, está ese otro río que se va volando y parece no volver y no se entiende tampoco, en la niñez, los muertos que llegan en camiones de tierras calientes. Así como la acción narrativa, Ricoeur dixit, no tiene referencia, la referencia inherente a la historia se relaciona con la referencia ‘productora’ del relato de ficción. No es que el pasado sea irreal, sino que lo real pasado, en el sentido propio del término, es inverificable. Al dejar de ser, el discurso de la historia sólo puede remitirse a él de modo ‘indirecto’. Así, surge el parentesco de la historia con la ficción. Reconstruir el pasado es obra de la imaginación, ya lo dijo Collingwood (3). En virtud de los nexos ya citados entre historia y relato, también el historiador crea tramas que los documentos autorizan o prohíben, pero que nunca contienen.
Una tercera opción de agua, en la que se movería el poemario, sería en la que navega el poeta T. S. Eliot (1888-1965): “El poeta, como habitante de la poesía, camina, entre la oscuridad y la fama [vanidad, narcisismo y nihilismo], por un sendero resguardado por la tradición y el talento individual” (4). Eliot es, aparte del creador del poema La tierra baldía, el poeta gringo que se volvió inglés a los 39 años de edad y que cita Cortés como epígrafe en Río SARAVITA en mí: The River is Within Us… ya incluido en Descenso a la flor. Figura tutelar, el río, a lo largo del que es poemario, relato, historia, aunque también prosa, lírica, polifonía, y claro descripción y narración, poesía y música a un tiempo, como quien tiene presente los nexos entre historia y realidad, hombre y paisaje, pasado e imaginación, cuerpo y Poder. Por un ajuste en las prácticas de confesión cristianas, para Foucault el cuerpo empieza a ser baluarte del pecado, razón por la cual el Estado debe interrogarlo y cada sujeto ponerlo en palabras…
La poesía de Cortés en Río SARAVITA en mí da hasta para refutar a Ricoeur en Del texto a la acción: “Mientras que el relato incluye entre sus variedades un subgénero tan amplio como la historia, que puede pretender ser una ciencia o, en su defecto, describir acontecimientos reales del pasado, la metáfora caracterizaría únicamente a la poesía lírica, cuyas pretensiones descriptivas parecen débiles, si no nulas [el subrayado es mío] (5). ¿Cómo lo refuta? La respuesta es simple y a la vez compleja: a la par que hace etno/antropología en sus salidas, trabajos de campo, a la manera de Fals Borda con su Investigación Acción Participativa (IAP) y su actitud senti/pensante (expresión que E. Galeano fusiló pero que es de Unamuno) (6), Cortés describe y a la vez narra, ya como escritor, como poeta, como historiador, todo lo que ve, escucha, siente y cree: no en vano, él escucha a y dialoga con todo aquél que se topa por el camino. Por eso su poesía, en apariencia escrita por él, permite avizorar múltiples voces…
Múltiples voces que lo acompañan en la construcción del relato y terminan por constituir un coro polifónico, el que para Ricoeur es ese relato a caballo entre etnografía y sociología, y para Marx entre economía y política: para ambos, entre filosofía y ciencia. El río es música, los ríos conversan y al hacerlo conmueven por su potencia para arrastrar la inmanencia de la Historia. El cuerpo sonoro de la corriente de un río, es para Cortés como saborear una naranja en la boca o percibir la entrada de un cuerpo en otro y, en esa medida, el río tiene el poder de intercambiar los sentidos o poner en acción la sinestesia: v. gr., el del gusto con el del oído, el de la vista con el del tacto y así… Y la pasión del río se confunde con la humana (poema 7): “El río es paciente y calmo, a veces, / También furioso y desatado”. (PDF: 10) El río a su paso, además, teje mensajes de corriente alterna (con los cáñamos sonoros del árbol) al estilo desinteresado de Tesla (7), y no al estilo avaro e interesado de la corriente continua de Edison.
Si se alude a estos dos ‘genios’ (más el primero, claro) de la energía, es porque todo está interconectado en el Cosmos, no hay cabos sueltos, y lo más nimio o despreciable y lo más sublime, son parte de la misma sustancia o, si se prefiere, de la misma esencia. En la esencia de la poética de Cortés está la ética por honestidad: voz del griego ethos o la predisposición a hacer el bien y rechazar el mal, la fe de los demás en nuestra integridad y competencia sin ánimo de competir, fórmula esta del capitalismo junto a vanidad y éxito; por otro lado, está el pathos o la buena energía (también eléctrica, quizás, pero antes humana), equivalente a la empatía, al sentimiento recíproco o la alineación con la emotividad del otro. La de Edgar Cortés no es una poesía que se conforma con la descripción del paisaje, y ya se sabe que el paisaje es el hombre sin el cual no hay paisaje, sino que trasciende para conformar un relato o ‘discurso’ filosófico/político e incluso económico, sin caer en la retórica o el manierismo.
