Estamos viviendo en el mundo y en Colombia una revolución tecnológica cuya magnitud y profundidad no alcanzamos a comprender. Convivimos con algunas de sus manifestaciones en nuestra vida diaria, nos acostumbramos a ellas y, sin embargo, desconocemos cómo cambiarán nuestras vidas y las de nuestros hijos y sus hijos.
Son los jóvenes con sus bicicletas y motos apiñuscados alrededor de un supermercado o un restaurante de sushi que trabajan para Rappi, esperando la siguiente orden, el waze que nos orienta en el tráfico enredado, el tapsi o el uber que nos recoge y, lo mas cotidiano, las decenas de veces que revisamos el celular en horas laborales para mirar los últimos whatspps y el último chisme en twitter y, quizás, enviar algún mensaje.
Nadie nos orienta acerca de lo que ocurre, pese a que la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos está alterándose en forma sustancial.
Se está reconfigurando el ciclo de la producción, la distribución y el consumo. El transporte y los sistemas de entrega, que unen producción y consumo, poco tiene que ver con el de la época del inicio del internet comercial, hace tan solo 25 años. La entrega inmediata de libros digitales vía Amazon, los canales para el despacho de electrodomésticos o ropa infantil vía alguna de las plataformas de Alibaba son rutina, los movimientos bancarios inmediatos están a la orden del día.
Hay una convergencia de tecnologías que hacen del cambio un tema en extremo complejo. Desde el famoso internet de las cosas, la impresión en tres dimensiones,
la nanotecnología, la inteligencia artificial…
Pero la complejidad es mayor de lo que parece. Hay una convergencia de tecnologías que hacen del cambio un tema en extremo complejo. Desde el famoso internet de las cosas, la impresión en tres dimensiones, las ciencias de los nuevos materiales, la nanotecnología, la inteligencia artificial, la computación cuántica, la biotecnología, la robótica, hasta los vehículos autónomos y la producción y almacenamiento de energía, para mencionar solo algunos, tienden a converger y, por ahí, a modificar nuestras vidas.
La confluencia de tales tecnologías afecta los modelos de negocios. Las empresas poderosas de antes, sean del sector automotor, de las telecomuncaciones o de los medios tradicionales dejan de serlo y han sido sustituidas por formas diferentes de crear y ofrecer valor. A nivel mundial son Apple, Microsoft, Google y Amazon las líderes de la capitalización accionaria.
La estructura del empleo cambia en forma radical al crearse nuevos empleos y destruirse otros. Los jóvenes, en todo el mundo, son las principales víctimas del desempleo.
Una forma de entender los virajes hacia la extrema derecha en algunos países europeos y su énfasis en contra de los inmigrantes se explica por la decadencia de los antiguos enclaves industriales. Chemnitz, una ciudad del estado alemán de Sajonia está siendo sacudida, en estos días, por violentas manifestaciones xenófobas y grupos neonazis, sin vergüenza, saludan al estilo heil Hitler. El desempleo de los locales y la culpa atribuida a los refugiados explican los desmanes.
Si cambia la manera en que producimos, distribuimos y consumimos y las formas cómo nos relacionamos, es obvio que nos preguntemos cómo educamos a niños y jóvenes, cómo la sociedad puede aprovechar el bono poblacional que tanto envidiarían países como Japón o Alemania, comprendiendo la necesidad de trabajar juntos utilizando la revolución tecnológica a nuestro favor.
No se trata de un tema de especialistas. Todos, de una u otra manera, estamos involucrados. Desde los padres de familia que no tienen claro cómo promover, de forma constructiva, el uso de internet por parte de sus hijos, hasta los pequeños empresarios que podrían convertirse en exportadores por la vía del uso de plataformas digitales que ya existen. El Estado, en la medida en que podría promover la constitución de fondos de capital de riesgo para financiar nuevos emprendimientos hasta promover el aprendizaje de toda una vida para adultos desplazados de los mercados laborales tradicionales. La educación universitaria, la técnica y la tecnológica están arrojando al mercado cerca de 300 000 graduados al año, muchos de ellos sin posiblidad de engancharse en lo suyo.
Estamos obligados a comprender los efectos de la revolución más profunda que hayamos vivido. Y a actuar para aprovecharla a favor de nuestra sociedad.