Este texto firmado por la periodista Erika Fontalvo fue publicado en noviembre de 2015 en el periódico El Heraldo de Barranquilla luego de la muerte del ex comandante de las Farc a manos del Ejército Nacional.
Hay llamadas que uno nunca espera que lleguen. La que se produjo ese mediodía a la sala de redacción de Caracol Noticias fue una de ellas. Habían pasado unos pocos días tras la entrega del premio de periodismo Simón Bolívar 2001, en el que recibí el reconocimiento al mejor trabajo en televisión por la cobertura de la caótica tercera posesión del presidente de Perú, Alberto Fujimori.
Lo recuerdo como una jornada violenta, 28 de julio del año 2000, el día que empezó a escribirse el principio del fin de El Chino y su régimen de terror. Él o su jefe de inteligencia, el temible Vladimiro Montesinos, da igual, había ordenado una salvaje represión de las fuerzas del Estado contra los manifestantes de la oposición, que liderados por su rival en las urnas, Alejandro Toledo, protagonizaban la toma de Lima en la llamada ‘Marcha de los Cuatro Suyos’, una movilización que terminó con varias personas muertas, decenas de heridos y edificios del centro de la ciudad envueltos en llamas. Quien me iba a decir que en algún lugar de las selvas de Colombia, alguien seguía mis pasos en Lima y luego, celebraría el premio mucho tiempo después.
Al otro lado de la línea una voz de mujer me saludaba con familiaridad pero yo no la identificaba. Luego de algunos minutos y cuando estaba a punto de colgar, me dijo quién era y qué quería. Era una guerrillera de las Farc, cuyo nombre ya ni recuerdo pero su mensaje me llenó de ansiedad. Dijo que quería verme, que estaba muy cerca de la sede de Caracol Noticias en el barrio La Soledad de Bogotá y que me traía un mensaje de su camarada Alfonso Cano. Me quedé de una pieza. A Cano lo había dejado de ver hacia meses, tras culminar la cobertura del proceso de paz con las Farc en San Vicente del Caguán por razones de seguridad y no tenía la menor idea de lo que quería decirme en ese momento cuando, valga señalar, el proceso de paz ya había perdido el rumbo.
La cité en el Carulla al frente del Park Way, a un par de cuadras de mi trabajo durante la hora del almuerzo. Mientras caminaba hacia ese lugar, a donde iba casi a diario con mis compañeros, sentía que el corazón me iba a saltar del pecho. Llegué a pensar que era una trampa de algún sector que estaba en contra de las negociaciones de paz, de esos que, a esa altura del partido, crecían como la espuma y que, para hacer “ruido”, se dedicaban a demonizar a los periodistas que habíamos realizado coberturas en la zona de distensión. Pero venciendo mis reticencias, llegué al sitio acordado.
Me acordé de ella cuando la vi, aunque debí hacer un esfuerzo para reconocerla vestida de civil. Lo mas paradójico era que mientras yo, nerviosa, esperaba la llegada de los servicios de inteligencia que me acusarían, pensaba, de un delito gravísimo, ella lucía natural y hasta divertida, felicitándome por el logro profesional recientemente obtenido, del que en ese momento, ni me acordaba.
Cuando de su bolso sacó una hoja tamaño carta, doblada, pensé ingenuamente que esa ‘propuesta de paz’, que me estaba haciendo llegar el ideólogo de las Farc, Alfonso Cano, era muy fácil de ejecutar, o de lo contrario, ¿qué tanto podía quedar plasmado en una nota de unas pocas lineas escritas a mano y firmada por él? ¡Que equivocada estaba!
Leí la nota y aunque estaba muy claro lo que allí decía, yo seguía esperando encontrarme con otro mensaje, un anuncio de paz, la fecha para un tregua, una información esperanzadora que permitiera darle un nuevo rumbo al erróneo camino que había tomado el proceso de paz, un dato ilusionante que hablara de liberaciones de secuestrados o del fin de las hostilidades. Pero no, tras leer una y otra vez la carta, Alfonso Cano me felicitaba por el premio Simón Bolívar, que había recibido por la cobertura de la crisis política del Perú. Lo tenía totalmente claro, no se equivocaba en señalar el motivo del premio, no dejaba ningún dato suelto, y hasta me deseaba un futuro exitoso, deseos que compartía con Patricia, su compañera, a quien conocí también en el Caguán, (y que finalmente no murió en la operación Odiseo). No podía dar crédito a lo que leía. Levantaba la mirada cada poco para intentar encontrar, en la guerrillera o miliciana que tenia enfrente, alguna explicación a ese texto que derrochaba gentileza y amabilidad por parte de uno de los hombres mas violentos de este país, responsable en su condición de miembro del Secretariado de las Farc de infames y crueles hechos que han sembrado de dolor los hogares de millones de colombianos.
