Si no somos capaces de garantizar los derechos del río Vicachá en pleno centro de Bogotá, núcleo educativo y político del país, qué podemos esperar con otros ecosistemas como el río Magdalena o La Amazonia, cuyos derechos fueron amparados por jueces y tribunales. Las universidades del centro, la comunidad y la Alcaldía podrían aunar esfuerzos para desenterrar el río Vicachá, también conocido con los motes de Eje Ambiental, Avenida Jiménez, o río San Francisco.
El nombre del río es Vicachá que para los indígenas muiscas significa “el resplandor de la luna en la noche”. Los españoles, cuando llegaron, le impusieron a este río el nombre de San Francisco, y luego durante la primera alcaldía de Peñalosa terminó designado como Eje Ambiental. Pero es más preciso, justo y sonoro volver a su nombre originario: Vicachá.
El artículo 2º de la Ley 10 de 1915 ordenó que las áreas correspondientes a los ríos Vicachá y San Agustín fueran “convertidas en calles o avenidas publicas si el municipio pudiere vencer los inconvenientes que puedan presentarse para ello”. En efecto, lograron vencer los inconvenientes y en 1938 fue inaugurada la avenida Jiménez de Quesada sobre el cauce del río Vicachá; luego, en 2001, se inauguró el Eje Ambiental bajo la propuesta del arquitecto Rogelio Salmona. Esto nos sirvió para recordar que por ahí pasan las aguas del río, pero no fue suficiente para revivirlo. Basta caminar por el Eje para ver que sus aguas están muertas y putrefactas, allí no sobrevive ningún pez o anfibio. Varias veces al año la Alcaldía debe destinar recursos públicos para lavar las losas de cemento que sepultan el río y que estancan sus aguas.
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Basta caminar por el Eje para ver que sus aguas están muertas y putrefactas, allí no sobrevive ningún pez o anfibio
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Una crítica reiterada a la propuesta de revivir el Vicachá es que se tornaría en un gran baño público, con ducha y lavadero incluidos. Una respuesta evidente es que el Eje Ambiental ya es una gran tina pública, como lo expone el video “Los bañistas del Vicachá”. Esto nos enfrenta a otro gran asunto pendiente de Bogotá y es el de garantizar acceso a baños públicos a las personas habitantes de calle. Algo tan básico, y ni siquiera con eso hemos podido. En cualquier ciudad del mundo con algunos estándares mínimos de bienestar, el acceso a baños públicos es garantizado, especialmente para las personas habitantes de calle, que obviamente no pueden usar la ducha de su casa. La organización Temblores explica en su informe Algo Huele Mal de 2019 que “la ausencia de baños públicos gratuitos es uno de los dispositivos de negación de los derechos fundamentales y colectivos de las personas habitantes de calle”, quienes son criminalizadas por no tener un espacio para satisfacer sus necesidades fisiológicas o tomar una ducha. En su informe de 73 páginas, Temblores argumenta y desarrolla una propuesta sencilla: “construir baños para las personas que no tienen acceso a estos para que la ciudadanía no tenga que recurrir a hacer sus necesidades en la calle, en frente de todos y todas.” Mientras esto ocurre, veamos experiencias en otras latitudes.
Muchas ciudades enterraron sus ríos por crecer de afán, pero algunas, los han logrado recuperar. En 1957, el río Támesis en Londres fue declarado muerto en un tramo, pero después de muchos esfuerzos, la vida volvió a este río. El río Cheonggyecheon de Seúl fue sepultado por una avenida, pero volvió a la vida y hoy es un punto de referencia de esta ciudad coreana. También hay otros ejemplos de restauraciones ambientales urbanas como la recuperación del Central Park de Nueva York en 1876 o el radical resurgimiento ambiental de los Campos Elíseos que París planea concluir en esta década. Claro, comparar Bogotá con Londres, Nueva York o Seúl parece absurdo. Pero no lo es, ya hay propuestas concretas propias. En el encuentro Arquidiocesano de Parroquias Custodias de Agua se presentó el plan para la estabilización ecológica de la quebrada El Cedro en el norte de Bogotá del Semillero de Pensamiento Ambiental Latinoamericano (en este enlace puede conocerlo). También, las universidades del centro podrían ponerse a la tarea de articular esfuerzos para recuperar el río con el que conviven.
Mientras revive el río Vicachá, hagamos un réquiem ambiental por los ecosistemas arrasados de Bogotá: el lago Gaitán sepultado por el edificio de Unilago, el humedal de la zona industrial de Montevideo que ahora es un parqueadero del Terminal de Transportes, el lago del Luna Park en el barrio El Restrepo, el humedal de Techo en la localidad de Kennedy, el humedal de Bonanza en la localidad de Engativá, la quebrada Rosales en la localidad de Chapinero, y tantos otros ecosistemas. Bogotá podría volver a ser lo que nunca debió dejar de ser, una ciudad anfibia, en balance con la naturaleza, orgullosa de sus preciosos ríos y humedales, que de volver a la vida pondrían a la ciudad como referente urbano y ambiental mundial. Para esto es necesario garantizar los derechos del río Vicachá y otros ríos como el Bogotá o El Salitre, además de sus humedales, reconocidos como de importancia internacional, refugio de aves locales y migratorias. Un primer paso es volver a su nombre originario: río Vicachá.