Río Cauca: ¿mito o verdad?

Río Cauca: ¿mito o verdad?

No es mentira lo que ocurre cuando se desafía la fuerza y la grandiosidad de la naturaleza por mucho que se diga cómo la humanidad es capaz de dominarla

Por: Alba Doris López Restrepo
junio 07, 2018
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Río Cauca: ¿mito o verdad?
Foto: Alba Doris López

Una vez, no hace mucho tiempo, solo algunos años, y no en un reino lejano, sino en Sabanalarga (Antioquia), me relataron una historia de esas llenas de sabiduría ancestral y de memoria histórica de las gentes, y que perduran en el tiempo, sin que a las propias historias les importe cuánto. Es un mito, como todos, fundacional. Uno de esos que de manera despectiva, y ya común, se citan como sinónimo de mentira en abundantes titulares que rezan: “mitos y verdades sobre…”

No hay tal. Son narraciones construidas con metáforas a la manera de la mejor poesía, de la mejor literatura —oralitura, la llaman—, realidades contadas de otras maneras. Advertencias. Códigos. Leyes. Modos de ordenar el mundo concreto a partir de fundamentos comunes a todos los seres humanos. Una ética ambiental, social, parental, vecinal, comunal, que le confiere sentido y propósito a todas las relaciones. Saber cómo tratar los animales y las plantas silvestres o domésticos, hasta un vecino o un pariente a partir de escuchar las voces antiguas, de ir sumando saberes en vez de borrar los pasados con los presentes, y enlazarlos en ese relato pleno de imágenes y pedagogía llamado mito. Un entramado de Historia sin fechas porque significan más el hecho que relata y la enseñanza que transmite.

Cuenta el relato de Sabanalarga cómo una pareja del cañón del Cauca, sin hijos, finalmente tuvo uno al hacer un pacto con el diablo. A medida que crecía con desmesura, engullía cultivos, animales, indios… todo lo que le apetecía. Los padres para evitar la devastación pidieron al diablo llevárselo de nuevo. Entonces, las brujas lo durmieron tejiendo trencitas en su abundante y largo cabello y, con ellas, lo ataron a un totumo con frutos de oro en medio de un lago que da origen a muchas fuentes de agua, en lo alto de una montaña. Dicen que le quedó suelta una parte del dedo meñique y cuando lo mueve produce crecientes. Nadie puede llegar allí porque la vegetación se cierra y los viajeros se pierden. En el mejor de los casos, pueden devolverse en medio de la tormenta que se desata, si han llevado reliquias que los protejan. Dicen que si El Machadón se suelta, sería el fin del mundo, pues por la creciente “vamos a dar todos a Caucasia”.

Parece, ahora, que se ha soltado más que el meñique de esta figura mítica que sostiene el orden hídrico del mundo protegiendo varios nacimientos de agua unido al árbol de la vida como las normas. Para nadie debería ser un secreto, y mucho menos en estos tiempos de políticas de protección y conservación ambiental, de calentamiento global, de reconocimiento de las etnias y sus saberes, que los mitos plantean el deber mínimo que tenemos con la tierra y con la vida. Estos relatos son patrimonio inmaterial y deberían hacer parte de las políticas mencionadas para dejar de considerarlos simples creencias sin piso; reconocer su fuerza simbólica y su dimensión ética en la configuración, el ritmo y la diversidad de la vida.

Sin ninguna consideración, más allá de las nociones de progreso y desarrollo se ha perturbardo el hogar de las madres de agua, los mohanes y los abismos. Dicen que estos últimos, se tragan a alguna persona de cuando en cuando y la regurgitan siendo sabia. Debería pasarles a algunos de los que conciben y ejecutan megaproyectos. Ir al interior de cada tierra, cada río, cada población. Escuchar su acento, sentir el frío el calor y el ritmo de las cosechas, los calendarios religiosos y los tiempos de pesca. Obtener el conocimiento necesario y suficiente para tomar decisiones y trazar planes. Es éste un sensato y sabio consejo, no sólo una imagen.

Que no quiera El Machadón enviar todos estos espíritus que dan vida a las aguas del Cauca a reunirse con su par femenino, La Mojana. Dicen que el río es una gran sirena que produce la corriente por el movimiento al peinar su cabellera, y que su corazón está en un lugar poco accesible y no navegable. Ahora, también, ese corazón está maltrecho. Quién sabe si el espíritu de María del Pardo, no ha vuelto a cabalgar revisando sus fundos, sus minas, las iglesias que construyó, y preguntándose qué pasó en estos escasos cuatrocientos años para que todo esté tan diferente.

Esperemos que ante tanta infracción de las leyes de la naturaleza no debamos presenciar por un lado, la sequía y por otro, el movimiento descontrolado de ese grandioso ser de agua llamado Cauca. Porque, no es mentira lo que ocurre cuando se desafía la fuerza y la grandiosidad de la naturaleza por mucho que en los himnos locales y en los poemas se cante cómo la humanidad es capaz de dominarla. Sus guardianes y protectores son potentes y eternos —bien nos lo dicen los mitos—, la mentira, es que nosotros lo seamos.

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