Con la inesperada e inusual misiva en mi mano, salí del supermercado. Conmocionada. ¿Por qué yo? Y mientras caminaba, recordé la primera vez que vi a Alfonso Cano. Fue un día lluvioso en las afueras del Caguán. De un momento a otro apareció en la zona de distensión, decían que había llegado del Tolima para organizar el lanzamiento del Movimiento Bolivariano, su gran proyecto político. Lo vi avanzar cubierto con una bolsa negra que le servia de capa para protegerlo de la lluvia. Otros jefes guerrilleros, entre ellos, el Mono Jojoy, Iván Ríos, Raúl Reyes, luciendo un estilismo similar, lo acompañaban. (Hoy también lo deben estar rodeando en el mas allá. Todos están muertos.) Recorrían la zona donde se cumpliría días después el acto, al que acudieron, en pleno, los integrantes del Secretariado y del Estado Mayor de las Farc, excepto Efraín Guzmán, que ya estaba muy mal de salud. Moriría tiempo después.
Cano se veía soberbio, era soberbio. Se sabía dueño de la situación y no ocultaba su enorme complacencia por el momento que vivía: miles de guerrilleros reunidos en un solo lugar para ser testigos del “histórico nacimiento” del Movimiento Bolivariano, la fuerza política que en la clandestinidad aún, se convertiría, según él, en una opción distinta en el país. En una rueda de prensa que se cumplió en un improvisado cambuche, Cano, inspirado, detalló la naturaleza de su proyecto político y hasta tuvo tiempo para arremeter contra partidos que resultaron de la desmovilización de grupos guerrilleros, entre ellos, el EPL y el M-19, del que dijo se había “vendido” a cambio de unos taxis para sus miembros. Fue implacable, advirtiendo que las Farc no consideraban su desmovilización “ni ahora ni nunca”, dijo.
Tras ese primer encuentro, vinieron muchos otros. Algunos de ellos, en ruedas de prensa, en las que siempre expresó su posición inflexible, dura, muy crítica del proceso de paz. No creía en él, pero se ajustaba a los acuerdos suscritos en la mesa de diálogo y negociaciones, que eran mas bien pocos. Otras veces lo encontré sentado solo en uno de los quioscos de la sede del gobierno, en Los Pozos, donde en un gran salón una imagen de Simón Bolívar, el gran inspirador de su movimiento, lo llenaba todo. Cano siempre tenia una respuesta, algo que decir, y se le iba la vida intentando justificar lo injustificable. “Las Farc no secuestran niños, no utilizan armas no convencionales, no trafican con droga”....hablar con él era agotador, solo decía lo que quería escuchar. Pero aún así, siempre tenía mucho más que plantear que otros integrantes de las Farc.
Así transcurrieron muchas conversaciones a solas o acompañados por otros periodistas o miembros de la guerrilla que se notaba a leguas, le profesaban un gran respeto o tal vez, temor. Sus órdenes eran inobjetables, su poder al interior de las Farc era considerable; pero a diferencia del terror que producía el Mono Jojoy entre su gente, Cano aparecía como un líder firme pero dialogante, su fama de ideólogo y negociador, construida en Caracas y Tlaxcala lo seguían a todas partes.
Su forma de expresar sus ideas, de manera lenta y pausada, pero con total convencimiento de la validez de su contenido, despertaba interés entre quienes lo escuchaban y los debates eran interminables. Y reitero, parecía saberlo todo, todo menos cómo avanzar realmente hacia una solución negociada a un conflicto que el reivindicaba como la única vía de establecer un nuevo modelo de país.
Mis posiciones, a su juicio, eran muy distantes de las suyas, menos mal. Aunque según él, ambos queríamos un país en paz, próspero y estable, sin ninguna forma de violencia, con igualdad social... Sí, pero los medios para lograrlo eran radicalmente opuestos. Estábamos en orillas muy distintas pero conversar era una forma, supongo, de desahogarnos en medio del tedio que nos provocaba ser testigos de un proceso de paz destinado al fracaso.
Nunca más lo volví a ver y tras ese mensaje de felicitación, jamas supe de él de una manera directa. Cuando yo vivía en España, supe que luego de la muerte de Tirofijo y de Raúl Reyes, se convirtió en el numero uno de las Farc, pero conociendo lo radical de su ideología, nunca esperé nada distinto de lo que ocurrió este viernes. Cano moriría en el monte, un diálogo, una negociación no estaba entre sus prioridades. Él como muchos otros líderes de las Farc se quedó atornillado en el tiempo, en el pasado, en la incapacidad de ajustarse a los nuevos tiempos en los que la violencia no es una opción valida para una sociedad que defiende otros métodos para hacer historia. O si no, que se lo pregunten a los indignados o a los líderes de la primavera árabe.
Diez años después ese mensaje todavía debe estar por ahí en alguno de mis archivos, supongo. El que ya no existe es el hombre que lo escribió, el mismo que hasta el último de sus días, luchó por justificar lo injustificable, como lo hacía en las épocas del Caguán, sin entender que la violencia y el terrorismo, ni antes ni ahora.
Tomado de: ElHeraldo.co - Por Erika Fontalvo
*Publicado originalmente en 2011 tras la muerte de Alfonso Cano a petición del entones director Ernesto McCausland y titulado 'Alfonso Cano', el hombre que pretendió justificar lo injustificable.