Ricky, el hombre del cartel

Ricky, el hombre del cartel

Música, personajes y gastronomía del carnaval (II)

Por: Alfonso Hamburger
febrero 17, 2015
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Ricky, el hombre del cartel

UNO

Este jueves  de pre  carnavales, a las cuatro de la tarde, espero mimetizado en mi auto al hombre del cartel. Hace un calor sofocante, y el sector donde he parqueado, no es seguro. Es una calle sucia, sinuosa, de pavimento gastado. Estaba sentado en el muro, digitando mi celular inteligente y vi que me podían atracar, quizás por la mirada codiciosa de los motociclistas que pasaban para arriba y para abajo,  por eso espero dentro del auto, mientras indago sobre el paradero del hombre del cartel. Por lo que calculo, no se trata de un mafioso, aunque sea el dueño de un cartel, porque más que un capo del narcotráfico, el hombre que espero lo que maneja es un cartel de publicidad. Lleva  42 años viviendo de ese negocio, caminando las calles, penetrando en los eventos, disfrutando los carnavales y haciéndose  fotos con los principales personajes del país. Ama al Junior tu papá y vive en su propio berenjenal. Me dicen que tiene fotos con Amparo Grisales, René Higuita, Martin Emilio  “Cochise” Rodríguez, Antonio Cervantes, Falcao García, Teófilo Gutiérrez, incluso con algunos personajes que están en la cárcel, como Jorge “El Mono” Ospina y Salvador Arana. A estos últimos, presos por parapolítica, no les ha quitado aun el título de “Doctores”. Es respetuoso en extremo y hasta ingenuo, una especie de adulto mayor que se quedó eternizado en la niñez, me habían dicho.

Al hombre que espero, al hombre del cartel de Puerto Escondido, un barrio muy central de Sincelejo, cerca del centro, poco más acá del SAO de La Pajuela, le dicen Ricky, pero pocos saben que se llama como su padre, Donaldo Enrique  Vergara. Tiene 58 años, una calva avasallante, un hijo de 19 años y una selección de ídolos que envidiaría el mejor coleccionista del país. Ricky es aficionado a Colombia. Es Colom biólogo, como dicen en la radio. Y es soltero.

Y su padre, de 90 años,  el viejo que vi hace veinte minutos en la penumbra de su cuarto, es un mago. Le dicen el Mago Doney, y como el hombre del Cartel, también hizo muchas cosas con sus  manos: fue fotógrafo, pintor, publicista, chofer de plaza, torero con vestido de luces y músico. El mago le legó casi todo al hombre del  Cartel, incluso su nombre: Donaldo Enrique Vergara. El Otero, es de su mamá Enith, muerta hace dos años, a los 83.  También le legó el don de gente, gente decente y de hablado refinado.

Había llegado media hora antes- soy demasiado puntual- y lo primero que me llama la atención es el cartel pintado de rojo con letras plebes, recostado de cualquier manera contra el alar de la casa, besando el poste de la luz: “Se vende esta propiedad”. Más abajo hay un número de celular de los viejos, cuando comenzaban por 311. El solo anuncio es un insulto para la casa, que está más baja que el pavimento roto de la calle, hundida, al frente de la última curva de la carrera que baja y se estrella de frente con la mejora de al lado. Sincelejo está lleno de callejones sin salida. Es una especie de girasol tirado al ojo por los indios que estaban  aquí antes de que llegara el español Antonio de la Torre y Miranda. Me asomo por la ventana marroncita que mira a la sala y observo la lóbrega estancia. No se asoma nadie, hay mucha soledad. No hay una mascota que se mueva. ¿O sí? Apenas exploro. Avanzo más arriba, por el alar viejo, de sardinel roto,  miro por la ventana siguiente y lo veo a través de los barrotes oxidados. Al fondo está colgada la guitarra desgastada, muda desde hace cuarenta años. Sobre la mesita hay cosas de viejo, vasos, botellas y un abanico de mesa peleando con el bochorno. El mago Doney, está doblado sobre su espinazo. Es necio. A  esa edad- noventa carnavales- y a esa hora de la siesta, busca algo sobre la silla. Busca algo perdido de su vista gorda, algo que no parece pertenecerle. Se ve como perdido en los tiempos. Y realmente lo está, aunque oye y habla bien, naufraga en el ruido de las motos.

--¿Esta Ricky, maestro?-- Le pregunto, casi gritando, porque lo creí sordo, a pesar de sus inmensas orejas.