Como en el Poema 8, cuando habla del Viejo rebelde, varias veces insurgente, contra toda injusticia, a la manera del Che Guevara (8), o contra el credo religioso impuesto más con garrote que con zanahoria. El mismo Viejo que va de Puente Nacional, y de su congregación, a la vereda y cada 8 de mayo recuerda a sus ancestros que acorralaron a los españoles, y que a su vez siembra, cosecha e intercambia sus productos con los que hacen otros, como el dulce bocadillo. Metáfora inconsciente, de contera, para contrastar con la impiedad y la amargura del colonizador: como la del sionista de hoy contra los palestinos. Para, al final, pasar de la comunión con el resto a la soledad consigo mismo, ante el desplazamiento forzado o no, de su familia a la ciudad, mientras él se consuela con su amor por los pájaros libres y los atardeceres; como los humanos, el río tiene su propia fragancia: huele a vegetación, a pez, nutria, serpiente y más allá, como la Humanidad, a origen, ancestralidad, prehistoria (p. 12).
Ciertas noches el río se separa del sueño para atacar por sorpresa, cual animal urgente, y devora/doblega/moldea todo, tapa los valles y los deja en el olvido de la Historia y de la histeria: los desaparece. La única desaparición verificable. Porque otra cosa muy distinta ocurre con la desaparición forzada de los humanos: es peor que la muerte y las víctimas muy rara vez reaparecen. Aunque el río avisa, su anuncio se extravía en las carteras de los burócratas, como pasó con el río Lagunilla en Armero; o se pierde en los oídos despistados de los lugareños que laboran en el trapiche e ignoran el incesante golpeteo de los cascos en el lodo de las trochas. Nunca, caminos: he ahí el problema para el transporte de alimentos, hacia el centro y otras zonas del país, del que sacan partido del pacto histórico por el cambio, los esquiroles, para que no se dé: como ya hicieron en el Chile de Allende, es decir, desabastecer el mercado o encarecer los productos para echarle la culpa al gobierno de turno.
Como se infiere del poema 10 (p. 13). Es aquí donde debe entrar la rebeldía y la desobediencia que deriva en progreso, y entra también la del poeta semi profeta, mientras confusos sueños atraviesan la geografía nacional, desde el mar hasta llegar a la noche cerrada de la selva, donde los miedos, el extravío y la esperanza de otras latitudes se instalan bajo la tutela de la floresta. Luego vendrán el saqueo, el desangre, la peste expandida: “Y quedarán señales de lucha en las piedras que hablan”. Porque las piedras no son cosas, sino sucedáneos del sujeto animado. Por ello el poeta persigue su huella “como el río busca el tiempo que se deshace en polvo de estrellas”. Lo que en últimas somos: polvo de estrellas, nada más; otra metáfora para señalar la humildad que nos debe habitar, antes de querer irnos a vivir en casa de la soberbia: donde moran los poderosos/miserables y ‘filántropos’ que, dada su extrema soledad, derraman odio sobre la Humanidad, a la que buscan aniquilar hasta un 80% en 2045.
Lo que permite probar que el Sistema no se arredra ante el empobrecido, que no pobre porque nadie escoge serlo, con hambre, sino que teme al empobrecido que además de pensar actúa dentro de la reflexión, la disensión crítica y el pensamiento complejo, para sentar las bases del vuelco cultural de un país y de paso cerrar la vorágine de la Violencia, ese nefasto capítulo que nos asola desde el XIX, con 52 guerras civiles de las cuales la historia oficial sólo registra nueve, para entrar por fin en el tan mentado pero incierto terreno de la paz total: el más deseado por cualquier pueblo que haya sufrido los rigores de la injusticia, la inequidad, la violencia, el desplazamiento, la muerte, la desaparición, como muchos más en el mundo, pero como pocos si se mira desde la sevicia hacia campesinos, negros e indios; el maltrato hacia mujeres, ancianos y niños; la bronca ciega hacia maestros, líderes sindicales y sociales o militantes disidentes o de izquierda. Todo esto se infiere de la poética social de E. Cortés.
