Quizás ningún año será tan recordado como el que agoniza en el cardiograma azaroso de las altas y bajas de nuestra realidad colombiana, la cual no tiene nada que envidiarle a la ficción más loca y surrealista. Por estos sufridos lares se pasearon: ventiladores, destapes, salidas del clóset, revelaciones de corrupciones descomunales, fantasmas castrochavistas, revuelos en la frontera colombo-venezolana y conatos de guerra con nuestro país vecino. Además, políticos que se quemaron en la puerta del horno, políticos a medio hornear y otros que se quemaron definitivamente. Por acá también desfiló un espectáculo circense, y que me dispensen los inocentes animales por la odiosa comparación con algunos especímenes humanos: ratas que atracaron, micos que ahorcaron, cerditos que engordaron, lagartos que treparon, sapos que croaron, burros a los que le sonó la flauta, gusanos que reptaron, moscas que zumbaron, pájaros oscuros que emigraron, alacranes que exhibieron su ponzoña, gorilas que asesinaron, culebras portentosas que eliminaron a otra clase de “culebras”; y claro está, sufrieron como nunca y como siempre los lánguidos camellos de cervices enjutas, para usar una metáfora al estilo del poeta Guillermo Valencia, cuando se trata de evocar a la clase obrera colombiana. Por si lo anterior fuera poco, se pavonearon como siempre las vacas sagradas, no de las que mugen, sino de las que se acurrucan, abren las patas traseras y hacen ¡plas! Todo enmarcado en historias de suspenso y espionaje; persecuciones tipo adrenalina pura; conatos de revueltas; marchas estudiantiles a granel; desfile de oportunistas; bajada de pantalones y exhibición de nalgas pálidas y deslucidas en pleno Congreso veintejuliero; excombatientes en el senado de la república, y excombatientes que dejaron de combatir por unos días, para luego retornar a sus andanzas; contiendas electorales acaloradas e irrespetuosas; batallas en medio de la “paz” o “paz” en medio de la guerra; bataholas tipo plaza de mercado o de arrabal por asuntos fanáticos y politiqueros en las redes sociales, donde sobreabundaron los madrazos, los gonococos y demás exquisiteces propias de las barriadas, y quién lo creyera, también de la altas esferas: benditas delicias lexicográficas que igualan a todas las clases sociales: boquisucios de todas las raleas, ¡uníos!
Por otro lado, oh patria mía, presidente que se fue con más pena que gloria, y presidente que llega con hambre de gloria: ahí va el pobre, sin poder resolver este entuerto, chapuceando a duras penas. Y como para variar, lo peor de nuestro menú: feminicidios, violaciones e infanticidios, sin que nadie haga nada, como quien dice, vía libre para los victimarios, y desamparo para las víctimas en un Estado alcahuete que aún no avizora la cadena perpetua, y menos la posibilidad de la pena de muerte para esa clase de abominaciones. De otras infamias no hablo: Colombia se enorgullece de su miseria, de su incultura, de su resignación tercermundista, de sus verdugos, de su podredumbre, de sus desvergüenzas, de sus odios y de toda esa violencia multicolor y degradada.
Y cómo no, en este 2018 no faltó lo acostumbrado: zafarranchos tragicómicos orquestados por “los padres de la patria”, ya en el “sacrosanto” recinto del senado o en sus adyacencias; y por supuesto, lo usual: Uribe y sus rifirrafes con el uno y con el otro, o el odio de muchos en contra del expresidente, y la consecuente defensa enconada de su séquito que no tuvo escrúpulos para igualarse con la plebe con tal de defender a su jefe. A esa enfermedad la llamo uribitis aguda, la que padecen tanto seguidores como detractores, y la cual parece incurable en cuanto afecta el cuerpo, el alma y la mente: los monotemáticos y obsesivos de este país lunático y enervado. Mejor dicho, aquí hubo de todo, hasta remembranzas de los “cariñositos” Borgia y de la perversa Catalina de Médici, por aquello de los supuestos envenenamientos a punta de cianuro. Señoras y señores, Colombia desde su tribuna política es así: es tanta la riqueza de su violencia, el tamaño de sus robos, la variedad de sus odios, la abundancia de sus envidias, la amalgama de sus infamias, lo irrefrenable de sus iras, lo abominable de sus mezquindades, lo insaciable de su avaricia, lo amargo de sus injusticias, lo brillante de sus estupideces, lo necio de sus fanáticos, lo soplado de sus egos, lo putrefacto de sus intrigas, lo puerco de su trasfondo, lo acicalado de sus tramposos, lo vil de sus traidores, lo falso de sus promesas, lo sustancioso de sus perfidias, lo variopinto de sus crímenes, y el delirio de sus venganzas, que no resulta para nada extraño que en nuestro país existan cuarenta millones de poetas: una realidad tan alucinada no da para menos, con razón somos dizque el país más feliz del mundo. Novelistas, cineastas, exploradores de entrañas depravadas, estudiosos de raros especímenes, alucinados visionarios, fatídicas pitonisas, psiquiatras expertos en singulares cuadros clínicos, antropólogos y arqueólogos que buscáis eslabones perdidos, profetas de lo oscuro… en fin, artistas psicodélicos: venid a Colombia, aquí la inspiración tremebunda y los hallazgos más enfermizos los tenéis a pedir de boca para que os regodeéis con pervertido deleite.
Se acaba el año…qué tristeza, o qué alegría más grande, no se sabe…. faltan pocos días… y faltan cinco pá las doce, abrácense y lloren, o ríanse a carcajadas como los locos si les apetece. Sí, faltan cinco o nada pá las doce, pero aún nos faltan los cinco centavos para la paz, la justicia, la tolerancia, la hermandad, la lealtad, la sencillez, la mansedumbre, la honestidad, la ecuanimidad y el desarme de los corazones, mejor dicho nos falta todo. Suenan campanas navideñas, y también las que anuncian que viene un nuevo año. A todos los seguidores de Las2orillas, a sus editores y columnistas, y a todos mis pacientes y amables lectores, y a quienes creen y sueñan con un mundo mejor, porque contribuyen desde su alma limpia con ese sueño: felicidades por estos días con pensamientos renovados, en mentes renovadas, para asumir con sabiduría y prudencia el año que con la venia de Dios nos espera. Paz en los corazones a todos los colombianos de buena conciencia y recta intención.