El Mago ladea teatralmente su vieja cabeza y antes que responda- es muy parsimonioso- observo su pecho hundido. Es un viejo muy delgado, estrasijado, casi en los huesos. Y ahora, viudo reciente, me imagino que estará viviendo tiempos de absoluta soledad. (Ver El cazador de imágenes, al final)

  • No está, pero espérelo, que llega a las cinco,- responde, sin dejar de buscar.
  • ¿Tiene su celular? Le pregunto.
  • No, pero espérelo, a las cinco viene, no falla. Dice y sigue buscando.

La información es exacta, sin tartamudear. Se ve que tiene buen oído. El tono de su voz es firme y bien acentuado. El viejo sigue neceando en el lugar, encorvado, mientras miro mi reloj ( 4:20 PM). Es demasiado tiempo el que debo esperar. Necesito la  luz para la entrevista. La tarde cae con el rugir de las motos y oscurece rápido. El camarógrafo no ha llegado, entonces me siento en el muro que marca el límite de las casas (solares, mejoras, propiedades, según el aviso) y me pongo a llamar con mi celular inteligente. Es cuando observo que estoy dando papaya, en Sincelejo casi todas las calles son inseguras, calientes. Me mimetizo en el auto para cuadrar la entrevista con el hombre del cartel.

Es allí, viendo que la ciudad se desparrama a lado y lado en dos llantas,  donde una mujer inmensa, morena,  amachada, se le apaga la moto que maneja, entonces se me ocurre llamar al número que está en el cartel de la casa. Me responde un hombre de voz suave, como la del mago, quizás como la del hombre del cartel.  Inclusive, suena a socavón hueco.

  • ¿Cuánto vale la casa?
  • 240 millones, pero escuchamos oferta.
  • ¿De qué consta?
  • Sala, comedor, cocina, cinco cuartos y patio, son 280 metros cuadrados.

Es ahora apenas en que el hombre me pregunta quién diablos soy.

  • Soy Alfonso Hamburger y busco a Ricky.
  • Ah, mi hermano, apunta…

Sin titubear, sin pensar que sería una broma o una extorción, el hermano del Ricky me da su teléfono, le dicen Tato.  Le marco y me responde en la primera timbrada. Está por allí cerca y como es para una entrevista, llegará con prontitud. Le gusta la fama y es un hombre famoso. Es el jefe de un cartel que no esconde intimidades ni miente ante la prensa. Ricky no firmará, como el resto de hermanos, la venta de la casa. Allí nació su padre y toda la prole, pero primero fueron los turcos quienes sacaron  los nativos del centro y después los paisas a los turcos.

IMG_1632 - Ricky, el hombre del cartel

Sigo en el auto, escuchando música, con el aire puesto, haciendo llamadas y observando la ciudad desmadrada en su tráfico caótico y bullicioso. Un aire de carnaval que habla de rones a tutiplén cataliza mi atención.  Me imagino que algunos motociclistas me habrán mentado la madre, porque estoy parqueado en contravía, aprovechando que hay otro auto en esa hilera estrecha y la sombra del edificio vecino protege el auto del sol abrasivo de las cuatro y 30 de la tarde de este jueves, en que espero al hombre del Cartel, para que me ponga un aviso en el Carnaval.

DOS

El sol muere por la cola del patio y las sombras de las casas, mejoran el ambiente. Pega una brisa suave. Ahora sé que el hombre del cartel ha llegado a casa. A la propiedad, como dice el aviso. En menos de lo que se persigna un ñato, Ricky apareció por detrás de mi auto y pasó sin verme, pasero, rápido, abrió la puerta principal de la casa  en venta y se guardó. Al verlo pasar pienso que es mi hermano mayor, con esa nariz recta, la cabeza canosa, pequeña, calva, y esos ojillos inquisidores. El Ricky ahora está en mis manos y mi deber es contar la historia.

Me bajo del auto, grabadora en mano, toco en la puerta y sale. Tiene un suéter del Junior de Barranquilla y un rictus de timidez. Pide excusa por el estado de la casa. “Vivo solo con mi papá”, dice. “Mi madre murió y yo ahora hago lo que hacía ella,  preparo el desayuno y los tintos”. Me ofrece una silla. Camina  a su habitación en busca de los periódicos que colecciona desde hace muchos años. Yo  le sigo, entonces se siente más intimidado. El cuarto, adornado en sus paredes con el escudo del Junior y fotos con sus ídolos, está en desorden. Ricky no sabe dónde ponerse, tampoco donde ponerme. Le sugiero que nos vayamos al patio de tierra, porque ha llegado el camarógrafo.  Y nos sentamos a dialogar, de espaldas a una tinaja de barro empotrada en la esquina, con vista a la calle ruidosa y de espaldas  al palo de mango en abandono, cuya maleza se le ha trepado por su copo y hoy parece la cabeza del Pibe Valderrama.