Pero, no es el río que todo se lleva lo que acongoja al poeta/narrador, sino los ojos de la avaricia/codicia de quienes no ven, ojos que apenas siguen siendo espejos de horror, como se ve en el poema 11 (p. 15). El crono/poeta cita al cronista español Juan de Castellanos para rebatirlo y recordarle que no se trata de la noche que cubre/abriga, sino de la que es ventana para avistar otros espacios y se declara, él mismo, crisálida palpitante en esa selva arrasada y violentada por presencias que atemorizan (16). Las mismas que, presas del miedo que deriva en odio, evidencian la debilidad que hay detrás de toda violencia, violencia que por lo demás la ejercen quienes más perdidos están: los que se dejaron arrastrar por el espejismo del dinero, por la gloria efímera de la fama, por la ilusión rastrera del capitalismo salvaje… ese oxímoron del que nadie quiere salir, pero en el que todos acaban por perderse como le pasa a Arturo Cova en La vorágine, novela que en 2024 cumple 100 años de su publicación.
Una novela no del XX sino del XXI, porque fuera de mostrar el aquelarre del capitalismo, anticipa las masacres de campesinos, lo que parece que fue ayer, pero sigue pasando hoy: no por ‘otros actores del conflicto’, sino por los mismos que las han producido con mayor acritud en el último cuarto de siglo: los paracos. A cuya cabeza está El Innombrable, El Matarife, Varito, El Golfo, San-guijuela, como gustéis, Chespier gilipollas dixit, en compañía, cómo no, de su Vice Facho Santos, de su Minguerra Juanma Santos+, del financista de todos, LCSA, testaferro de Pablo Escobar en el Bco. de Occidente c. 1989 e íntimo del zar de las esmeraldas pero más de los paracos, Víctor Carranza, del Duque que no es noble sino Porky, de los dos últimos fiscales de bolsillo, el Dr. Cianuro NHM, y Pacho Babosa, menos conocido como F. Barbosa, sobre cuyas cabezas ya se cierne la lenta justicia: hay que esperar que actúe, pronto y en derecho, a ver si el pueblo cumple el sueño de estar en un país civilizado.
La situación descrita se refleja en distintos tramos de Río SARAVITA en mí, así no se nombre a los citados: ya han cobrado el don de la ubicuidad del Señor al que nadie verá, pero que sí tiene el poeta bonsái. Unos fragmentos del Gaviero de aguas dulces y Oteador de horizontes y de azares, Cortés, quien a la usanza de Cova podría decir: “Antes [de] que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”. Así, en la prosa poética del poema 15 (19), nos habla del río que da alivio a los migrantes, a los que mañana cruzarán otras fronteras, sin saber que hacen parte del crimen transnacional llamado xenofobia institucional, y les muestra una ruta a los que transitan el destierro, ‘obligado o voluntario’, y el río es ira incontenida e incontenible, ‘cauce que se desgrana entre rocas que parecen reptiles, irresistible’. Sin decirlo, alude a esa fuerza laboral anónima que en cada crisis del capitalismo echa a andar por América Latina para rifarse por un salario de miseria.
Fuerza laboral que atraviesa esa selva arcaica, hoy encerrada o, peor, ‘cercada’, con el misterio intacto aún de aquel palimpsesto jamás susceptible de conquista, mucho menos de ‘encuentro entre culturas’, selva habitada por la diversidad, los sonidos sin número que, además, no pueden explicarse (poema 12: 16). Así, ahora, en el río de variadas ropas, el poeta cambia de piel como cambian las aguas de aquel y que, contra Heráclito, permiten bañarse dos veces así no sea en el mismo río, y el autor se reconoce habitante del hijo del mar (16: 20). Reaparece el destierro, en dolorosa metáfora, para señalar ese algo que se atreve a retar al Tao: lo que nos mueve a abandonar el destino de fluir sobre la Tierra. El poema 17 (21) se llena de imágenes: con caseríos, pueblos y viejos en abandono, los que se privan de cruzar autopistas; el poeta nota el activismo de quienes hacen eco de músicas traquetas e invocan la lujuria de la guerra y del despojo. Al Chicamocha lo venden afanosos jóvenes de ojos claros.
Los que no piensan en la reserva pesquera ancestral, sino en la industria del turismo: turismo sexual y de drogas que hoy invade a Colombia, en un hecho aberrante que los medios prepagos ignoran de modo deliberado, para acallar a la conciencia colectiva y dejar tranquila a la propia… ¿conciencia? Hoy, v. gr., Medellín devino un gran lupanar (9) y Bogotá, en el sector de La Candelaria invadido hoy por turistas sobre todo israelíes, se ha convertido en el nuevo Bronx, según me expresó un antropólogo que me llamó y pidió cobertura periodística, por su cada vez más expansivo consumo de drogas. Mientras, en los pueblos de Santander los machetes se desenfundan con ligereza y ciertas castas insisten en preservar sus abolengos: “Todo retocado / A la moda del capital global, / Con músicas de parroquia / Y hormigas culonas” (poema 19: 23). De ahí es posible extrapolar lo dicho: todo está conectado, como en el Cosmos, y tanto en los pueblos como en la ciudad, el capital hace esclavos por doquier.
