Desde la cotidianidad del hogar se deben fortalecer las relaciones interpersonales entre los individuos que por más lazo filial o compromiso que tengan representan una visión del mundo distinta, heterogénea. Y es que precisamente la diversidad y pluralidad de nuestras posiciones y pensamientos dentro de la familia nos motivan a desarrollar la capacidad de escucha activa, muchas veces olvidada; la habilidad de resolución de conflictos y empatía, tan necesaria en esta sociedad; y la capacidad de reconocer los aportes y valoraciones del otro, es decir, su alternancia.
Es en la familia donde se forman inicialmente los ciudadanos que más adelante le aportarán a la economía, crearán política desde sus quehaceres cotidianos y con su actuar enriquecerán la vida social y cultural de la nación.
Por ello desde los primeros meses de vida los padres deben establecer una relación afectivo-comunicativa íntima y de mucha confianza con el infante que comienzan a educar. Y está relación debe servir para transmitir los valores rescatables de la sociedad actual, como la perseverancia y la alegría, y suplantar prácticas como el machismo y la discriminación que dejan cientos de muertos cada año —en 2017 hubo 660 feminicidios según Medicina Legal, 38 asesinatos contra la población trans y más de 155 casos de discriminación según la Defensoría del Pueblo— y dejan una fragmentación social que requiere cada vez mayores esfuerzos y años para volver a establecer la cohesión pérdida.
La violencia deja miedo, desconcierto, tristeza y desperanza, aún más cuando es en la familia donde se está gestando y aplicando todo tipo de violencia, pues según Medicina Legal en 2017 hubo 27.538 casos de violencia intrafamiliar y el 73% de los homicidios a menores fue producido por un familiar y el escenario fue la vivienda, por nombrar algunas cifras.
Desde el interior de las familias como primera institución formadora de los futuros ciudadanos, se debe trabajar colectivamente para construir unas nuevas relaciones que deben empezar por el autoconocimiento de cada uno de los miembros que la componen.
Conocer y compartir gustos, destrezas, habilidades, miedos…contribuye a humanizar las relaciones porque compartir significa reconocer el valor que tienen los miembros de la familia y que como seres humanos todos tenemos debilidades pero también talentos, que nos permiten aportar de alguna manera en las situaciones que trae los agites de la vida.
La comprensión y el respeto deben reinar en cualquier familia a pesar de las diferencias y dificultades; nada justifica la violencia. Afrontar desde el interior de las familias las problemáticas sociales y culturales que vemos todos los días en la televisión y que quizá no nos han golpeado o las tenemos y aún no las reconocemos, es un acto cívico de humanismo, solidaridad y valentía que claramente marca una pauta en la configuración de las nuevas familias colombianas, que rechazan y condenan la naturalización de la violencia y construyen unos nuevos actos comunicativos y afectivos sobre los valores inicialmente mencionados, uno de ellos la paz.
Las diferencias contrario a separarnos, nos unen porque enriquecen el debate, las visiones que tenemos sobre el mundo y desde la familia como núcleo madre de la sociedad se debe materializar esa premisa.