TRES

En la propiedad eran ocho, El mago, su mujer y los seis hijos: cuatro mujeres y dos hombres. Ricky es el quinto. Con sus manos el mago hizo malabares para criarlos y educarlos. Tomó las mejores fotos del viejo Sincelejo, administró un teatro, hizo parte de Los Guacharacos con Fortunato Chadid (creador del himno de Sucre), el de esperma y ron, y hasta se vistió de luces con  Huberto Manchego, el aficionado a la tauromaquia destronado recientemente por Héctor José Vergara. Le cambiaron el nombre al coliseo, que llevaba su gracia.

Los Vergara  pobres siempre vivieron del arte en un  pueblo que es puro arte, pero que desprecia a sus artistas.

Ahora tengo al pechiche de sus hijos en mis manos.

La primera impresión que tengo de Donaldo Enrique Vergara Otero- Ricky-  es la de un adulto mayor que se quedó eternamente en la infancia. A sus 58 años sigue jugando con el deleite de una afición que se le convirtió en pasión y de la que ha vivido su vida de adulto: coleccionar los periódicos de los sucesos deportivos y de farándula de sus ídolos colombianos. También es uno de los últimos animadores del carnaval, aunque sea trabajando con su cartel y sin  pregones, en medio de los dragones virtuales.

De niño, su madre Enith Otero Alcocer, lo enviaba a Barranquilla, donde cogió la afición por Junior, Tu papá. Y por ende, la gozadora del carnaval. Son cosas que van de la mano, indisolubles, como si las llevara pegada en la piel.

  • Mi madre me enviaba a Barranquilla a vacacionar y me duraba hasta 45 días, allá fue donde cogí esa fiebre, dice.

Desde entonces, especialmente a partir de 1980, cuando Junior ganó el título en  Cali, con gol de  Gabriel Verdugo, el equipo de Curramba, le ha dado las mejores alegrías. Siendo joven, cuando ganaba festejaba con amigos y cerveza, pero cuando el equipo perdía, se encerraba a llorar, entonces le pedía a su madre que le dijera a quienes fueran a buscarlo, que no estaba. Sabía que iban era a fregarlo por la derrota, no las asimilaba.

Carnaval, ídolos, Junior, carteles publicitarios. ¿Por dónde cojo? Me pregunto, cuando el personaje tiene tantas aristas. Se acercan el carnaval y esta faceta me interesa, máxime cuando Ricky es el mejor publicista de Sucre y quizás del Caribe, es como un cartel humano, pero este año no irá a Barranquilla, porque ha sido contratado para los carnavales de Chochó y Corozal. Una rápida ojeada a la historia, nos permite calibrar que el carnaval de Barranquilla es como una extensión del carnaval de la sabana del Caribe, cuya parafernalia musical, gastronómica, dancística y demás, aporta por lo menos un 70 por ciento de las expresiones que se toman La Arenosa. El Carnaval sirve para unir el Caribe. Sincelejo dejó de hacer los carnavales mucho antes que se cayeran las corralejas, cuando hubo varios muertos en una balacera,  al interior de una caseta. Desde entonces, Barranquilla o los pueblos vecinos, se convirtieron en el desfogue de la carne y la libertad. Ni las corralejas ni los reinados, llenaron jamás el vacío de esta ciudad desmadrada. Barranquilla nos abre los brazos. Y allá vamos, todos los años.

IMG_1601 - Ricky, el hombre del cartel

 

CUATRO.

Ocurrió trece años antes de que se cayeran las corralejas, cuyos muertos jamás fueron precisados.  El Mago Doney siempre estaba en la Jugada y Ricky apenas tenía 10 años, pero ya era inteligente y despierto. Alcanzó Ricky a escuchar los disparos. Esa noche del 9 de febrero de 1967 los capuchones empezaron disparar. La caseta se alzaba, cercada con láminas de zinc, en un parqueadero de la calle Real ( Calle 23 con 17), donde hoy quedan los juzgados. José German Gómez Jiménez, a sus  25 años ya había sido director de Tránsito Municipal y gerenciaba a Radio Sincelejo.  Era polémico, político y periodista. Un comerciante proveniente del Magdalena, cayó abatido en la balacera, pero antes de morir, disparó contra el periodista. La lluvia de plomo provenía de varios flancos. Severamente herido, con cuatro disparos, Gómez Jiménez, fue llevado al hospital universitario de Sincelejo, pero el 15 de febrero, no aguantó una segunda operación. Los carnavales sabaneros eran un raudal de emociones que empezaban el 20 de Enero con las corridas de toros, pero desde entonces no los volvieron a organizar y se acabaron los concursos de malucos, capuchones y reinados de belleza popular. Corozal y Chochó siguieron la tradición, en la que Ricky estará el sábado, en la batalla de flores, con varias pancartas, entre ellas la de HAMBURGER CHANNEL COLOMBIA WORDPRESS.