Entonces, luego de buscar y leer en las antiguas mitologías del Indostán y la geografía de Mesopotamia, de revisar las leyendas de los ríos que descienden de lejanos cielos hasta las tierras de hombres ansiosos de alimento y devoción, el etno/poeta, el poeta antropólogo ve el agua del Saravita, hoy río Suárez, moldeado por el viento, las manos de hombres y mujeres y la piedra. Enseguida, advierte que el mismo está por fuera de la conciencia de la gente y halla que “poco se sabe del río propio”. Nadie sabe lo que tiene, pero no hasta que lo pierde sino, muchas veces, hasta que se lo quitan, como pasó con el río Ranchería en La Guajira, que dejó a miles de niños muertos y convirtió las vidas de los adultos en vidas secas por el polvo terrígeno frente a sus ojos. El poema 13 cierra con una metáfora: recuerda que el ayer es hoy, hace al río impresentable en los mapas cotidianos, los mismos en los que el valor del agua y la valía de los seres vivos son apenas un pretexto para incrementar el lucro del turismo.
Es tal vez en el poema 32 que Edgar Cortés con mayor potencia e indignación pone sobre el tapete el espejismo del progreso y los problemas del capitalismo por vía de su mirada sobre los pueblos: entonces, no le desea a Barichara la misma suerte (aunque ya la tiene) que a Villa de Leyva, creada en los solares del colono español Juan Barrera en 1572, con el nombre de Villa de Santa María de Leyva (10), “rayada su piel por el insidioso cuchillo de los motores, / la voracidad de los que urbanizan, / […] Sin tiempo para contemplar las nubes en cielos de azules solares, / Sin el encuentro con las voces campesinas. / Sólo el ruidoso sitio global de comercios foráneos y de tráficos urbanos que / Ignoran / El sentido de la piedra / Y las voces del agua”. He ahí una fotografía verbal/lírica del contraste, del duro choque, entre Historia y desarrollo, memoria y olvido, esperanza y constatación, en la que a estas alturas no hay lugar para la queja ni para la denuncia, mucho menos para el asombro, que por la ruta se extravió.
En conclusión, Río SARAVITA en mí aun con sus breves 37 poemas es summa de relato e Historia, prosa poética, narrativa y descripción, poesía y música: dicha con rigor escritural, respeto por la palabra, cuidado por el paisaje humano y geográfico; interés por la situación socio/política del país y sus guerras fratricidas hechas por quienes sólo son hermanos de sus castas, abolengos y mafias. En ella la voz río, y otras como agua, aire, fuego, tierra, son algo más que los cuatro elementos: a estos se aúna ese quinto (que Besson filmó), el amor, para reportar sosiego en medio de la violencia que se devora al país y de cuyo letargo hoy lo despierta el gobierno del PH para otear nuevos horizontes con sus reformas, la recuperación del campo, nuevos colegios y universidades e inéditos derroteros en educación, arte y cultura. Cortés escribe para él y para otro: lo que expresa, es él, dilete/amador, en poemas que aspiran a ser, ya no a decir. Presta palabras y se las apropia: el río, en distintas lenguas, dice su verdad.
En memoria de George B. Shaw, quien dijo que los poetas hablan consigo mismos en voz alta y el mundo los oye por casualidad.
Notas, enlaces y bibliografía:
(1) Hölderlin y la esencia de la poesía, por Martin Heidegger.
En: https://desorbita.wordpress.com/2017/10/14/holderlin-y-la-esencia-de-la-poesia/
(2) RICOEUR, Paul. Del texto a la acción – Ensayos de Hermenéutica II, FCE, México / Bs. Aires, 2002, PDF: 383 pp.: 21.
(5) Íbidem Nota 2, 2002, 383 pp.: 22.
(6) https://rebelion.org/la-lucha-dialectica-amor-vs-intolerancia/
(7) https://www.youtube.com/watch?v=z1DojYMycZY
(9) https://www.youtube.com/watch?v=9gUl2O_bkCk
(10) https://blogs.elespectador.com/cultura/el-magazin/la-historia-de-mi-muerte
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico de literatura/cine y jazz, catedrático, corrector de estilo, traductor y, ante todo, lector. Colaborador de El Magazín EE, 2012; columnista, 2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por MLK: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, publicado por la UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, lo lanzó UFES, el 20.feb.21. Invitado por Pijao Eds. al Encuentro Nal. de Narrativa vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23). Invitado por UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, 25.nov.23). Autor en ARC, Rebelión, Magazín de EE, Las2Orillas y traductor/coautor, con Luis E. Soares, en dichos medios. Director del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños. E-mail: [email protected]