"Cuando el pozo está seco sabemos el valor del agua" (Benjamin Franklin).
El río Magdalena se ha convertido en la laguna de oxidación más grande que tiene el país. Además, hay al menos 700 municipios que están vertiendo sus aguas residuales directamente sin ningún tipo de control ambiental por parte de las autoridades competentes. Y eso no es todo, hay que sumarle el fenómeno de la minería ilegal y los otros tipos de extracción que se ejercen en sus orillas.
Como mencioné antes, lo largo de sus 1500 kilómetros de navegabilidad recibe descargas permanentes de aguas residuales de los municipios aledaños a su cuenca hídrica, y cada día que pasa sufre indiscriminadamente todo tipo de atropellos que ponen en peligro la permanencia de sus aguas vivas. El río está presentando altas cargas de contaminantes, producto de varios factores: aguas residuales, desechos industriales, descargas directas de clínicas, lavados de automotores, etc. La situación ambiental se empeora en la medida que crecen los municipios.
La catástrofe ambiental que vive nuestro río se conoce gracias al esfuerzo que realizan algunas universidades que buscan dar a conocer la magnitud del problema. De hecho, a través del Departamento de Investigación de Biología de la Universidad del Atlántico, se realizó hace dos años el conversatorio Encuentro por el río Magdalena, dirigido por el investigador Luis Carlos Moreno Gutiérrez. Allí se dio a conocer que el 80% de los municipios que vierten sus aguas al río no tienen sistemas o plantas de tratamiento de aguas residuales (PTAR) y el 20% que tiene sistemas de tratamientos presenta fallas técnicas en su manejo. Así mismo, el profesor afirmó, según las pesquisas adelantadas, que del 20% de los municipios que tienen PTAR, el 60% presenta deficiencias técnicas en el manejo de aguas que van a parar al río. Estos resultados reflejan el olvido en el que ha estado nuestra fuente hídrica durante muchos años. Muchos engrandecen nuestros paisajes y fuentes hídricas y sin embargo las viven contaminando.
Vamos a ver ahora cómo el departamento del Atlántico está en la misma situación que los municipios que vierten altas cargas de contaminantes a la fuente hídrica. Por ejemplo, en Soledad, según informe presentado por el director de Barranquilla Cómo Vamos (Manuel Fernández), existen 23 puntos de vertimientos de aguas residuales que van a parar a los caños y arroyos cercanos a los municipios y estos a su vez terminan en desembocando en el río Magdalena. Frente a esta delicada situación, y tal vez conducta criminal, ¿quién responde? Debería responder penalmente el municipio y la prestadora de los servicios públicos del municipio que cobra mensualmente servicio de alcantarillado y sin embargo no ha construido ninguna PTAR para el tratamiento de las aguas residuales. Esta parece acudir a lo más fácil y descarado: apuntar hacia los arroyos y caños, ellos se encargarán del resto.
También podemos presentar el espantoso caso del municipio de Malambo. Durante años, las autoridades administrativas dejaron al acecho el desborde de las aguas residuales. Estas eran conducidas en su mayoría a la ciénaga de Malambo, espacio verde y fuente de vida moribundo hasta el día de hoy; producto de las altas cargas contaminantes que llevan estos vertimientos. De hecho, los pescadores de la zona cuentan cómo ven morir la fauna y la flora frente a sus ojos, que incluso ya casi no ven porque la fuente hídrica se está muriendo también. Frente a esta situación de deterioro ambiental, el consorcio Aguas de Malambo invirtió por fin después de tantos años 21.000 millones en la construcción de una PTAR. Sin embargo, para el año 2020, aún no funcionaba debido a un desacuerdo económico entre el consorcio Aguas de Malambo y el municipio. Mientras esto ocurre, se siguen arrojando las aguas a la ciénaga.
Para finalizar, tenemos el caso más rimbombante, el de la Triple A en Barranquilla. Hasta el día de hoy solo se están tratando el 75% de las aguas residuales a través de dos PTAR: una ubicada en Barranquillita y la otra, en el barrio El Pueblito. El resto es arrojada al río Magdalena. En el mismo informe que presenta Barranquilla Cómo Vamos para el año 2019 demostraron que existían 8 descargas directas al río en la vertiente oriental. Para subsanar esta problemática le recomiendan al alcalde la creación de una superplanta de tratamiento de las aguas residuales, que hasta la fecha no se ha hecho. Cualquier persona, con o sin tapabocas, percibe el olor putrefacto que se despliega por los aires del gran malecón. Si te detienes un momento allí y miras hacia abajo del cemento te encontrarás con unas bocatomas de descargas de aguas residuales, escondidas a los ojos del turista y del barranquillero que va a pasar una tarde en el gran río, y que solo son descubiertas por las brisas que esparcen los olores por todas partes. La naturaleza denuncia calladamente y nosotros no nos damos cuenta del deterioro ambiental que traviesa nuestro río.
La situación ambiental sigue delicada en la ciudad, mientras se alimenta el problema con varios factores contaminantes. Por un lado, las descargas de aguas con altas cargas contaminantes al río. Por el otro, los residuos sólidos que están acumulados en los arroyos de la ciudad esperando que caiga un fuerte aguacero para ser conducidos a otra gran reserva ambiental: la ciénaga de Mallorquín. Así pues, la pregunta es: ¿por qué la Triple A, empresa encargada de la limpieza y recolección de las basuras en la ciudad, no viene haciendo el debido mantenimiento de estos canales? Solo ubica una malla metálica en el arroyo de León, denominada trampa ecológica, para recogerla una vez llueva.
Finalmente, esta podredumbre desaparece lentamente en Bocas de Ceniza para aparecer luego en las playas aledañas al departamento. Todo frente a la mirada complaciente de las autoridades ambientales que por décadas han sido permisivas con las empresas privadas encargadas del saneamiento ambiental. Aún estamos a tiempo de salvar nuestro gran río.