El cartel en el que hoy quieren publicitar artistas, comerciantes y políticos del Caribe, no siempre tuvo propaganda. Ricky tenía 17 años y acababa de desertar del quinto de bachillerato. Nunca supo matemáticas. Había descollado en artes y actividades sociales y deportivas, aunque era malo para el béisbol,  pero en quinto cuando llegaron la física y la matemática se aterró. Era el pechichón del mago, quien no se negó cuando le pidió que le hiciera un cartel para llevarlo al estadio. Jugaban las novenas Estanzuela de Tolú y  Cury. Estaba nervioso cuando se paró en las gradas del estadio 20 de Enero,  exhibiendo la cartulina de un metro con 70 centímetros, de las que usan en los colegios. Eran los tiempos del arete García, Ricardo Cardales y Eusebio Watt. Con ese aviso, que lo hacía recordar la pasión por Barranquilla de Elías Cheguin y el amor al deporte, estuvo sin publicidad más de un año, hasta que Luis Jaraba, dueño de la famosa Llanera La 21, que queda en el mismo sector, se le ocurrió contratarlo. Era una cifra tan pequeña, que no recuerda, pero le alcanzaba para las frías del sábado.

Y fue el padre de Jaraba, de la misma gracia, quien le dijo que podía poner dos avisos, uno al frente y otro al revés. Hoy, Ricky, con 42 años paseando las calles con un cartel, en tiempos de subienda, usa dos ayudantes. Los carteles los fabrica Jairo Núñez, al gusto del cliente, a mano y  a full color. Y Ricky, que camina como caballo trotón, alinea su pelotón, rumbo al carnaval, otra de sus pasiones.

CINCO.

La tienda esquinera de los Vergara tiene 31 años y el gato de la propiedad es el nuevo y pechichón del Mago Doney.  Ahora sé que Doña Enith de Vergara no gustaba de gatos, pero que a su muerte apareció Federico, un regalo de los Miserque Anaya, cuya casa la divide el muro donde estaba sentado, esperando a Ricky, hace una hora. Oscurece ya y los rayos del sol de conejo se filtran por la maleza que cubre el palo de mango.

Federico es como un bebé, como Ricky, ingenuo e indefenso, porque en la mente del mago, su hijo es un niño, a quien vigila desde su cuarto, con vista privilegiada a la calle de las motos. Ambos son pechichones, se pechichan.  El más adulto, Ricky, se levanta a las cuatro de la mañana y prende la radio. Escucha a Aurelio Gómez, hermano mayor del muerto del carnaval, de Radio Sincelejo, una estación de 70 años, donde azuzan los perros a los corruptos.  Y a las cinco llega Federico, se le sube a la cama y lo besa. Ricky sabe que tiene que ir a la tienda de la esquina, la de 31 años, por las cosas para el desayuno. Trae azúcar, café, pan y comida para Federico, que es disputado también por el viejo  mago. El gato no solo ahuyenta los ratones, sino que une  soledades. Y dos soledades juntas, son compañía para una casa inmensa, con habitaciones vacías y un reguero de ídolos que ya no caben en los estantes.

Ricky es un hombre informado. Tiene que estar atento a los eventos y la actividad de los políticos. La radio también es su vida. El 19 de febrero  habrá un foro en la Universidad de Sucre convocado por Jacobo.  El nombre de Jacobo luce  estampado en letras rojas en una camiseta blanca. Ahora será su uniforme por 15 días, pues ha sido contratado para lucirlas y promocionar el foro Visión 20-20. Pero antes del foro estará en el carnaval y yo debo acompañarlo.

Los políticos, que en esta época conocen  a todo el mundo desde lejos, se disputan el espacio en el pecho de Ricky, un tipo que pierde y gana, como en todo. Pero más bien, gana, porque tiene buena espalda, es decir: puntería.

