El coronel Plubio Hernán Mejía y sus 14 hombres de confianza regresaron al Batallón de la Popa, en Valledupar, como héroes. Aunque ya era costumbre que cada vez que salían a realizar algún operativo o control por la zona se presentaban con una o dos bajas del enemigo, aquel octubre de 2002 liquidaron 18 supuestos guerrilleros del ELN en un enfrentamiento en la hacienda El Socorro, en la vereda Bosconia, al sur del Cesar. Ni el mejor comando contraguerrilla tenía en su historial una hazaña de tal magnitud, mucho menos cuando los 14 soldados terminaron sin un solo rasguño.
Todos querían escuchar la historia completa, cómo había sido el enfrentamiento, cuántas horas había durado y cuál el soldado que más guerrilleros había matado. Era de noche, y el enemigo los sorprendió patrullando la zona. Respondieron con fuego y en medio de la oscuridad, sin saber muy bien cómo, los hombres del coronel Mejía, conocidos como el comando ‘Zarpazo’, terminaron aniquilando a los guerrilleros del ELN.
El coronel Mejía llegó al Batallón de la Popa por orden del entonces presidente Andrés Pastrana. Lleno de condecoraciones, Mejía era uno de los sabuesos militares más fogueados de la guerra. Se incorporó a sus filas a los 16 años y siempre fue el primero de su curso. A los 22, ya con el grado de subteniente, cobró fama al rescatar entre los hierros chamuscados y la lluvia de metralla que dejaba la toma del Palacio de Justicia al magistrado Humberto Murcia Ballén. Salió del Palacio en camilla con las piernas heridas, pero convertido en héroe.
Sus mejores años de tropero los tuvo en el sur del país, combatiendo al Bloque Sur de las FARC en Putumayo y Caquetá. Por la experiencia que le había curtido la piel y le había incrustado una mirada capaz de escrudiñar el pasado de cualquiera, era el hombre perfecto para asumir la comandancia de uno de los batallones más importantes en el país. En el Cesar, los paramilitares convirtieron el departamento en un campo de batalla para exterminar a los grupos guerrilleros que vieron cómo Jorge 40 los fue expulsando poco a poco. Pastrana lo llamó para poner orden, especialmente después del asesinato de la exministra Consuelo Araújo.
Sin embargo, en 2006 durante el gobierno Uribe, las denuncias contra el coronel Mejía y sus hombres saltaron a la luz pública. Los indígenas Kankuamos hablan de abusos por parte de los soldados y asesinatos extrajudiciales. Entre 2002 y 2004 aumentaron las muertes de los indígenas en la zona, crímenes que alcanzaron la cifra de 53 homicidios en el primer semestre de 2003. Precisamente, ese año Ever de Jesús regresaba a Guatapurí después de estar en Valledupar haciendo vueltas para recibir un apoyo económico por el asesinato, el 16 de abril, de su padre a manos de paras dirigidos por Hugo Montero, cuando en plena vía tres civiles que hacían retén lo bajaron del bus donde venía. Junto a él estaba Gabriel Mujuy, defensor delegado para asuntos Étnicos de la Defensoría del pueblo. A pesar de sus reclamos se lo llevaron y no volvieron a saber de él hasta dos días después, el 29 de agosto, cuando apareció en la morgue de Valledupar, con amplias costras de sangre desfigurándole la cara y vestido con ropas camufladas. Lo habían hecho pasar como un miembro de las Autodefensas muerto en combate por el batallón La Popa.
El entonces ministro de Defensa Juan Manuel Santos hizo eco de las denuncias, y anunció varias investigaciones contra los soldados de La Popa. Pero fue el relato de Edwin Manuel Guzmán, ex suboficial del Ejército y desmovilizado del Bloque Centauros de las AUC, el que puso bajo la lupa de la justicia el nombre del coronel Hernán Mejía.
Se descubrió lo impensable. Guzmán relató, como testigo directo, de la reunión que tuvo Mejía con el comandante del Bloque Norte de las AUC, Jorge 40, en una hacienda infestada de paramilitares. En la cita también estuvo el temible Hernán Giraldo, Óscar José Ospino, alias ‘Tolemaida’, Enrique López, alias ‘Omega’ y David Hernández, alias ‘39’, un militar retirado y amigo del coronel Mejía.
Cuando Mejía solo llevaba diez días al frente del Batallón de la Popa, le dijo que agarrara una pistola, se subiera al carro del batallón y lo llevara a una reunión donde los esperaban. Cuando llegaron a la finca estaba toda la cúpula del Bloque Norte, y Mejía saludó con gran afecto a ‘39’. Ese día Jorge 40 acordó pagarle a Mejía 30 millones mensuales por la alianza a la que habían llegado. Todas las bajas de los paramilitares pasarían como positivos del Batallón.
Con la investigación avanzando, la operación Tormenta quedó en entredicho. La hazaña realmente había sido una limpieza al interior de los paramilitares. Los supuestos guerrilleros aparecieron con los camuflados llenos de barro, pero el brazalete del ELN como nuevo. Lo que se supo un par de años después fue la verdadera razón de su muerte: por lo menos diez cuerpos tenían un tiro de gracia en la nuca, algo imposible en un combate por la noche. Finalmente, los cuerpos, a pesar de tener las distinciones de la guerrilla, aparecieron con los calzoncillos marcados con las siglas de las Autodefensas.
El comando de la muerte que comandaba Hernán Mejía tenía el apoyo del coronel Heber Hernán Gómez Naranjo, el segundo al mando en el Batallón La Popa y conocedor de todas las operaciones junto a los paramilitares. Fue él quien no investigó al detalle sobre los reportes de la muerte de los 18 supuestos guerrilleros que dieron de baja, y coordinaba todo cuando Mejía estaba ausente.
Hoy tanto Mejía como Gómez Naranjo se sometieron a la JEP. El primero asegura que va al tribunal de paz no para responsabilizarse de todas las ejecuciones extrajudiciales, sino para limpiar su nombre. Mejía fue condenado en 2013 a 19 años y 6 meses de prisión por su participación y responsabilidad en la conformación de una alianza con los paramilitares que delinquían en la región. Siempre lo negó e incluso escribió un libro que tituló Me niego a arrodillarme donde afirmaba que había sido parte de un complot de Santos a quien llamó traidor. Ahora recobró su libertad y se le ha visto en eventos y cocteles vistiendo el uniforme militar.
Por su parte, Gómez Naranjo rindió en noviembre de 2018 versión libre en la JEP y aseguró que el Batallón La Popa era una máquina de muerte. Aunque durante la investigación inicial que condenó a Mejía, Gómez declaró diciendo no saber nada, hoy su relato ha cambiado para esclarecer uno de los capítulos oscuros de las Fuerzas Armadas.