Muy al contrario de lo que piensa Uribe y sus mentores académicos en su lectura paranoica de la protesta social, el filósofo marxista Slavoj Zizek cree todo lo contrario y piensa que la irrupción fragmentada de múltiples actores en las protestas, antes que una estrategia horizontal para la toma del poder por la izquierda radical, constituye y muestra todo lo contrario: una incapacidad para pensar en el sistema capitalista como un todo y con ello una estrategia unificada para su transformación.
Esa fragmentación de lo social es consecuencia y producto entre otros, del estado capitalista mismo con políticas enfocadas en afianzar las identidades y resaltar la diversidad: de género, de edad, de etnia, de territorio, de grupo, sexual, de nacionalidad etc. Así que a los diversos actores sociales les cuesta pensarse colectivamente dado el marcado acento de las diferencias y con ello de sus reivindicaciones; parece que lo único que tienen en común es la exclusión del poder y la marginalidad.
Ahora bien, según Zizek el capitalismo ha sido capaz de reinventar y acoger todo no solo con las políticas sino en particular desde la producción y el consumo: No solo integra y acoge sino que lo comercializa y lo vende: Modas con tendencias étnicas para resaltar lo raizal y telúrico; estantes de los supermercados con comidas orgánicas o “sanas” para vegetarianos y ambientalistas; desarrollo sostenible para hacer “minería sana” y fracking compatible con el medio ambiente” y hasta tiendas especializadas para afros, LGBTI, animalistas y toda clase de sectores y actores sociales que pasan a ser “segmentos de mercados emergentes” o “ventanas de oportunidad”.
Así que la tal revolución molecular en una lectura zizekiana parece más efecto de un capitalismo que todo lo disuelve, lo divide y lo fragmenta para controlarlo, asimilarlo y venderlo antes que una estrategia para tumbarlo. Con tantas voces en pugna, con tantas regiones levantadas, con miles de pedidos distintos y reivindicaciones particulares de jóvenes, de indígenas, de camioneros, de sindicatos, de maestros, etcétera, pareciera un intento de tomarse el cielo por asalto.
Y eso es precisamente lo que está tratando de aprovechar el gobierno para contener la crisis: sacar políticas de emergencia para los jóvenes (matricula cero, empleo de emergencia, diálogos sectorizados), reprimir las protestas indígenas conminándolas a permanecer en su territorio, culpar a los camioneros del desabastecimiento; pero a la vez estar siempre dispuesto a sentarse a hablar con “todos”. Dejar la sensación de que se ha perdido el control y de que nadie puede coordinar las protestas en su propósito, en una lectura común de sus reivindicaciones y que en cambo el problema común sí son los bloqueos y el vandalismo. Ese es el particular “estado molecular” de la sociedad al que se refiere Uribe.
Esa diferenciación de identidades lastimosamente tiene como contraparte una identidad notablemente sólida, unificada y organizada: pues los sectores en el poder si tienen unos gremios organizados y con voceros claros; una unificación que se ve en la prensa, en el congreso, en los partidos tradiciones y sobre todo en una fuerza pública adiestrada sobre la idea de que el que protesta es el enemigo. Son ellos los que llaman a la calma, al diálogo, a la tolerancia, pero ninguno dispuesto a renunciar a nada y menos a repartir mejor el poder y la riqueza.
Por supuesto, la derecha también tiene sus “teóricos” para explicar la protesta más allá del simple vandalismo, explicación que no les alcanza para ilegitimarla. Como ya no les funciona el rebuscado cuento del “castrochavismo”, mucho menos el del “narcoterrorismo” y peor aún el del “comunismo internacional”, sacan el cuento de la revolución molecular. Otra frase hueca que se vuelve consigna de batalla del Joseph Goebbels colombiano; el mejor creador de frases de combate y de consignas de los dueños del poder en este país: El Innombrable.