SEIS

Yo no me vengo con el bololò, me dice Ricky. Bololò es muchedumbre, desorden.  Poco antes de la una, cuando comienza la batalla de flores, ya está con sus ayudantes, bien uniformados y con las pancartas en lo alto. Se va adelante, rompiendo fila- nada de palabras soeces - y caminan como militares, bien acompasados. Richar Álvarez, un ex vecino,  que no es muy normal, es uno de quienes se han sumado a esta industria de publicidad humana. Le paga 30 mil pesos por jornada.  Harán escuadras, se hidratarán, y no tomarán más de dos cervezas para bajar el sol y cuando vean a los patrones en los palcos, las pancartas  estarán más altas, elevadas en el cielo del carnaval.  Los patrones les brindarán unas atenciones (tragos y abrazos) contentos con sus egos- y su pauta- y seguirán en el desfile, hasta las seis, nada de birria ni borracheras, porque el trabajo sigue mañana, hasta la muerte de Joselito. Ese día, será la última hartura de carne y ron, porque comenzaran cuarenta días de abstinencia. Y Ricky, que se estampará la cruz de Ceniza en la frente – es católico- lo sabe.

Está preparado, como un atleta de gran rendimiento. Su entrenamiento, aparte de la bicicleta y el trajinar diario (casi siempre anda a pie), fueron las fiestas de Enero, donde cortaron rabo y oreja, en tres días intensos, barriendo cabalgata, carrozas y fandangueros.

  • Mi trabado es con seriedad y con respeto, dice, mientras sigue, como el Mago, buscando en los recuerdos casi perdidos.

IMG_1620 - Ricky, el hombre del cartel

SIETE.

Si Ricky hubiese nacido en Cuba u otro país, ya el Gobierno le hubiese regalado una casa, un auto. A sus 58 años y después de 42  convertido en cartel humano, con más de 35 años exhibiendo sus carteles en los carnavales, no tiene seguridad social. A estas alturas de la caminata, ya siente cansancio. Soltero y sin haber cotizado para pensión, este niño, que comparte la vida con un gato y con un mago de 90 años, ha logrado compilar lo mejor del deporte colombiano, en un archivo en el que se mete horas y horas, para desempolvar la fotos que tiene con Amparo Grisales, Francisco Maturana o Lucho Bermúdez. Entre las fotos que exhibe, mientras se prepara para el carnaval, está la de Miguel González “Michel” en 1991, cuando le tocó los genitales al Pibe Valderrama. También tiene fotos de nostalgia, como la de la selección Sucre de fútbol, cuyos integrantes murieron en un accidente en Potrerillo, en octubre 30 de 2014.  Murieron 8 integrantes de la titular y tres directivos.

Ricky, mientras se prepara para la gran Batalla de Flores, no omite detalles. En sus manos cae la foto de Amín Bolívar, aquel puntero izquierdo de raya que hizo furor en el Junior. ¿Qué dato quiere? Pregunta. Su archivo tiene la respuesta.

Sin seguridad social y con dolor en las piernas- no por el Chinkunguña- Ricky levanta la pancarta y ordena a lo militar sus soldados para ir a la  batalla, consciente de que habrá quien lo reemplace, porque sus carteles humanos ya son parte del carnaval.  Y muy seguramente, sus secretarios, un día levantaran esa publicidad humana, como dice Ernesto Mc Causland, en una reseña que  le hizo en el periódico El Tiempo: “sin internet y sin pregones”, pelándole a pata limpia a los  dragones de la posmodernidad.

EPILOGO

Mientras caminaba en las calles rápidas de esta ciudad ardiente, zigzagueante entre los compradores esporádicos del martes, alcé la mirada para verlo  hincado sobre la punta de sus piececitos de hombre anónimo. Trataba de pegar, en lo más alto de la pared sucia, contaminada de avisos políticos, un cartel de muerto. Con una brocha gorda untaba el pegante sobre el papel y con la mano libre trataba de alisarlo sobre la superficie rugosa.

Decía, en la parte alta: HA MUERTO:

Y más abajo, en letras más grandes y rígidas, en morado de consideración:

 JOSESELITO DE JESUS BARRETO  BARRIOSNUEVOS

..Y yo, que buscaba salir del trafago de las diez de la mañana, moví la nuca a la izquierda para ver sus ademanes enérgicos, como si tuviese cuerda.  El hombre que caminaba delante de mí se me adelantó en la curiosidad:

-         ¿Quién era?, preguntó, sin dejar de caminar.

Y el hombrecito anónimo, con cara de velorio, ya casi terminando de pegar el cartel, respondió con voz afligida:

-         Era Joselito Carnaval, mi padre.

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