Ricardo, el poeta anónimo

Ricardo, el poeta anónimo

"Nadie lo reconoce, nadie sabe que es poeta, solo yo que lo conozco y él que ostenta su condición"

Por: WLADIMIR PINO SANJUR
octubre 13, 2017
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Ricardo, el poeta anónimo

Meciéndose en una mecedora de madera, mientras sostiene un libro escrito por él, me habla de su infancia en su natal Barranca Vieja (Bolívar). Este es un corregimiento de Calamar, ubicado en el noreste del departamento de Bolívar. En su cabecera corregimental habitan aproximadamente 2000 habitantes.

Percibo la voz cansada del anciano que me mira con ojos nostálgicos, cuando recuerda las tardes de su infancia a las orillas del río Magdalena. Noto que sus lágrimas se precipitan hacia sus mejillas cuando narra la creciente que inundó su pueblo el 4 de diciembre del 2010. La última palabra que dijo en ese momento fue: “La única que quedó de pie luego que el río Magdalena se precipitara contra mi pueblo, fue la Virgen del Amparo”.

Ricardo Arias es un anciano de 81 años, de tez negra, estatura promedio y sus cabellos enredados son una lana que adorna su cabeza de poeta. Dice ser liberal y católico, pero muy lejos de los asuntos del capitolio y del vaticano, en su casa hay un jardín interno, donde recibe la visita constante de amigos escritores y donde comparte una deliciosa taza de tinto a cambio de versos y poemas. Además, es miembro fundador de la Tertulia Literaria Café con Cuento, un colectivo de 10 personas que intercambian escritos inéditos y desarrollan trabajos dinámicos que le ayudan a mejorar su forma de escribir.

El viejo Rica llegó a Valledupar luego de ires y venires en su trasegar por el río Magdalena. Su vida laboral transcurrió en un remolcador que recorría el río de la patria, desde Honda a Boca de Cenizas y viceversa. Quizás un día de anís como diría García Márquez, estando en el Banco Magdalena, decidió desviar el Barco de su vida por el río Cesar, siguiendo quizás la trilla dejada por la Piragua de Guillermo Cubillos, penetró a la ciénaga de Zapatosa y subió nuevamente por el Cesar hasta llegar a las frías aguas del río Guatapurí. Esta tierra rodeada de montañas y bañada por innumerables ríos que bajan de la sierra lo inspiran a diario a escribir versos que salen del alma como remedio a los embates de la vejez y como bálsamo a la violencia del país.

Andando en un bus colectivo desde el barrio Casimiro Maestre hacia la Biblioteca Departamental Rafael Carrillo Lúquez, del lado de la ventana observa los árboles sobre las avenidas. El bus apesta de gente a las 3 de la tarde, el sol agobia los pasajeros, haciendo pesado el ambiente. Todos observamos caer las hojas de los cauchos sobre el pavimento, pero el viejo Rica percibe una escena diferente: “Los árboles se desnudan” me dice “o quizás lloran heridas pasadas”. El pasajero de la silla de la fila del lado observa al viejo y en su mirada puedo leer cierta lástima. Al sentirse descubierto por mi mirada, acerca su boca a mi oído y le alcanzo a escuchar “¡alzhéimer!, la lectura a tiempo es la cura para ello”. Yo lo miro y con algo de risa le respondo “El viejo es poeta”. El pasajero del lado guarda silencio y me devuelve una sonrisa.

En el camino vemos bajar y subir pasajeros de diferentes colores, olores y de voces diferentes. El viejo Rica, me observa y me pregunta: ¿qué es la vida? Yo no le respondo, pero con los ojos le hago saber que quiero escuchar su concepto. Él voltea la vista hacia la ventanilla y lo escucho responder: “la vida es como esta buseta y el tiempo son las estaciones infinitas, donde unos pasajeros se suben y otros se bajan, yo por ejemplo me monté en este barco hace 81 años y pronto me bajaré. Tú seguirás de largo y verás bajar y subir mucha gente, pero al final te estará esperando una estación donde te tienes que bajar y no te subirás más”.

Mientras que caminamos el corto trecho de la parada a la biblioteca, veo sus pasos lentos en medio de transeúntes que ignoran su condición privilegiada de poeta. Me sorprende que nadie reconozca sus dotes, que la gente que camina desaforada por esta plazoleta ignore que ese hombre de estatura mediana hila a diario versos que curan resacas de amores, tristezas, deudas, y lo más importante conquista amores; pero no, nadie lo reconoce, nadie sabe que es poeta, solo yo que lo conozco y él que ostenta su condición.

Al entrar a la biblioteca nos encontramos cinco personas más, en la sala alterna está reunida la Tertulia Café con Cuento. Ahí está un exmilitar que escribe microcuentos, una docente de cabellos alborotados que escribe poemas, la líder de las luchas feministas, un poeta de bigotes disimulados, una morena que adorna la sala con versos de amor y la de los cuentos de familia. El señor Ricardo voltea mirarme y como si conociera todo lo que yo me preguntaba en el camino, me dice: “Wladimir esta gente sí sabe que yo soy poeta”.

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