El Congreso de la República, especialmente el Senado, se ha convertido en una especie de ring de boxeo donde al paso que va, los Honorables llegarán a los puños, como si esta fuera una república bananera. Los últimos episodios son realmente lamentables: todo un expresidente a gritos reclamándole a un senador sus opiniones, y lo más curioso es que quienes fueron testigos tratan de hacerse los locos, como si nada hubiese pasado. Pero no solo se trata de este hecho que podría ser aislado. Lo grave es el lenguaje que se ha puesto de moda en este recinto que se supone es el centro de la democracia.
No hay sesión donde las acusaciones no se conviertan en insultos que son respondidos por los funcionarios públicos con un tono similar. Más que debates lo que se está poniendo de moda son las grescas, no discusiones serenas llenas de argumentos irrebatibles. Palabras gruesas, acusaciones sin el respaldo suficiente y sobre todo, odio y más odio, como si se tratara siempre de encuentros entre enemigos. Lo debates más connotados, en el pasado reciente, no fueron a grito herido sino con argumentos duros, sólidos y aunque las reacciones del gobierno también eran duras nunca se llegó al insulto directo como ahora.
Parece increíble, pero en vez de que las normas del Congreso de la República aplacaran al Centro Democrático y a su jefe, el expresidente y hoy senador Uribe, sucedió exactamente lo contrario: el estilo camorrero se impuso y ahora muchos senadores y senadoras se comportan de esa manera, como si el Senado fuera un ring de boxeo. Como será de detestable lo que esta sucediendo, que muchos añoramos el tema calmado de Navarro Wolf y de Horacio Serpa, que son los viejos del Senado.
Las consecuencias de este comportamiento de los senadores, especialmente de muchos nuevos, son muy serias. Primero, cómo se le puede pedir reconciliación a esta sociedad colombiana tan dividida, si sus representantes no guardan la compostura necesaria para mostrarle al país que con argumentos bien elaborados y no con gritos y palabas gruesas, se puede mostrar la verdad. Segundo, para un debate contundente en tono aceptable, se necesita trabajar muchísimo, meses y meses de un análisis en equipo para llevar un debate fuerte pero con altura. Por consiguiente, si la moda es que el que más ofenda es la estrella, se perderá la solidez del debate de los congresistas. Y esto trae graves consecuencias para el país que terminará ignorando lo que se diga en el Senado así sea verdad.
Un muy mal ejemplo le están dando al país muchos de los senadores y algunos representantes que han vuelto los improperios y las salidas de tono ofendiendo a mucha gente, la forma de ganar protagonismo. Lo pero es que los medios les están haciendo eco. Como lo han dicho claramente periodistas como María Jimena Duzán, esos no son los medios de comunicación que una sociedad requiere para alcanzar la paz.
No más, sería la petición lógica de una sociedad que no necesita que sus líderes vivan en permanente pelea compitiendo no con ideas sino con agresividad. Que las noticias del día sean que el Senador Uribe tuvo un fuerte altercado con otro senador o que un miembro del Congreso resolvió atacar a la población negra, solo deja la sensación de que en Colombia se necesita ser "tristemente célebre" para ser importante. Sabias palabras de mi padre que en paz descanse.
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