Nada me gusta más que contar historias que hablan de héroes, pero no de los de capa sino de los de verdad; hombres de campo, humildes, de provincia. Me refiero a los héroes de las bielas; esos que atraviesan el océano, que vuelan de los Andes a los Alpes, y en bicicleta corren tras el sueño de unos buenos euros para salir de pobres.
Por estos días del Tour de Francia y en los pasados del Giro de Italia, he tenido la fortuna de compartir cabina en Blu con uno de los más maravillosos narradores y conocedores del ciclismo nacional: Rubén Darío Arcila, Rubencho. Con él no hay charla aburrida, no hay emoción que se escape, no hay historia repetida. En esos ires y venires le pregunté qué les pasa a nuestros corredores cuando llegan a Europa con todo tan distinto en idioma, comida, costumbres.
Cuenta Rubencho que llegan en ceros, tímidos y apocados si se quiere porque son latinos, sudacas y de repeso colombianos. “Allá los tratan despectivamente y su trabajo se duplica porque tienen que ganarse la admiración y el respeto” comenta, pero después de muchas carreras -de las profesionales y de las de la vida-, regresan de su temporada con inglés, con italiano, sabiendo cocinar… “Vienen como de prestar servicio militar”, dice.
Ahora que Rigoberto Urán anda de relax verbal en las entrevistas, de palabroso como dicen en su tierra antioqueña, y rodando exitoso por las carreteras francesas, pregunté qué era lo que más extrañaban en el exterior. “La comida. Es un desespero porque hay mucha rutina, Tienen una dieta especial donde ni siquiera pueden mirar la gaseosa, pero curiosamente aguadepanela sí. La llevaban antes algunos alimentadores colombianos, pero más como para efecto sicológico; para que sintieran el olor de la panela que tenían todos los días en sus casas, pero ahora en un comedor a miles de kilómetros, muy lejos de ellas y de sus familias”, agrega.
Sepan ustedes que cuando estos hombres vienen al país, regresan a devorarse el mondongo, los huevitos, el chicharrón, una lechona, un tamal; cuando lo abren se quieren comer hasta las hojas; ¡les huele a Colombia!
Cuando estos hombres regresan al país, vienen a devorarse el mondongo,
los huevitos, el chicharrón, una lechona, un tamal;
cuando lo abren se quieren comer hasta las hojas
Urán, no es la excepción. ¿Saben qué le ha costado dejar en sus entrenamientos? El portacomidas, de aluminio y todo; de tres o cuatro pisos, dependiendo de lo que le empaquen. En los descansos se sienta en el borde del andén de una vía, o en el pasto a orilla de carretera y saca su porta. Sí señores, como toca. ¡Sensacional!
Pero Rigoberto Urán, que es de pueblo, de fríjoles, de tajadas, de carne en polvo (molida), tiene una historia casi inédita. Fue medalla de plata en los Olímpicos de Londres casi en ayunas y sin mucho por hacer en esa carrera que era para los ingleses y que se empezó a perder antes de correr. Imagínense que la Federación lo mandó como a 50 kilómetros de la villa y no lo inscribió. Como “ahí no había nada que hacer” según los directivos, no le dieron sino unas tostadas y un café con leche de desayuno. No le aprobaron espaguetis ni carne porque supuestamente estábamos perdidos… ¿Qué cruel, no? Pues cuando llegó a la salida, “en la casa de mamá, en el palacio de Buckingham”, cuenta Rubencho, se dio cuenta de que no estaba inscrito y tuvo que arreglárselas, hacer la diligencia lo más pronto y recorrer “sin gasolina” más o menos 260 kilómetros trazados para el imperio británico que se suponía iba a ser el dominador absoluto.
Rigo así, casi en ayunas, enfrentando a semejantes monstruos ganó una medalla de plata. “Uno tendría que montarles un monumento a estos ciclistas, si contaran por las que realmente pasan en momentos en que los mismos directivos no creen en ellos y más bien piensan que participar en ciertas carreras es botar la plata. ¡Cómo les parece! “Pero resulta que con un colombiano uno no puede jugar así, porque en cualquier momento hace la hazaña”, dice Arcila.
Al Toro de Urrao y a todos nuestros héroes de las bielas hay que admirarlos y, como mínimo, hacerles un monumento por su coraje y su tesón, y a Rubencho otro por sus palabras llenas de tantos colores de magia e inspiración.
¡Hasta el próximo miércoles!